Opinión

La Diada de los humillados

Cada año la misma pesadilla. Y los constitucionalistas catalanes, entre ellos los más de cien mil ciudadanos, que votaron el 23 de j

  • Manifestación con motivo de la Diada

Cada año la misma pesadilla. Y los constitucionalistas catalanes, entre ellos los más de cien mil ciudadanos, que votaron el 23 de julio a favor de España en Lérida y Gerona, en Bellvís y Sau, en Tremp y Pals, solo para volver a comprobar de nuevo como los intereses partidistas de Vox y PP y su negativa a comparecer unidos volvían a condenar su voto a la basura y al país a la derrota, vuelven a sus tácticas favoritas para quitarse del medio de una fiesta que los excluye y los desprecia. Los leridanos huirán de su ciudad en decadencia y volverán a llenar los centros comerciales de Zaragoza, los de Tarragona y Gerona irán a la playa o al campo a disfrutar de este lunes festivo de verano y en Barcelona bastará, si no se vive en el huevo de la serpiente, con meterse en casa y refugiarse en la propia vida.

Solo les sacará de su huida interior el ruido de los helicópteros en los que únicamente se echan en falta las Walkirias como banda sonora que preceda su paso por encima de nuestras agachadas cabezas. Este año, además, la desesperanza se une al miedo y a la impotencia de más de la mitad de los catalanes. Feijóo hablando del “encaje” de Cataluña en España y Montilla defendiendo el entendimiento con Puigdemont son dos caras de la misma moneda y la constatación cruda e incontestable de una realidad: Los constitucionalistas catalanes estamos solos, moneda de cambio lista siempre para ser sacrificada por un solo sillón.

Este año, además, la desesperanza se une al miedo y a la impotencia de más de la mitad de los catalanes

Ayer por la noche empezaron los festejo previos, las marchas de antorchas convocadas en diferentes pueblos en las que los más enloquecidos del exaltado mundo supremacista, mucho jubilado que ha encontrado en el odio una forma de prolongar su ilusión por vivir, se lanzan a la calle a amedrentar al hereje español, ese que conocen bien, que en los pueblos todo se sabe, por su nombre y apellido. Son marchas con olor a los años treinta del siglo pasado, pero que Leni Riefenstahl, a la vista del personal participante y teniendo en cuenta su culto a la belleza, se habría negado a filmar por delito estético por mucho que se lo pidieran Junqueras o Puigdemont.

En Salou, quizás por tratarse de una localidad abierta al mundo y al mar, la marcha totalitaria de los ancianos juveniles en pantalón pirata, camiseta reivindicativa, sandalias y pendiente pirata, se vio sorprendida por una contramanifestación de ciudadanos hartos de ser excluidos, despreciados y atemorizados. Los de las antorchas y un sol poble, acostumbrados al silencio de los corderos, no salían de su asombro, pero uno de ellos reaccionó y gritó amenazadoramente, “ya os podéis ir acostumbrando a lo que viene”. Dejarán de saberlo los que les hacían frente defendiendo la libertad. Por eso mismo, porque hay que ir acostumbrándonos a lo que viene salieron a defender ellos solos su libertad y su bandera. Mientras tanto, un oportuno covid que siempre sabe cuando es el mejor momento de atacar, ha privado al Mesías Junqueras de las pitadas de los suyos. Negados hasta la desaparición, los constitucionalistas ya no existimos ni para ser usados como enemigos.

Todo el odio que los mueve busca nuevos destinatarios y ahora se enfrentan entre ellos, pugnando por ver quién le pide más a Sánchez, quién le pone de rodillas antes. Poco entienden que a Sánchez le da todo igual y aprobará, una por una, todas sus peticiones por fuera de la ley que estén. Lo importante es amortizar el colchón nuevo que se compró cuando entró en la Moncloa y seguir usándolo de momento cuatro años más, y después ya veremos.

Poco entienden que a Sánchez le da todo igual y aprobará, una por una, todas sus peticiones por fuera de la ley que estén

Los que durante el procés lucharon por la libertad y colgaron banderas españolas en el balcón ya han quedado marcados, como también ha quedado marcado el niño de Canet que estos días empieza el colegio y vive siete horas diarias en territorio enemigo, como tantos otros niños de padres valientes que decidieron defender sus derechos y exponerse para nada. Solos entonces y solos ahora, pero antes teníamos la ilusión de que el gobierno de la Nación pondría límites y saldría en su defensa, y ahora ya sabemos que no lo hará. El once de septiembre es un día marcado por las tragedias, propias y ajenas. Un día que no nos representa, un lunes para ponerse al día de la plancha y sentir en el corazón que aunque nos quiten nuestro país y el lugar donde está nuestro hogar deje de llamarse España nadie podrá arrebatárnoslo de la memoria. Por cinco escaños, los que se dejaron perder, precisamente, en Cataluña. A veces no gana el otro, a ve es perdemos nosotros.

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