Opinión

El número mágico

El recién nombrado secretario de Salud Pública de la Generalidad de Cataluña, Esteve Fernández Muñoz, el día anterior a su designación retiró el lacito amarillo de sus correos electrónicos. Finalizó de manera fulminante su campañ

  • Pere Aragonès y Salvador Illa. -

El recién nombrado secretario de Salud Pública de la Generalidad de Cataluña, Esteve Fernández Muñoz, el día anterior a su designación retiró el lacito amarillo de sus correos electrónicos. Finalizó de manera fulminante su campaña, personal e intransferible, por “la libertad de los presos políticos y exiliados catalanes” que había iniciado el 27 de noviembre de 2017. La mantuvo al parecer durante tantos años hasta que le llegó la noticia de que pasaba a engrosar la lista de nuevos altos cargos seleccionados por Salvador Illa. ¿Una anécdota? No, un síntoma.

Quien tiene la ventura de no seguir cotidianamente los medios de comunicación en Cataluña -incluidos los suplementos de los presuntos globales- no se puede hacer una imagen cabal del abismo que separa la realidad social y el discurso político. Tarradellas tuvo que morirse para alcanzar tal consenso; mientras vivió fue cuestionado a partes iguales, entre otras cosas porque la izquierda, que entonces apenas lucía de institucional, ofrecía alternativas, y la derecha catalanista se esforzaba en el blanqueamiento de un pasado golfo y muy sustancioso. Lo de Illa es otra cosa.

De Salvador Illa sí que puede decirse que es el punto de Arquímedes que puede sostener el mundo, porque es sabido que fuera del mundo de Pedro Sánchez no hay más que espacios vacíos que amenazan a los ciudadanos con infiernos telúricos de la extrema derecha. No hay más mundo habitable que el del Puto Amo y debemos hacernos a la idea de la consigna. Parece mentira que la gente se lo crea, pero es la tarea que se han encargado de trasmitir por tierra, mar y aire. Por eso no se le ha dado el valor que tiene a la cumbre de Canarias entre los dos presidentes en ejercicio; el Amo y el guardaespaldas. No fueron los cayucos, ni la intensidad del albur presupuestario, ni nada acuciante que consintiera romper los días de descanso del Presidente en Lanzarote, pero Salvador Illa sí. Luego ya pudo viajar a África, hacer juegos de manos ante Clavijo -el presidente canario sacado ahora del anonimato- y ser filmado y entrevistado sin preguntas. Sus singulares ruedas de prensa consisten en discursos; se entrevista a sí mismo.

No hay más mundo habitable que el del Puto Amo y debemos hacernos a la idea de la consigna. Parece mentira que la gente se lo crea, pero es la tarea que se han encargado de trasmitir por tierra, mar y aire

No es baladí que el mismo día y a la misma hora que la insaciable María Jesús Montero iba a hacer su habitual sesión pornográfica en el Senado, exhibiendo una vez más sus vergüenzas, el Jefe programara en el Instituto Cervantes su recital de excelencias. El lugar y el momento venían dados. Achicar lo que pudiera surgir de un Senado donde está en patética minoría y utilizar una institución como el Cervantes en lo que viene siendo desde su creación: un comedero de lujo para socios de un club donde se entra por cooptación. La verdad es que ha caído mucho en su trayectoria y que hoy lo dirige un truhanillo de la cantera granadina de poetas de la “nueva sensibilidad” que fundó un magnífico, el suicidado Javier Egea, y donde cohabitaron otros muy pobres, como Benjamín Prado y el actual director del Cervantes, Luis García Montero, que llevaba media vida ensayando con alguien de relumbrón -el desvaído Ángel González tardío- y siguió hasta alcanzar una pluma pretenciosa y un futuro garantizado, en grande. Hay que confiar que haya en la Institución de las Letras funcionarios dignos, capaces de hacer marchar el Cervantes, pero las notoriedades que lo ponen al servicio de quien les ha colocado no precisamente honran la marca. ¡Pobre Cervantes, vaya vida que le dieron y menudo aciago el destino con el que le atropellan! El colofón lo ha puesto el presidente Sánchez al abrir este curso 2024-25 con algo tan iletrado como un discurso sobre sí mismo. La primera fila ocupada por más de la mitad de su Gobierno y detrás la clá de figuras, figurillas y figurones, que cerraron la sesión con una coral de aplausos. 

Esa es cultura oficial, damas y caballeros, para bien de la lengua y de las instituciones que la manejan como el carro de los helados; por hábito y para aliviar. ¿Qué pinta un presidente del Gobierno abriendo el curso del Instituto Cervantes? No había ocasión mejor para amenazar con “las pilas cargadas”, los eventuales tres años que le quedan e incluso el detalle extrafino de “los autobuses y los Lamborghini”, que me temo mereció una salva. ¿Alguien, alguna vez, se atreverá a denunciar esa casa de los pequeños horrores y los grandes honores, que se protege bajo la amenaza de cerrarle el grifo de esa agencia de viajes y residencias? En el fondo, otra humillación más que la ciudadanía lleva con la ligereza que otorga la saturación.

La distancia entre clase política y clase social es tan abismal que luego los especuladores de las ideas tendrán mucho tiempo para valorar el desplazamiento de los abandonados hacia la extravagancia. Provocar al personal con la comparación entre las esquilmadas tierras de Cuenca, Teruel y Soria con la pretendida nueva financiación de Cataluña no sólo lo puede hacer Esther Peña o Pilar Alegría, portavoces, sino que se esconde detrás de cualquier palmero que ahora descubre que quería ser federal pero no se había dado cuenta hasta que Pedro Sánchez descubrió el Número Mágico.

¿Cuál es el número mágico? Lo exhibió un vocero de Junts en el Congreso, Eduard Pujol, una mediocridad sin especial talento para la nigromancia, pero le basta para contar con los dedos. Él lo dijo, “7 es un número mágico”, porque 7 son sus diputados y otros 7 los de Esquerra, y sobre dos 7 tienen que poner Salvador Illa y su Puto Amo el punto de apoyo que no derribe sus castillos de naipes. Ni las centrales sindicales alquiladas, ni los empresarios que ven el negocio inmediato, ni los ciudadanos alucinados ante una discusión que les sobrepasa porque no saben qué es un cupo, o un concierto más allá de los grupos rokeros, y nadie quiere aclararles cuanto les va a costar el Número Mágico. Y los palmeros a lo suyo: mejor federal, aunque sea imposible, pero con la intención basta; hay que confiar en el Presidente porque el mundo sin él es la inseguridad. Claro que él también es la inseguridad, ¡pero mientras exista el Número Mágico!

A Roca Junyent se le cita poco últimamente; además de Padre de la Constitución es un barómetro en las situaciones sombrías. Roca es nuestro Andreotti; dónde esté hay siempre algo que ganar. Cuando le preguntaron hace días si era independentista, reaccionó a la manera andreottiana: “Prefiero no responder a esa pregunta”.

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