La política económica de cualquier gobierno de izquierdas debe tener un objetivo, y uno sólo, al que se subordinan todo su programa: el pleno empleo. Es sólo cuando hay pleno empleo que los trabajadores tienen poder de negociación real ante los empresarios, y es sólo en estos casos cuando vemos aumentos sostenidos de salarios y productividad. Todo lo que haga el gobierno, sin excepción, debe dirigirse a llevar la economía en esta dirección.
Conseguir este objetivo requiere, sin embargo, entender cómo funciona el mercado de trabajo en una economía avanzada. Y eso empieza por tener una imagen clara de en qué consiste crear empleo.
En un día cualquiera de un mes cualquiera, en España se destruyen, aproximadamente, unos 8.200 puestos de trabajo. Eso son 8.200 personas que tienen que poner sus objetos personales en una caja y se van a la calle; 8.200 trabajadores que dependían de un salario y que ahora ya no lo tienen. Este año, esto significa que unos tres millones de asalariados se verán en esta tesitura, con el corazón encogido, abrumados por la ansiedad de tener que buscar algo nuevo.
En un día cualquiera de un mes cualquiera, en España se crean, a su vez, unos 8.200 puestos de trabajo. La cifra está un poco por encima ahora, con la economía creciendo, y un poco por debajo durante una recesión, pero suele rondar este nivel. Eso son unas 8.200 personas que están llegando a una oficina, taller, fábrica, bar o almacén nuevo, con los nervios de volver a empezar. Durante el 2023, unos tres millones de trabajadores volverán a ser asalariados, empezando un nuevo proyecto.
España (y Francia, y Alemania, y cualquier otro país rico) destruye su economía por completo cada seis años, y la reconstruye de forma simultánea en ese mismo periodo
Estas dos cifras (8.200 y 8.200) no son en absoluto inusuales en un país desarrollado. La cifra en Estados Unidos ronda los 65.000; en Francia, 11.400, en Alemania, 18.800. Las economías avanzadas destruyen, de media, un quince por ciento de todos sus puestos de trabajo cada año, y suelen crear una cifra similar de nuevos empleos. Esto es, España (y Francia, y Alemania, y cualquier otro país rico) destruye su economía por completo cada seis años, y la reconstruye de forma simultánea en ese mismo periodo.
Una de las ideas estúpidas más persistentes en la izquierda española es la imagen, irreal, absurda, de que la economía tiene una cantidad fija de empleos, y que el paro baja cuando se crean más, y sube cuando estos puestos desaparecen. La solución es el concepto de “proteger puestos de trabajo”, hacer todo lo posible para preservar los empleos que tenemos creando una especie de blindaje regulatorio irrompible que les proteja de todo mal.
Lo que sucede realmente en todas partes, sin embargo, es esta demolición constante e incontrolada de una sexta parte de nuestra economía cada año, según empresas cierran, o cambian de estrategia, o substituyen trabajadores por máquinas, o quién sabe qué, y la reconstrucción acelerada de los escombros, con miles de empresas haciendo lo contrario a la misma velocidad. Proteger empleos es una tarea absurda, imposible; las empresas fracasan, innovan, o se estancan demasiado rápido como para que una ley pueda hacer nada para evitarlo.
Esto hace de la última ocurrencia de Yolanda Díaz del despido reparativo, intentando aumentar las indemnizaciones de despido especialmente para trabajadores mayores de cincuenta años, una idea singularmente estúpida. Dejando de lado el hecho de que la tasa de paro para menores de veinticinco es casi el triple que para mayores de cincuenta (la izquierda, siempre protegiendo a los más vulnerables), es otra vuelta de tuerca más a esta imagen absurda de una economía estática de puestos de trabajo imperecederos que sólo desaparecen porque el empresario es mala persona. En realidad, la economía siempre está destruyendo empleo, y los trabajadores se van al paro según la suerte que tengan con la empresa que les ha contratado y la competencia de sus jefes. Prohibir al empresario que les despida o castigarles con indemnizaciones punitivas no hará nada para revertir este hecho.
Si una empresa se ve forzada (o elige) a despedir a alguien, el Estado no intenta meterse a garrotazos con el empresario para preservar ese puesto, sino que ayuda al trabajador con un subsidio
La respuesta obvia, que es la adoptada en todos los países con mercados laborales más sensatos y funcionales que el español, es proteger al trabajador, no al puesto de trabajo. Si una empresa se ve forzada (o elige) a despedir a alguien, el estado no intenta meterse a garrotazos con el empresario para preservar ese puesto, sino que ayuda al trabajador con un subsidio de desempleo generoso, políticas de empleo eficaces, y una tasa de paro tan baja como sea posible para que pueda encontrar algo rápido. Sabemos que la economía destruye empleos; lo que queremos evitar es que destruya trabajadores, así que haremos todo lo posible para protegerles del golpe.
Cuando un país crea un sistema elaborado de indemnizaciones por despido, juicios, compensaciones y demás, todas estas medidas tienen un efecto básicamente nulo en la proporción de empleos destruidos y creados cada año. Su impacto es distributivo, cambiando el motivo por el que los trabajadores pierden su puesto de trabajo. En países como Dinamarca, Suecia o Estados Unidos, con costes de despido bajos, es mucho más habitual perder el empleo por despido que en España o Francia. Los lugares con mercados sobre regulados, como el nuestro, lo habitual es perder el trabajo porque se te acaba un contrato temporal. La mayor diferencia, sin embargo, radica en el porcentaje de trabajadores que dejan un puesto de trabajo por voluntad propia, algo mucho más habitual en mercados poco regulados. Eso sucede porque la tasa de paro en esos países es, sin excepción, mucho más baja.
Podemos escoger entre un mercado laboral donde el desempleo se concentra en trabajadores jóvenes con contratos basura y todo el mundo vive aterrado de salir de su empresa porque la tasa de paro es más alta, o un mercado laboral más flexible, con más empleo, y donde los trabajadores cambian a menudo de empleo buscando algo mejor.
La izquierda podemita española, incomprensiblemente, parece preferir la primera opción.
Karl
"Nada debería ser más obvio que el organismo empresarial no puede funcionar según su diseño cuando sus "parámetros de acción" más importantes -salarios, precios, intereses- se trasladan a la esfera política y allí se tratan según las exigencias del juego político o, lo que a veces es más grave aún, según las ideas de algunos planificadores." ~Joseph A. Schumpeter
juez
"Porcentaje de trabajadores que dejan un puesto de trabajo por voluntad propia": estaría genial poder comparar datos. El efecto "carcel" que tiene nuestro sistema, tanto para la empresa como para el empleado, una vez que se ha llegado a cierta antigüedad es terrible: la empresa no despide porque es muy caro, y el empleado no se plantea marcharse por no renunciar a una hipotética indemnización. En esa situación el incentivo por mejorar y mantener la motivación desaparece (funcionariado de la empresa privada). En mercados laborales dinámicos se percibe con cierta sospecha a aquellos que llevan más de 5 años en el mismo puesto (¿cómo pueden seguir motivados? ¿no tienen ambición? ¿no quieren crecer profesionalmente? ¿no serán vagos, conformistas, lentos...?).
vallecas
Es que no son de izquierdas, son comunistas. La izquierda ha desaparecido de España. Es que odian a España. Si usted dice "izquierda española" parece que acaba de llegar su larga estancia en , por ejem, Texas. Yolanda Díaz, (Vicepresidenta) presume de ser comunista, dice que el comunismo es Democracia. Para entender, y escribir, hay que saber esto.