Quedan fijos en la retina de la memoria la imagen de los cuatro miembros de ETA caminando hacia la entrada de la Audiencia Nacional. Zubiaurre, García, Miner y su jefe Makazaga. Ocurrió este lunes y la noticia desapareció desde entonces como si la hubiera comido la misma máquina trituradora que deshace la culpa y la vergüenza. Los hechos llevaban congelados desde el 10 de noviembre de 2000 cuando una bomba colocada en la maceta que da entrada a su casa falló en su dispositivo y no se convirtieron en trozos de carnaza un matrimonio de periodistas, Aurora Intxausti (El País), Juan Palomo (Antena 3), y su hijo Iñigo de 18 meses.
La fiscal pide 75 años para cada uno, pero como ya fueron condenados por otros delitos están en libertad y es de prever que lo sigan estando por haber cumplido ya la máxima pena carcelaria. Los cuatro lo han reconocido todo y seguirán llevando su vida, imagino, en su pueblo y entre su gente. Nos queda el testimonio de sus víctimas; su huida que se parece a un destierro y las gravísimas secuelas del crimen no consumado. Todo apenas esbozado, porque es muy íntimo y viene a resultar el único derecho auténtico que la sociedad les concede después de 24 años. Ni culpa ni vergüenza; ejercieron la dignidad en tiempos inicuos y pagaron un precio tan alto como la vida malvivida. Sufrir un largo silencio impune.
Tenemos una perniciosa capacidad para revisar el pasado y se alimenta de la paradoja con la que algunos pretenden protegerse de sus fantasmas. Éste es un momento en el que para muchos prima el interés por desvelar un pasado lejano, recuperar restos de muertos hechos ya polvo, y no precisamente “polvo enamorado” que dijo el poeta; abuelos y bisabuelos de triste memoria, silenciados durante un régimen inicuo. Es nuestro particular culto a los muertos. Sin embargo hay un interés por ocultar cuidadosamente el ayer más inmediato, al que de un tiempo a esta parte quieren dar por cancelado. Creo que es una singularidad de nuestra historia que toma cuerpo en esa especie de Misa Mayor en la que se pretende convertir la Transición. Como el asunto nos llevaría muy lejos dejémoslo aquí, recordando que desde hace tiempo nos movemos entre la culpa y la vergüenza, y no precisamente porque se asuman sino porque se huye de ellas “como del pecado”, valga la expresión tan inoportuna.
Como el asunto nos llevaría muy lejos dejémoslo aquí, recordando que desde hace tiempo nos movemos entre la culpa y la vergüenza
Toda esta farfolla teórica sin pretensiones nace a partir de una catástrofe. Van 222 muertos y continúa la evidencia de poblaciones enteras destrozadas por las consecuencias de una dana sin otro nombre que no sea el de “concentrado de irresponsabilidades e incompetencias”. Ha pasado un mes y se mantiene la sensación, llena de pruebas, de que hay que proponérselo para alcanzar el nivel de desprecio a la ciudadanía al que hemos llegado. Un presidente de la Generalitat valenciana que nos remite día tras día a hacernos una pregunta: de dónde salió este especimen de nuestra clase política. Tendrían que hacérselo mirar, por si la fábrica de talentos meritorios está atascada de engrudo más que de barro y lodo. El poder autonómico, el local, podía tener sus limitaciones pero aseguraba gozar de una ventaja: su cercanía con la gente, por más que no siempre la usara para un bien que no fuera su patrimonio.
Carlos Mazón desde el día primero de la catástrofe es una muestra incontestable de gallina sin cabeza. Si sus adversarios políticos en Madrid se preocupaban por garantizarse el dominio en RTVE, él hacía lo mismo buscando una influencer vistosa para su cadena autonómica. La cronología es implacable hasta el punto final. Nombrar a un general para que tome el mando del desaguisado no está ni bien ni mal, pero constata el reconocimiento de la falta de autoridad, de prestigio y hasta de sentido común de un presidente que está para eso, para las excepciones y no para repartir subvenciones y cortar cintas inaugurales.
Ya tenemos al general Gan Pampols al mando. Organizar un ejército de emergencias deslavazado exige visibilidad, presencia, y no hace falta leer a Clausewitz para saberlo, ni haber estado en Afganistán de retirada. Basta una biografía escolar de Julio César, Napoleón o Winston Churchill. El frente está en la línea de Paiporta no en la Valencia seca. Si necesita tiempo, está acabado; otra esperanza baldía que se enredará en la supervivencia política. Por si fuera poco, le llega la ayuda indeseada de Mazón garantizándole un sueldo a la altura de sus responsabilidades, como si hubiera contratado a un CEO de una empresa puntera. ¿Acaso estos irresponsables de la vergüenza ajena no se han percatado de la diferencia entre un general con mando en plaza y un mercenario al que se le cuela como en los “corrimientos de escala” (una particularidad del Ejército)?
Mis padres, los pobres, no estaban sobrados de talento y quizá por eso repetían que cuando fuera mayor entendería muchas cosas. Hasta en eso se equivocaban. Cuanto más viejo soy, menos entiendo. Las pocas entendederas sí me sirven para comprender el juego del Presidente Sánchez. Ni culpa ni vergüenza; dejar que las cosas sucedan bajo la responsabilidad del otro, que es el enemigo. Si Mazón no exige la Declaración de Emergencia, el marrón es suyo. Lo que necesite, que lo pida. Asumir la dana catastrófica desde el primer momento hubiera supuesto ponerse a la cabeza y correr riesgos que le distraerían de su única tarea: mantener la jefatura del Gobierno. Lo demás para él es secundario, aunque se haya traducido en 222 muertos y ceder la recuperación encabezada por esa gallina sin cabeza, que además forma parte de la tropa enemiga. “No es culpa mía”, dijo en su descargo la ministra del Ejército ante un coro de indignados. Un día Mazón pidió 500 soldados, al siguiente 5000. La coartada perfecta para cubrir la culpa bajo la irresponsabilidad.
Ha pasado un mes y el deterioro institucional es más que alarmante, con signos de hacerse crónica. Pedro Sánchez sigue dándole carrete a Carlos Mazón, “lo que pida”, para que se enrede cada vez más y tense las cuerdas de su adversario. A Feijoo sólo le caben los consejos ante un mediocre megalómano, sordo y jactancioso. Un Jefe de la Oposición no puede cavar la fosa de un Presidente de Comunidad Autónoma sin suicidarse; hay precedentes. Culpa y vergüenza nunca van juntas. Quien es culpable ha de tener la pericia de que la vergüenza se diluya en el tiempo. Sólo al final se entierran juntas.