Oigo por doquier lamentos ante el circo de tres pistas que anuncia ya Trump. Quejas por la inmensa osadía que supone poner la democracia tocquevilliana en manos de esa inconcebible tropa de serviles y con Él a la cabeza. Sorprende y asusta un lego antivacunas al frente de la sanidad, un locutor al frente del mayor ejército de la Tierra, una fanática de Putin para dirigir los servicios de inteligencia y en ese plan. Todos radicales, todos fundamentalistas, y a la sombra todos de un multimillonario famoso por sus extravagancias. ¿El fin del mundo, se pregunta la mitad perdedora –porque en USA, como en España, la sociedad no es hoy una sino dos mitades enfrentadas-- o el orto de una nueva era, acaso el mítico “mundo feliz de los tiempos finales”, para los trumpistas más cerriles? Creo, sin embargo, que cabe pensar que, en última instancia, no será para tanto, sino apenas una nubecilla ocasional sobre el mito que consagró Tocqueville hace casi siglo y medio. No hay más que pararse a reflexionar sobre el hecho de que, en realidad y verdad, esa venerada democracia –racista hasta el corvejón, implacable con la miseria, reducto legal de la pena de muerte, creacionista antes que darwiniana y belicosa hasta el delirio desde su complejo de “gendarme planetario”-- lleva en su haber grandes méritos pero también graves fracasos.
Como la memoria suele ser tan flaca se ha venido tendiendo a conmemorar aquel sistema de libertades dejando a un lado sus culpas más tenebrosas. O lo que viene a ser lo mismo, se ha creído por tradición y erróneamente que los EEUU de América son y han sido siempre el mismo paraíso que cupo entrever en aquella obra fundante. Y no ha sido así. Hagan balance y verá qué endiablada cuenta sale incluso sin olvidar su papel salvador en las dos guerras que suelen llamarse “mundiales”: las otras guerras (la inventada contra España por el magnate W.R. Hearst, la de Corea, la de Vietnam-Camboya-Laos inaugurada por Kennedy, las dos de Irak de Bush padre e hijo, la invasión de la isla de Granada decretada por Reagan , las intervenciones y golpes urdidos por medio mundo dirigidas invariablemente contra las presuntas dictaduras… de izquierda y a favor de las de signo contrario, la discriminación racial, el macartismo, las torturas de Guantánamo o las de la cárcel de Abu Ghraib… Para qué seguir si pocos o nadie se acordarán ya de esa basura.
El antiamericanismo es hoy día una enfermedad no poco anacrónica, tanto que un mindundi como ZP se permite permanecer sentado al paso de su venerada bandera
O sea, que el toque está en que los EEUU, como casi todas las demás naciones, no son una entidad histórica inmutable, no constituyen un “factum” sino un “fieri”, como diría Gracián, además de perfecta en lo humamente posible, sino un río temporal que viene de lejos con sus plácidas corrientes y sus saltos violentos, sus etapas boyantes y sus crackes suicidas, sus cumbres y sus miserias culturales y en ese plan. Un país no es lo que cree que es sino lo que va siendo, y EEUU no iba a ser una excepción. ¿O es que no hay una distancia insalvable entre lo que fueron, pongamos en los años 60 y 70, esto es, cuando el idealismo de mis congéneres y yo mismo llevábamos en la solapa ese pin antiyanqui que tanto inquietaba a la policía franquista, mientras nos zambullíamos con inocencia en busca de certezas ideológicas en las aguas profundas de los Marcuse, los Chomski, los Galbraith o los Wright Mills? Aquella prensa fue capaz de derrocar a un Presidente mentiroso (¿les suena eso de algo?) mientras hoy sus “medios” más prestigiosos ven cómo su credibilidad se escurre por el sumidero.
Es verdad que el antiamericanismo es hoy día una enfermedad no poco anacrónica, tanto que un mindundi como ZP se permite permanecer sentado al paso de su venerada bandera, es decir, algo muy distinto a lo que era cuando los pringaos como yo y mis colegas protestábamos contra el genocidio impune de My Lai o el criminal golpe de Estado encubierto en el Chile de Salvador Allende. Ni nos acordábamos ya de Hiroshima y Nagasaki, ya ven lo que son las cosa!, porque los Kissinger , los McNamara y su ralea habían borrado del palimpsesto que es la memoria generacional, con el auxilio del tiempo, hasta el penúltimo rastro.
Conformes, pues, en que más valen pies de plomo a la hora de enjuiciar el pasado, pero también en que lo de ahora es incomparablemente peor porque, a poco que se repase la lista de los nuevos mandamases, se advierte con facilidad que, por encima de su peligrosidad personal, lo lógico es que la última palabra le esté reservada al gran dictador: ellos se limitarán a abrillantar sus zapatos tras cada mal paso que dé el que de verdad manda. Y no sé si añadir “menos mal” o “lo que faltaba”.
¿Cabría comparar ahora el tema con lo que está ocurriendo en España desde antes y después de los llamados “trenes de tormentas” que nos asolan esta temporada? Pues tal vez, pero le cedo la ocasión a otro. Hay días en que uno no está para más.