Opinión

Racista tu madre

Una de las consecuencias de la pandemia fue la “normalización” -disculpen la neolengua- del trabajo en línea. Según la persona y el caso, esto ha supuesto una gran oportunidad o una maldición. En el mío, y sobre el papel, me permite ir a mi aire. L

Una de las consecuencias de la pandemia fue la “normalización” -disculpen la neolengua- del trabajo en línea. Según la persona y el caso, esto ha supuesto una gran oportunidad o una maldición. En el mío, y sobre el papel, me permite ir a mi aire. La realidad es que dejo todo para última hora -¿miedo al folio en blanco?, ¿pereza genuina?- y, entre tanto, me dedico a remolonear; a veces faenando en tareas domésticas, otras paseando y haciendo recados, momentos estos en los que acabo hablando con todo tipo de personas. A la gente le suele gustar hablar, incluso a los navarros: simplemente hay que encontrar el tema favorito de cada cual, que suele girar en torno al yo-mi-me-conmigo. Escuchar a quien me encuentro por ahí me encanta, se lo recomiendo a asesores políticos, sociólogos y politólogos: más trabajo de campo y menos esquematismos en los que al final no acaba encajando nadie.

Pregúntenle a Michavila, que se perdió la primera clase universitaria de la asignatura “Opinión pública”: las encuestas tienen un valor no sólo informativo sino también -y yo diría que esencialmente- performativo. Dicho en cristiano, la información acaba influyendo sobre el objeto que se estudia, de forma que queda obsoleta en el momento en que se difunde. Esto lo recuerdan los “científicos sociales” sólo cuando fallan estrepitosamente, como ha hecho hace poco el propio Michavila en ABC en un “excusatio non petita, acusatio manifesta” de manual. Cuando aciertan, sin embargo, desaparece la humildad y todo son loas, besarse a uno mismo en el espejo y -por volver al latín y parecer una señora educada- recibir felationes a mansalva mientras se muestran encantados de haberse conocido a ellos mismos.

Así pues, entablando conversaciones al azar, uno podría darse cuenta enseguida que no es lo mismo el socialista de sesenta años y pocos recursos que el de veintipocos que ha hecho de su ideología una nueva religión, con sus ritos, dogmas y, por supuesto, moral propia. Este último suele poder subsistir económicamente y, lo más increíble de todo, es capaz de decirle al hijo del socialista sesentón, que tiene una hija pequeña y que apenas gana 800 euros al mes, que lo prioritario no es lo cara que está la vida sino que no lleguen los fachas al poder y acaben instaurando un reino en blanco y negro con curas quemando a homosexuales en hogueras públicas. Deténganse a conversar con alguien con aspecto de sesenta años y de no llegar a fin de mes y me cuentan.

Quienes terminan criando mala fama sin merecerla son justo las personas a las que les ha costado mucho esfuerzo y penalidades dejar su tierra y empezar de cero en un país extraño

Otra conversación curiosa que mantuve hace unos días: “Estoy cansada de partirme el lomo a trabajar, no llegar a fin de mes y sentirme una imbécil sabiendo la cantidad de ayudas que recibe mucha gente que sólo viene a no hacer nada y a delinquir”. Las palabras son de mi frutera, mexicana de origen que vino a España de forma legal y que tiene nacionalidad española desde hace más de una década. Este punto de vista no suele contemplarse, algo que no deja de ser irónico si tenemos en cuenta la cantidad de inmigración legal que tenemos en España respecto de la ilegal. Por miedo a resultar racistas, xenófobos y aporófobos tendemos a no pensar y acabamos haciendo más mal que bien: quienes terminan criando mala fama sin merecerla son justo las personas a las que les ha costado mucho esfuerzo y penalidades dejar su tierra y empezar de cero en un país extraño. Lo grave es que este asunto ya no es el principal: cómo estará el problema migratorio que hasta los demócratas de Biden y la propia Unión Europea empiezan a admitir que las actitudes buenistas en materia de inmigración no sólo no logran objetivos positivos si no que enrarecen, cuando no empeoran, situaciones de por sí delicadas.

Desde el Ministerio de Igualdad se nos sigue dando la matraca con el empeoramiento de las cifras de la violencia sexual, aferrándose a la tesis tan estúpida como inútil de que los culpables son siempre varones que actúan de ese modo por el mero hecho de serlo. Por otras vías nos enteramos de que casi la mitad de las agresiones sexuales las cometen extranjeros, un número escandaloso si tenemos en cuenta que los no nacionales no llegan a un 20% de los ciudadanos. ¿Imaginan cómo ha de sentirse un extranjero honrado que ha venido aquí a forjarse un futuro ante la difusión de esta información? Aunque sólo sea por no caer en aquello de que no paguen justos por pecadores, dejémonos de buenismos. Y a quien nos llame racista, oídos sordos y un “racista será tu madre, imbécil” mental para poder mantener la calma ante tanta estupidez.

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