Opinión

¿Deberíamos prohibir las películas de derechas?

'El sonido de la libertad' y 'Vencer o morir' confirman que el cine no progresista es un cuerpo extraño en nuestro ecosistema cultural

Lunes por la mañana, centro de Madrid. Estamos en el pase de prensa de El sonido de la libertad, el taquillazo más polémico del año en Estados Unidos. Lleva ya recaudados 220 millones de dólares, superando a las últimas entregas de franquicias tan potentes como 'Indiana Jones' y 'Misión Imposible'. El último récord, de hace cuatro días, es que ya ha ingresado más que el fenómeno global Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino y está en el puesto 19 de las películas independientes más populares de la historia. A pesar de todos estos mérito, no se ven críticos de renombre en la sala, andan todos exhaustos del maratón para 'gourmets' del festival de San Sebastián.

El sonido de la libertad trata un conflicto muy crudo: el secuestro de niños para explotarlos sexualmente. Lo hace con diálogos que miran de cara el problema: "Una de bolsa de cocaína la puedes vender solo una vez en tu vida, mientras que a un niño puede venderse cinco veces al día durante diez años", explica el protagonista, interpretado por un Jim Caviezel pletórico. Este tipo de delito se ha multiplicado por cinco mil en los últimos años, dentro de una sociedad que (desde Mayo del 68) menosprecia los límites morales y busca ir siempre 'más allá' en la búsqueda

del placer ("Prohibido prohibir"). Más que un éxito, la película es un milagro popular: números estratosféricos en una época en que los espectadores hemos dejado de ir al cine en favor de las opciones cómodas que ofrecen las omnipresentes pantallas digitales.

Integridad y beneficios

Hablemos claro: la cinta es un docudrama muy bien hecho, que no inventa nada en el plano artístico pero que engancha con potencia y eficacia. Un "basado en hechos reales" de toda la vida. Los periódicos progresistas, por ejemplo 'El País', han cuestionado duramente la promoción de la cinta, acusándola de hacer publicidad engañosa bajo la premisa de que estamos ante "la película que las élites no quieren que veas". Luego en la propia información que publican reconocen que Netflix, Amazon, Lionsgate y Disney mostraron su rechazo hacia la cinta (Disney con un contrato de distribución ya firmado). Que los fans de la película la promocionen como "la película que las élites no quieren que veas" no anda tan lejos de la realidad.

Al final se llegó a un acuerdo con la modesta Angel Studios, compañía cristiana de Utah. Quince millones se conviertiron en 220 y subiendo. 

Los grandes conglomerados de entretenimiento tratan como veneno para la taquilla todo lo que suene a defensa de la familia, la patria o la religión

Otro caso actual es el de la película histórica francesa Vencer o morir, que cuenta el levantamiento y aniquilación de los católicos que osaron plantar cara en a los revolucionarios de París a finales del siglo XVIII. La película ha provocado una intensa batalla cultural en Francia, donde se acusó al equipo de defender tesis de extrema derecha. En España, donde los medios sólo hablan de la iglesias cuando hay abuso a menores o se reclama algún IBI, la cinta hizo buenos números, pero enseguida fue relegada a cines ignotos  y a una sesión por día. La prensa cultural apenas le prestó atención, así que solo salieron cuatro noticias contadas, además de las reseñas de medios católicos. Si hubiese sido una cinta sobre una pareja parisina, hípster, rica y y madura que entra en crisis por una infidelidad la hubiéramos tenido hasta en la sopa.

 ¿Conclusiones? Sea por machaque o por ostracismo, las películas no progresistas son cuerpos extraños en nuestro ecosistema cinematográfico, de aplastante sensibilidad izquierdista. Gigantes como Disney, Amazon y Netflix, así como sus más modestos equivalentes españoles, ondean valores igualitarios mientras aprovechan la más mínima ventaja empresarial o fiscal para maximizar beneficios. Son turbocapitalistas en el departamento de contabilidad y ultrawokes en la sala de guión. Todo lo que les suene a vínculo humano (nación, religión, familia...) lo tratan como veneno para la taquilla. ¿No saldría más barato ilegalizar todas las películas de derecha y terminar con esta farsa?

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