Opinión

El secreto de Petro

Gustavo Petro, un exterrorista ahora con piel de cordero, frente a Rodolfo Hernández, un empresario veterano convertido rey del Tik Tok. Colombia afronta con suspense su segunda vuelta electoral

  • Gustavo Petro

Tal y como señalaban las encuestas, Gustavo Petro, un candidato de 62 años sobradamente conocido en Colombia ganó la primera vuelta de las elecciones colombianas. Lo hizo con autoridad, pero no arrasó. De haberlo hecho habría sido elegido directamente sin necesidad de balotaje. Eso ya nos da una primera pista. Petro es popular sí, pero no tan popular como para que la mitad más uno de los colombianos le hayan dado su apoyo en primera vuelta en la que se presentaban un total de ocho candidatos. En la segunda vuelta sólo habrá dos, Petro y Rodolfo Hernández, que tendrán que recoger voto y para ello necesitarán diseñar cuidadosamente una estrategia.

Pero antes vayamos con el ganador, con Gustavo Petro, un tipo que lleva en política toda la vida y que esta era la tercera vez que se presentaba a las elecciones. En 2010 quedó cuarto y en 2018 segundo. Petro, aparte de porfiado y de llevar desde siempre ahí expuesto al escrutinio público, es un candidato peculiar, tanto que sorprende que haya llegado tan lejos. Es de izquierda en un país eminentemente conservador. Durante su juventud fue guerrillero, algo que rechaza de plano la mayor parte de los colombianos por las heridas que la guerrilla dejó en la sociedad colombiana durante décadas. Es también un norteño en un sistema político dominado desde siempre por las élites de Bogotá ya es de por sí llamativo.

Cabe preguntarse cuál ha sido entonces el secreto de Petro. No hay uno, sino dos. El primero es la virtud de la paciencia que, en el caso de Petro, ha combinado con una obstinación encomiable. Petro ha esperado su momento durante muchos años. Primero como representante y senador y, finalmente, como alcalde de Bogotá, ha ido construyendo una marca de populista combativo dispuesto a criticar a todos los Gobiernos. A eso es esencialmente a lo que se ha dedicado desde que estrenó su escaño en la cámara de representantes allá por 1991, hace ya más de 30 años. Sus críticas contra la corrupción y la desigualdad le fueron, poco a poco, colocando en el mapa como el izquierdista colombiano por antonomasia, la contrafigura de Álvaro Uribe y, en general, del uribismo.

Todo a pesar de que, y esto es importante remarcarlo, Gustavo Petro es alguien del sistema que no conoce otro medio de vida que la política. No es un Hugo Chávez o un Rafael Correa que irrumpieron desde fuera

A diferencia del peruano Pedro Castillo, un velocista que apareció de la nada y ganó las elecciones de Perú de hace un año, o de Gabriel Boric, otro velocista que en pocos años ha pasado de organizar huelgas en la universidad a ocupar el despacho presidencial, Petro es un corredor de fondo. Su carrera política, que comenzó con su desmovilización de la guerrilla M-19 en 1990, ha sido muy larga. Incluso después de su turbulento mandato como alcalde de Bogotá, durante el cual fue destituido por la Procuradoría General durante unos meses por mala gestión, mantuvo seguidores leales al insistir en el mensaje de que el statu quo se había roto y que él representaba la novedad.

Todo eso le daba el atractivo de un recién llegado, un rebelde que venía desde fuera a renovar un sistema corrupto y anquilosado. Todo a pesar de que, y esto es importante remarcarlo, Gustavo Petro es alguien del sistema que no conoce otro medio de vida que la política. No es un Hugo Chávez o un Rafael Correa que irrumpieron desde fuera (uno desde el ejército y el otro desde la universidad) para cambiar ese mismo sistema. Su trayectoria, de hecho, es mucho más parecida a la de López Obrador que a la de Chávez

Esa insistencia en mostrar un izquierdismo justiciero frente a un sistema conservador y corrupto inspiraba algo de miedo entre muchos colombianos. Cuando se presentó en 2018 a muchos les preocupaba que pudiera implantar un socialismo autoritario al estilo venezolano. Iván Duque lo aprovechó al máximo e hizo buena parte de su campaña ayudado por esa idea. La maniobra funcionó ya que la mayor parte de los votantes prefirió votar a Duque. Petro perdió en la segunda vuelta por más de 12 puntos.

