Los apoyos nacionalistas, taimados y enrabietados, le han recordado esta semana a Sánchez que es frágil, que su mayoría es escueta, que su bonanza parlamentaria pende de un hilo. Por un voto, casi a los penales, sacó el Gobierno su propuesta de hacer fijos a un ejército de interinos. Incluso una diputada de Podemos mostró el colmillo y vaciló a la presidenta Batet, que trastabilló en el cómputo y tuvo que repetir la ceremonia.
Aplaudía Iván Redondo en el rincón de los proscritos. Al gurú defenestrado le esperan sesiones de gozo y disfrute. A Sánchez, las cosas le van a ir peor. Algo más que una mala racha. Desde las elecciones catalanas se le amontonan las derrotas, el ridículo le asfixia, como a España en Eurovisión. No todo son jugarretas del destino. Lo cierto es que no da una. El patinazo murciano, el batacazo del 4-M en Madrid, los infames indultos, el frenazo de Bruselas a la embestida contra el CGPJ, las severas advertencias europeas sobre las reformas económicas, el ridículo del paseíllo con Joe Biden, la avalancha marroquí sobre Ceuta, el oprobio ante la represión cubana (no lo llaméis 'dictadura'), el bofetón del TC por el decretazo de la alarma, el dramático cambio de partitura en la pandemia (de las sonrisas a, de nuevo, el toque de queda).
Un largo rosario de sonoros reveses que el cesarín de la quijada de cemento intentó compensar con una acelerada crisis de Gobierno, la defenestración de los ministros abrasados, la incorporación de ignotos y sonrientes refuerzos femeninos y la solemne apertura de una nueva etapa bajo el rimbombante eslogan de 'la renovación', ya sin Redondo en la factoría de prodigios de la Moncloa.
"Todo en la vida, hasta la práctica de una autopsia, termina por producir algún efecto", aventuraba Lamborghini. Estos cambios, sin embargo, no han logrado modificar la funesta imagen del Ejecutivo. Las nuevas ministras, en sus primeros compases, apenas han despejado las dudas sobre por qué narices alguien decidió extraerlas de sus respectivas alcaldías y depositarlas en los sillones del Gobierno. No han escamoteado ni tiempo ni medios en la loable labor de consumar el ridículo, de despertar el sonrojo y avivar el rubor ajeno.
Una grotesca campaña intentó compensar el desastre del periplo USA, mediante encendidas alabanzas al clamor unánime que desataba, a su paso por teles y avenidas, la galanura y el admirable porte del primer ministro español
Tampoco Sánchez ha conseguido recomponer su cartel. El periplo por los Estados Unidos derivó en una inexplicable patochada. No ya Biden, refractario e inalcanzable. Ni un solo miembro de la administración norteamericana se avino siquiera a compartir un café con el malquerido visitante, presidente de un Gobierno de coalición con comunistas y respaldado en el Hemiciclo por antiguos terroristas e independentistas. Una grotesca campaña mediática intentó compensar el desastre del periplo mediante encendidas alabanzas sobre el clamor que despertaba el admirable porte del primer ministro español. 'Hot president' y 'Superman', llegaron a escribir algunos cronistas, con el descaro de quien ha perdido la vergüenza.
Tampoco la Ley de la Memoria Democrática, ni siquiera con el señuelo de la exhumación de José Antonio, que a quién le importa, ha logrado reavivar los ánimos caídos de la familia socialista, descreída y doliente, a pesar de los ímprobos esfuerzos que despliega José Félix Tezanos con nuevas oleadas de su desacreditado CIS. Es tal la audacia en su cocina que Vox lo ha llevado a los tribunales para que vuelva la decencia a los pucheros.
El purgado Ábalos dio la cara, en su zarrapastroso estilo, pese a ser relativamente ajeno a este affaire en el que, al fondo, se advierte la patita y la manita de José Luis Rodríguez Zapatero
Ha aterrizado también el escándalo 'Plus Ultra', destapado hace cuatro meses por Vozpópuli, a pesar de presiones y amenazas de todo tipo por parte de correveidiles gobernamentales. El purgado Ábalos dio la cara, en su zarrapastroso estilo, pese a ser relativamente ajeno a este affaire en el que, al fondo, se advierte la patita y la manita de José Luis Rodríguez Zapatero y su conexión venezolana. Uno tras otro, los reveses se acumulan, los estropicios no cesan. La baraka de Sánchez se agota.
En Moncloa se viven momentos de inestabilidad y dudas. Algunos de los puntos de referencia del sanchismo se tambalean: apenas hay ya un discurso que ofrecer, un estandarte que airear, un lema que proclamar. "Nadie quedará atrás" ya da la risa. "Hemos vencido al virus" mueve a la ira. "Saldremos más fuertes" propicia el bofetón. La 'operación reencuentro' con Cataluña, que el próximo día 2 se plasmará en la mesa del diálogo, irrita a sus votantes del resto España. La película de la 'renovación' tan sólo se la cree la alcaldesa de Gandía, una anónima ingeniera de seductora insipidez. La epopeya de la vacunación no logra imponerse a las dudas de los contagios. Para redondear el horizonte de incertidumbres, el Gobierno sufrió una sesión de turbulencias parlamentarias de las que no tenía memoria. ¿Quién las va a estabilizar? ¿Quizás ese Simancas no conduzcas (copy Pedro Corral)?
Sin banderines de enganche, sin proezas que cantar, sin epopeyas que airear, sin glorias que aventar, sin proyectos que desplegar, el sanchismo entra en su etapa más oscura. Dos años faltan hasta las elecciones, cierto. Sus apoyos periféricos no le abandonarán. O sí. A la espera de los fondos europeos, tabla de salvación del club de amiguetes del Ibex y asociados, el revólver de Sánchez se queda sin balas. Para espantar su aturdimiento ha reclutado a algunas piezas del zapaterismo, con Pepiño y Barroso al frente, que ya han ocupado sus posiciones y se disponen a preparar el terreno para el arduo bienio que les espera. La Moncloa es ahora una bola polvorienta y detestable de la que acaban de salir unos cuantos golferas y sectarios y acaban de retornar 'los brujos visitadores' de antaño.