Opinión

Aciertos, excesos y delirios de 'la guerra en directo' que estamos viviendo

Solo los tontos o los ignorantes pueden creer que las imágenes que vemos son "la guerra en directo". Lo que vemos son las consecuencias de esa guerra, porque la de verdad se queda para quienes la padecen

  • Un hombre en bicicleta frente a un edificio bombardeado en Mariúpol (Ucrania) -

Se repitió la misma cantinela con la guerra de Yugoslavia, las dos guerras de Irak y la guerra de Afganistán. Una y otra vez, en las tertulias y en las barras de bar, se decía que estábamos viviendo "la guerra en directo" porque unos vídeos mostraban, a veces en directo y a veces no, cómo volaban por el cielo y explotaban en su objetivo los misiles criminales. Ahora, con la inopinada guerra de Ucrania, se repite otra vez la misma tesis. Lo dicen quienes salen en la tele y hasta los rótulos de las imágenes: "La guerra en directo". Algo que era y es, en puridad, una auténtica tontería.

Solo los tontos o los ignorantes, que no siempre coinciden aunque sea habitual, pueden creer que esas imágenes de los proyectiles estallando o incluso tal o cual reportero que tiene que correr por unos disparos constituyen una visión en directo de la guerra. Por definición, y pese a que moleste a los que quieran ganar audiencia con ello, una guerra se hace precisamente fuera de las cámaras. Porque es mucho más cruenta, más terrible y más salvaje que unas imágenes de videojuego. Porque lo que pasa en las guerras es demasiado violento como para verlo en realidad.

Lo que vemos, y hay que aclararlo para no confundir tanto al personal en estos tiempos de por sí confusos, son las consecuencias de la guerra. Son también horrendas, por supuesto, como todas esas personas que huyen de su país en busca de esperanza o como todos esos cadáveres en las calles o esos hospitales destrozados por las bombas, pero son consecuencias. Lo que causa esos horrores sí es la guerra en sí misma, pero esa no la veremos nunca en directo, porque esa, la de verdad, sólo pueden verla quienes la padecen en sus carnes.

Estos días en la tele patria abundan mucho más los aciertos que los errores en la forma de contar la invasión rusa de Ucrania. Buenos programas especiales, telediarios innovadores, expertos que saben de lo que hablan, necesarias interrupciones de la programación, enviados a la zona del conflicto que soslayan la censura y un largo etcétera

Hablar de "guerra en directo" es solo uno de los excesos que estamos viendo en la cobertura televisiva del conflicto en Ucrania. Otras cuestiones excesivas son todas esas conexiones en directo para no decir nada (algunas son informativas pero otras muchas, a las que me refiero, solo sirven para que el medio diga "estamos allí") o todos esos testimonios lacrimógenos que se emiten a cualquier hora, porque tal vez se hayan fijado en que lo de los horarios infantiles ha quedado en el olvido estos días (y habrá quien lo justifique precisamente porque "la guerra es en directo").

Hechas esas excepciones, creo que lo justo es decir que estos días en la tele patria abundan mucho más los aciertos que los errores en la forma de contar la invasión rusa de Ucrania. Ya decíamos aquí la pasada semana que estamos viendo buenos programas especiales, telediarios innovadores, expertos en relaciones internacionales que saben de lo que hablan, necesarias interrupciones de la programación, enviados a la zona del conflicto que soslayan la censura y un largo etcétera.

Estamos viendo, y esto también conviene remarcarlo porque no todo va a ser caer en el pesimismo o la melancolía, grandes ejemplos de información televisiva. Son días, en suma, en los que te reconcilias con este cínico oficio del periodismo, porque ves, por una vez, que sí sirve para contar (y no enlodar) una realidad tan desconocida, sorprendente y cambiante como la de una guerra. En general, repito, se está contando la guerra de forma exquisita. Ya querrían muchos rusos recibir una quinta parte del contenido que se está emitiendo en España.

No obstante, no es oro todo lo que reluce durante esta cobertura. No hablo de pequeños excesos como los anteriores, sino de que hemos asistido a unos cuantos momentos delirantes, de esos que te animan a apagar la tele porque no puedes soportarlo. Lo peor ni siquiera es el conjunto de ejemplos de sensacionalismo barato o las vacuas opiniones de los tertulianos habituales que saben de todo. Ambas cosas no podían faltar en este caso. Lo peor, sin duda, es ver cómo se da pábulo a determinados personajes en esas mismas tertulias. Una cosa es la exigencia de ser plurales, por supuesto, y otra es dejar que en la tele hablen locos y locas.

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