Ha aumentado la violencia en el campo, en las ciudades lo que ha crecido es la criminalidad. Hay una sensación de malestar azuzada por la crisis económica persistente

Duque no ha tenido suerte durante su mandato. Primero se encontró con una economía a medio gas, lo que le ocasionó multitud de protestas callejeras, algunas muy sonadas como las de noviembre de 2019. En marzo de 2020 apareció de golpe la pandemia que, a causa de las restricciones decretadas por el Gobierno, metió al país en una profunda recesión económica. La economía colombiana aún no se ha recuperado de aquello, la pobreza y la desigualdad se han disparado. Ha aumentado la violencia en el campo, en las ciudades lo que ha crecido es la criminalidad. Hay una sensación de malestar azuzada por la crisis económica persistente y la falta de expectativas para buena parte de la población, especialmente los jóvenes. El resultado es que muchos colombianos parecen haber perdido el miedo a elegir a un izquierdista siempre que prometa traer cambios.

El segundo secreto que explica el ascenso de Petro no está tan a la vista. A pesar de su retórica de “outsider”, esta vez se ha puesto en manos de operadores políticos bogotanos de primer nivel. Ha dejado atrás sus ataques contra la clase política corrupta y ha embarcado en su campaña a algunos que forman parte de esa misma clase política. Su mano derecha y principal estratega de campaña, Armando Benedetti, fue uribista acérrimo en el pasado y luego trabajó con Juan Manuel Santos, a quien ayudó a negociar el acuerdo de paz de 2016 con las FARC.

También cuenta con Roy Barreras, muy cercano a Uribe y luego a Santos, presidente del Senado con este último, y que en las legislativas de marzo fue elegido para el Senado en la papeleta del partido de Petro. Estos son sólo dos ejemplos de muchos de antiguos rivales de Petro, miembros todos de la clase política colombiana que Petro decía aborrecer, pero que ahora están de su lado. Un nombre más que permite hacernos una idea de quien compone la cúpula del nuevo petrismo: Jaime Gilinski, uno de los empresarios más ricos de Colombia, dueño del banco GNB Sudameris y del grupo de comunicación Semana, figura entre sus principales financiadores.

Su campaña se ha transformado en un híbrido entre idealismo y realismo. No es el primero que lo hace. Lula da Silva se postuló tres veces a la presidencia antes de ganar en 2002 con la ayuda de partidos de centroderecha

No es que Petro haya cambiado por completo a los izquierdistas por figuras del “establishment”. Su compañera de fórmula, Francia Márquez, una abogada de raza negra, es una reputada activista medioambiental de un izquierdismo inmaculado, al menos de palabra. Su campaña se ha transformado en un híbrido entre idealismo y realismo. No es el primero que lo hace. Lula da Silva se postuló tres veces a la presidencia antes de ganar en 2002 con la ayuda de partidos de centroderecha. Ahora confía en la misma estrategia para regresar al poder este mismo año tras haber elegido a un antiguo rival centrista (Gerardo Alckmin) como vicepresidente. En México Andrés Manuel López Obrador hizo un movimiento similar en 2018 reclutando a miembros de un partido de derecha para que se unieran a su movimiento.

Si finalmente Petro gana las elecciones no sabemos muy bien hacia donde tirará. Por de pronto ha reducido notablemente sus soflamas contra el sistema político y su corrupción. Esa es la especialidad de Rodolfo Hernández que es quien, contra pronóstico, ha pasado a segunda vuelta dejando a Federico Gutiérrez en tercer lugar. Hernández dio un sprint final y se hizo con el 28% de los votos frente al 23,9% de Gutiérrez, que era el candidato oficialista

A Hernández no le puede acusar de uribismo como hacía con Gutiérrez porque Hernández si es un recién llegado. Lo más lejos que ha llegado ha sido alcalde de Bucaramanga, la quinta ciudad de Colombia, durante sólo tres años y medio. Antes de eso se dedicó a sus negocios. Fue empresario de la construcción toda su vida y él mismo se pagó su campaña para la alcaldía. Es un tipo ideológicamente inclasificable que ha hecho buena parte de su campaña en TikTok y Facebook. Es impetuoso (llegó a pegar a un concejal de Bucaramanga durante una discusión) y sabe tocar la fibra sensible de muchos colombianos. Clama contra la corrupción, aunque él mismo está envuelto ahora en un caso de corrupción de cuando era alcalde, y apela al colombiano común exhibiéndose como un empresario exitoso de cierta edad que aúna experiencia y honradez. Esa es la razón por la que hablan de él como el Donald Trump colombiano.

A diferencia de Petro, prácticamente no tiene alianzas y es un desconocido en Bogotá. En la segunda vuelta Hernández podría incluso vender el mensaje de que las alianzas de Petro son prueba de que ha sido cooptado por la misma clase política contra la que luchó durante mucho tiempo. Es posible que la derecha colombiana le entregue el voto no tanto por amor a Hernández (al que seguramente desprecian) como porque es el único que puede impedir que Petro gobierne.

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