La única frontera precisa y probada de las lenguas de España es la del castellano. Se extiende de manera uniforme por las autonomías peninsulares e isleñas más las ciudades de Ceuta y Melilla. Es la lengua de la izquierda, extrema o moderada, y de la derecha en todos sus grados de notoriedad; de ricos y pobres; del urbanismo y del campo; de los barrios desheredados y de los acomodados; de las solemnidades y del botellón; de los hombres, de las mujeres y de los LGTB; de la religión y del laicismo; de la recepción y del parloteo; de la cultura, de la sociedad, de la familia y de los amiguetes; de la industria, de la empresa, del comercio; del trabajo, del ocio y del fútbol y del cotilleo; de los propietarios, de los inquilinos y de los okupas; de pijos, pijas y chonis; de libros, folletos y panfletos; del habla fina y de la relajá, en fin, de todos, todas, todes y todo. Quienes viven en España no la ignoran. Si alguien la desconoce se sitúa al margen de la sociedad o más o menos aislado.
El territorio de la lengua española limita al oeste con la portuguesa y al norte con la francesa, que a su vez limita con la italiana. Portugués, español, francés e Italiano han servido para el desarrollo cultural, intelectual, comercial y literario de las cuatro naciones durante muchos siglos.
La lengua previa al desarrollo cultural del territorio ocupado por los cuatro países fue el latín, que si no se hubiera desmoronado por ausencia de poder unificador sería hoy, tal vez, lengua única de Italia, Francia, España y Portugal. Como se fragmentó en decenas de dialectos, las nuevas grandes lenguas unificadoras que cuentan hoy con decenas de millones de hablantes monolingües son el italiano, francés, español y portugués. Las cuatro han empañado, que no eclipsado, a otras lenguas neolatinas como el gallego, catalán, bretón, occitano, véneto, sardo y muchas más, a las que auxilian porque sus hablantes las reciben también en la infancia como propias.
En una mirada profética al futuro tendríamos que decir, pues es ley de la evolución, que esas lenguas que viven sometidas a otra de mayor horizonte social y cultural suelen vivir maltrechas
También el latín, lengua que mejoraba el entendimiento y el desarrollo, oscureció para siempre, unos siglos antes, al íbero, al celtíbero, al aquitano, al galo y al etrusco y probablemente a muchas lenguas más de las que no sabemos mucho. En una mirada profética al futuro tendríamos que decir, pues es ley de la evolución, que esas lenguas que viven sometidas a otra de mayor horizonte social y cultural suelen vivir maltrechas. Eso es lo que ha venido sucediendo con el gallego, asturiano, vasco, catalán y valenciano en los últimos siglos.
Fuera de las cuatro principales, las otras lenguas neolatinas, carentes de fuerza para cohesionar hablantes, reparten irregularmente sus fronteras. Viven más fuertes en núcleos rurales y en el seno de las familias que en las ciudades y la vida social y cultural.
Un movimiento de reivindicación nacido en España desde el establecimiento de las autonomías promueve en las últimas décadas los usos de las lenguas minorizadas para hacerlos llegar a todos los espacios, pero chocan con la indefinición de las fronteras. En ninguna autonomía coinciden los lindes políticos con los lingüísticos.
la Lehendakaritza reacciona cuatro siglos después de que el español desplazara pacíficamente al vasco en la provincia de Álava
El dominio del catalán-valenciano está repartido de manera irregular en cinco autonomías y otros países (Francia, Andorra, Italia). Solo en tres de ellas Cataluña, Valencia y Baleares, intensifican y promocionan al catalán-valenciano. En los otros dominios (Franja de Aragón, Murcia) y los otros países no se protege el devenir natural de la lengua. ¿Debemos considerar que sus hablantes son de segunda fila? Para muchos, además, el catalán inyectado en Cataluña divaga y malvive en la tolerancia social, mientras prevalece por imposición en las instituciones. Parece como si las imposiciones nacionalistas en vez de confinar al castellano ejercieran el efecto contrario.
Más compleja aún es la repartición territorial del vasco. Si don Pelayo reaccionó de inmediato en Covadonga para recuperar el avance musulmán, la Lehendakaritza reacciona cuatro siglos después de que el español desplazara pacíficamente al vasco en la provincia de Álava. Debe usted saber, señor lendakari, que está llevando a cabo una reconquista tardía y desatinada. Aunque el euskera enmudece en las casas y calles de Vitoria, si alguien escribe Universidad del País Vasco sin añadir lo mismo en euskera, se la juega. El vasco se inyecta en vena en las dependencias administrativas y académicas como si no hubiera estado mudo cuatro siglos en casi todo Euskadi. En Iparralde, pues no se puede decir País Vasco francés para que no te petrifiquen, a las autoridades académicas galas les traen sin cuidado las transfusiones ibéricas de vasco.
El castellano arraigó en Iberoamérica de la manera en que mejor se aceptan y ensanchan las lenguas, por decisión de sus hablantes y sin que nadie lo impusiera
Y mientras territorios monolingües son invadidos de bilingüismo forzado, otros ambilingües viven en total abandono. Así de desprotegidos, aunque no se quejan mucho, están los pueblecitos leoneses o asturianos que hablan gallego.
La irregular distribución de las lenguas habladas por quienes necesitan otra es habitual en la topografía del planeta. Aparecen y desaparecen de tal manera que solo un detalladísimo y perturbado mapa podría describir el paisaje multicolor. Esa fragmentación de territorios con dos lenguas, tan ajena a las fronteras administrativas, es el resultado de influencias históricas, geográficas, políticas, sociales y culturales. Establecerlas o concretarlas es una tarea minuciosa que todavía nadie se ha atrevido a diseñar. Nos servimos mientras tanto de mapas que informan con un solo color de las lenguas, sin señalar que solo las que están en boca de hablantes monolingües, pueden dibujarse con espacios monocolor.
El castellano, que tuvo su primera residencia en un rincón del norte de la península, amplió sus dominios hacia el sur mientras oscurecía, porque así lo quisieron los hablantes, a las otras lenguas neolatinas. En el siglo XVI se instaló en América, pero solo afianzó su estado tras la independencia de los territorios colonizados. Se hizo de la manera en que mejor se aceptan y ensanchan las lenguas, por decisión de sus hablantes y sin que nadie lo impusiera. La descolonización afianzó la propagación del español por el continente. Gobiernos y gobernados entendieron, como tantas veces ha ocurrido en la historia, el valor de la lengua en que más conviene expresarse. Hoy unos veintidós millones de hablantes de otras lenguas estudian español, conscientes del inmenso bien que supone conocerlo.