No dudo de que las formas siempre pueden esperar si lo que urge es el fondo. La postmodernidad, allanadora de tantas pamplinas pero también propiciadora de tan graves desafíos a las maneras comunes, nos alarma cada vez más proponiendo de hecho la gratuita liquidación de las correcciones y modales, de manera especialísima en la vida política. Ahí está ese encanallado alcalde canturreando como un bellaco la desquiciada ocurrencia de elogiar la pederastia. A su lado palidece la grosería del ministro Puente aludiendo a su presidente como el “puto amo” y se queda en mantillas la cazurra bellaquería con que un Jesús Gil ejerció, a la sombra del felipismo, la alcaldía de Marbella. Lo que no se me alcanza es si habremos tocado ya fondo o habrá que esperar aún hazañas peores de esta chusma que, por lo visto y oído, parece capaz de toda avilantez amparada en la impunidad que le brinda el Poder que tendría que frenarla. ¡Un alcalde ilustrando a su pueblo con la historieta chabacana del pederasta que se ufana en público de su proeza! De momento, en efecto, resulta difícil imaginar siquiera la superación de esta infamia.
La conveniencia de adecentar el municipalismo sometiendo a una rigurosa prueba al candidato a regir a sus vecinos. Soñar, ya lo ven, era gratis entonces como ahora
La reacción de su partido, el siempre irresoluto PP, ha sido anunciar que ya ha exigido a ese baladrón que devuelva la vara al pueblo y se vuelva a la majada a entretener a sus gañanes, ya que, al no ser militante suyo ese bárbaro, parece que ni el mismísimo jefe de la Oposición encuentra remedio más expeditivo. La democracia española no sabe qué hacer con un patán que alardea ante su propio electorado refiriendo con todo detalle, y en los términos más obscenos, el incontable cuento de cómo encontró en el bosque a su Caperucita y se la llevó a casa para abusar de ella. Oigan, ¿y no cabría alguna acción judicial contra ese miserable que, eso sí, se ha asegurado un puesto destacado en la compaña barroca de los alcaldes que, en sus sátiras, retrataron nuestros graves moralizadores del Siglo de Oro? No recuerdo cuál de ellos propuso alguna vez, estirando la ironía sobre la triste realidad municipal, la conveniencia de adecentar el municipalismo sometiendo a una rigurosa prueba al candidato a regir a sus vecinos. Soñar, ya lo ven, era gratis entonces como ahora
Obligar a un granuja semejante a renunciar al cargo político es, desde luego, una reacción imprescindible, pero a un tío ruin que exhibe su impudicia hasta el punto de incitar groseramente al abuso de menores, además de separarlo de la política, habría que ponerlo sin demora en manos de la Justicia. Por lo demás, daba pena escuchar a sus vecinos banalizar la hazaña de su regidor alegando que, al fin y al cabo, esa misma miserable endecha no la ha cantado él solo sino que se trataba de una consolidada tradición local, jocosamente aceptada por “hombres y mujeres” de la vecindad. Claro que peor si cabe que este indecente apoyo lugareño ha resultado la desconcertante desdramatización de la fechoría intentada públicamente por el mismísimo presidente de la Conferencia Episcopal Española en términos próximos a la complicidad moral.
Parece, eso sí, que la zafia imagen repetida en la tele habría provocado también el rechazo de una amplia mayoría de españoles. Algo es algo, ya que, el fin y al cabo, la gesta de ese monterilla no constituye propiamente una novedad en nuestra arrastrada democracia. Menos mal, ya digo, porque en este secarral incívico llueve sobre mojado desde hace tiempo sin que el personal se resguarde siquiera del chaparrón. No hace tanto que un sujeto que hizo fortuna a la sombra y en representación del partido más feminista de que haya memoria, llegó a diputado y lo celebró difundiendo entre la divertida gañanía –ante el regocijo y con el aplauso de sus más altos conmilitones-- la bonita canción que llevaba el título de “Chúpame la minga, Dominga”, ¿se acuerdan?, y ahí lo tienen disfrutando no sólo de su impunidad sino complementando su cesantía con las colaboraciones que le ofrece el desgalgadero ruin de las actuales tertulias televisivas. Creo que ese sujeto se llamaba Echenique pero, por favor, no me pidan que complete la letra de la obscena tonadilla. Me parece que fue Francois Furet, creo que hablando de Robespierre, quien dijo que ni en el predio mejor cultivado cabe evitar la cizaña ni resulta posible eludirla en la vida política. ¡A los españoles nos lo va a contar el maestro!
CAYMAN
Todo lo que vd narra es la pura y dura democracia, el poder del pueblo y el pueblo es como es. Personalmente siempre prefiero una autocracia, que una democracia, es cuestión de pareceres. Yo respeto a los demócratas, pero no les entiendo.