Los mercados de competencia perfecta no existen. O al menos tal y como los explicamos en cualquier introducción a la economía. No existen ya que las condiciones en las que operan (teóricamente) son tan restrictivas que simplemente son irreales. Aún así, y a pesar de no existir, son un referente teórico que sirve para desarrollar todo un análisis de mercado, sus bondades, sus defectos y diseñar políticas económicas que beneficien tanto a los consumidores como incentiven a las empresas a invertir y mejorar.
Una de las características de un mercado con competencia (perfecta) es que la oferta de los productos sigue el esquema del aumento marginal en los costes de las empresas para determinar los precios. Seguro que usted ha escuchado, leído o estudiado que las curvas de oferta en mercados competitivos son crecientes. Esto quiere decir que, a mayor precio, mayor oferta.
La explicación a esta idea tan intuitiva es sencilla: cuando el precio del producto sube, empresas menos eficientes entran al mercado, por ser ahora rentables, elevando por ello la oferta disponible. Así pues, es la última empresa menos eficiente, por su estructura de costes, la que determina tanto el nivel ofertado (demandado) como el precio del producto. Como es esta última empresa la que fija el precio final decimos que los mercados de competencia son marginalistas, ya que son las empresas que están en el margen las que cierran el mercado; las que fijan cantidad y precio.
Cuando decimos que es un mercado marginalista lo que decimos es que es la última empresa (menos eficiente) la que determina el precio
Asumo que ya entienden por dónde voy. El diseño del mercado mayorista de la electricidad trata de emular este mecanismo. Cuando decimos que es un mercado marginalista lo que decimos es que es la última empresa (menos eficiente) la que determina el precio. Obviamente, esto es algo más complejo, de tal modo que al final son tantos los detalles que algunos nos perdemos si no estamos involucrados en estas cuestiones de manera profunda. Pero la idea básica es esta.
Por qué se cree que un mercado como es el eléctrico deba funcionar bajo este supuesto. La razón argumentada es que si se acepta que sea la empresa menos eficiente la que fije el precio, se estarían mandando las señales e incentivos adecuados. Supuestamente, en un mercado de competencia, las empresas que posean mayor eficiencia dentro de este se verán incentivadas a mejorar constantemente para mantener unos beneficios extraordinarios que las empresas últimas, las marginales, no poseen. Por otro lado, las marginales pueden tener igualmente incentivos a mejorar si saben que con ello serán capaces de lograr mejorar sus beneficios. Es decir, en el papel no hay nada que reprochar. La naturaleza marginalista de un mercado de competencia premia a mejores e incentiva el cambio tecnológico y con ello incentivaría la continua búsqueda de eficiencia. El problema, obviamente, es que aterrizar estas ideas a la realidad de un mercado eléctrico como el nuestro es muy complicado.
En primer lugar, el mercado mayorista de energía eléctrica, que es donde se fijan precios de referencia, está muy lejos de ser un mercado donde la libre competencia impone sus reglas. El mecanismo diseñado busca acercar lo que es por definición un mercado oligopolístico a uno más competitivo, pero no podemos asegurar que sea capaz de lograrlo. Un mercado donde no muchas empresas entran en la subasta debe ser muy controlado y regulado para asegurar que no hay otros intereses particulares que entren a formar parte de la fijación de precios.
En los mercados de competencia, las empresas se enfrentan a restricciones tecnológicas similares, algo que por definición no se cumple en el de la electricidad
En segundo lugar, las empresas no necesariamente tienen los incentivos adecuados para ser más eficientes. En primer lugar, porque estamos hablando de tecnologías muy diferentes. En los mercados de competencia las empresas se enfrentan a restricciones tecnológicas similares, algo que por definición no se cumple en el de la electricidad. No por mucho mandar esas señales antes descritas las empresas van a ser capaces, o van a tener incentivos, de reducir sus costes e ineficiencias para optar a mayores ganancias logrando bajadas de precio en el camino. Por otro lado, al existir empresas que aportan producción en diferentes tecnologías, existen incentivos en mantener parte de la producción en aquellas tecnologías más costosas (las que determinan los precios finales) para así poder obtener mayores beneficios en sus divisiones más baratas.
En tercer lugar, se puede estar produciendo por este mismo diseño una concentración en el mercado minorista de distribución de energía. Mientras las grandes corporaciones con divisiones de segmentos en la generación y en la comercialización pueden mantener temporalmente a estas últimas en pérdidas financiadas por las primeras al ofrecer a sus clientes precios, coyunturalmente, inferiores a los costes pero a largo plazo superiores (trasladan beneficios al largo plazo), las comercializadoras sin generación no pueden soportar por mucho tiempo si compran caro y venden barato. Esta caída de empresas supone una concentración en el mercado minorista que, obviamente, va en contra de la competencia y de los consumidores.
La demanda de electricidad es enormemente inelástica, lo que eleva las ganancias de las empresas ante subidas de costes
Por el lado de la demanda hay, además, elementos que alejan a este mercado de un funcionamiento eficiente y que, supuestamente, el sistema marginalista pretende alcanzar. En primer lugar, la demanda de electricidad es enormemente inelástica, lo que eleva las ganancias de las empresas ante subidas de costes. En segundo lugar, un sistema de precios fijados por horarios dificulta la transparencia del mismo, pues es complejo para un gran conjunto de la sociedad ajustarse a los mismos. Básicamente, la información asimétrica en precios por horarios, ayudado por la incapacidad de un almacenaje eficiente de la electricidad unido a la inelástica demanda, hace que el consumo esté cautivo en este mercado.
Pero, además, este sistema manda señales confusas al consumidor sobre la necesaria electrificación de la economía. Por todo lo anterior, este mercado lleva a que buena parte del excedente de los consumidores (los ahorros que podrían obtener gracias al uso de tecnologías más eficientes) sean transferidos a las empresas a través de un precio elevado e, igualmente, márgenes inflados que solo justifica una parte pequeña del mercado. En esa situación es razonable pensar que los incentivos a electrificar nuestras vidas se van a ver profundamente debilitados. Si realmente queremos transitar hacia un consumo responsable con el medioambiente debemos mandar las señales adecuadas. Con el gas a 200 euros no lo lograremos, paradójicamente.
Dicho esto, ¿qué podemos hacer? La Comisión Europea en su comunicación RePowerEU ha hablado de “desvincular” del “mix” energético la energía generada por gas y de revisar el mecanismo que define el funcionamiento del mercado. Mientras, también ha hablado de establecer impuestos a empresas en función de los beneficios caídos del cielo independientemente de la tecnología. Estos ingresos fiscales servirían para reequilibrar los excedentes de los consumidores con los productores, repartiendo de un modo más equitativo los costes del sistema, así como sus beneficios, logrando además una bajada considerable de los precios y con ello de la inflación. Si embargo, algunos recelan de esta solución dada la capacidad que tienen las grandes eléctricas para “disimular” sus beneficios, como es el caso antes mencionado de compensar en el corto plazo los mismos con las pérdidas en la comercialización. En este caso, la única solución de emergencia en el corto plazo es intervenir directamente en la división de gas de la generación eléctrica.
Resumiendo, no tenemos más alternativa que la revisión de este mercado. Estas ineficiencias en su diseño, tan invisibles con precios del gas bajo, pero tan absurdas con precios tan elevados, pueden destrozar toda una estrategia de transición verde, así como dejar por el camino a buena parte de la economía española y europea. No olvidemos que buena parte de la actual inflación es autoinfligida por esta causa, por la existencia de unos enormes márgenes comerciales precisamente de aquellas empresas que podrían estar vendiendo a un precio mucho menor por su estructura de costes. Pero resolver este problema no debe eliminar los incentivos que necesitamos en la economía, inversión en mejora de suministros, de generación y, sobre todo, de minimización de emisiones, mientras sí tratamos de evitar que la economía de las familias y de las pequeñas y medianas empresas descarrile. Complicado, pero absolutamente necesario.
Nota: agradezco a Pedro Fresco sus ideas y comentarios.