En caso de que Iñigo Errejón haya cometido actos de violencia o acoso contra la mujer, estos deberán ser denunciados preferentemente ante los Tribunales de Justicia (mejor, desde luego, que en las redes sociales) para que, con las pruebas que se aporten, puedan ser investigados y esclarecidos y, en caso de que se demuestre que efectivamente se produjeron y son constitutivos de delito, el acusado, con todas las garantías del Estado de Derecho, cumpla la pena que se le imponga. Todo lo demás podrían ser solo juegos florales, habladurías, venganzas personales, dimes y diretes, sospechas más o menos fundadas o testimonios a tener más o menos en cuenta según la credibilidad que nos suscite el relato que se construya o quien lo denuncie; no hay, desde luego, que desestimarlos o tirarlos al cubo de la basura pero tampoco hay que darlos por indudablemente ciertos, dado que la presunción de inocencia, de momento, no se ha derogado en España. Del mismo modo, quien haya ocultado comportamientos delictivos en Podemos, Más Madrid o Sumar, bien sea por conveniencia política o para proteger a un correligionario, deberá responder ante la Justicia.
Desconozco si algunos o todos los testimonios de las mujeres que han denunciado a Errejón pueden considerarse o son hechos delictivos, esto es algo que deberán dirimir los tribunales; desde luego, algunos de ellos son expresiones evidentes de machismo, mala educación y mal gusto, pero ni el machismo ni la mala educación ni el mal gusto (y el mal gusto es relativo) son, por sí mismos, delito. De otro modo estarían las cárceles llenas. De momento, Iñigo Errejón sí ha reconocido comportamientos éticamente reprobables contra las mujeres, del tipo que él mismo denunciaba de manera contundente, lo cual ya es motivo suficiente para ser apartado del puesto de representación política que desempeñaba, con más razón al contravenir su discurso hipócrita, tan de la casa. Y es que ser machista no es delito pero es incompatible con dar lecciones al resto.
La mala costumbre convertida en hábito de mandar a la hoguera a quienes ellos consideren que no cumplen los parámetros supuestamente progresistas que ellos mismos imponen. Y Errejón, entre todos ellos
Y a esto último es a lo que quiero especialmente referirme porque, en caso de que Errejón sea declarado culpable, sería solo uno más de los muchos que han sido declarados culpables por violencia machista, esa lacra, con la particularidad de que en este caso el culpable sería una persona política y mediáticamente relevante, lo cual no sé si es poco o muy importante. Lo diferente en este caso es que, ante testimonios menos graves que los que hemos conocido, Iñigo Errejón habría sido uno de los que habría laminado, defenestrado y enviado a la hoguera pública al denunciado, con o sin pruebas, y sin concederle la menor presunción de inocencia o el derecho a defenderse, especialmente si el denunciado hubiera sido una persona ideológicamente opuesta. Errejón y la izquierda reaccionaria no habrían tenido compasión alguna con el acusado y habrían desplegado toda su artillería verborreica para enterrarlo. Es lo que Errejón comparte con la izquierda reaccionaria que él mismo representa: la mala costumbre convertida en hábito de mandar a la hoguera a quienes ellos consideren que no cumplen los parámetros supuestamente progresistas que ellos mismos imponen. Y Errejón, entre todos ellos, ha sido uno de los más destacados, o sea, de los peores. Y basta con repasar la hemeroteca para recordar cómo se las gastaba con todos los que osaran contradecir sus normas morales o políticas. Y es que Errejón fue, junto a Iglesias, Monedero o Echenique, uno de los más altos representantes de la Santa Inquisición de la Izquierda Reaccionaria, presta a sentenciar a todos los herejes hasta el linchamiento y a no dejar títere con cabeza. Y no me refiero a delincuentes confesos sino a quienes simplemente no respetaran sus cánones de comportamiento, en cualquier ámbito que imaginemos.
Siempre es culpa de todo lo demás, sea el heteropatriarcado, la fachosfera, el capitalismo, el neoliberalismo o las circunstancias cambiantes de la vida que obligan a cabalgar contradicciones y a comportarse de manera farisea
Y es precisamente esta farisaica forma de comportarse lo que ha caracterizado el proceder de ese espacio político y al propio Errejón como protagonista destacado: una gran prepotencia, un gigantesco cinismo y una enorme hipocresía política. Porque mientras denunciaban ciertos comportamientos de sus adversarios, convertidos en enemigos, ellos los practicaban todos, bien fuera comprarse un casoplón, cometer fraude laboral, apoyar a una dictadura o, ahora, al parecer, denigrar a una mujer. O utilizar la mentira como forma de acción política. Porque ellos lo valían. Y podían. Y sin ser nunca responsables de nada, porque siempre es culpa de todo lo demás, sea el heteropatriarcado, la fachosfera, el capitalismo, el neoliberalismo o las circunstancias cambiantes de la vida que obligan a cabalgar contradicciones y a comportarse de manera farisea. Que se lo pregunten a Yolanda Díaz, otra de las alumnas destacadas.
Así que asistimos a la caída de Iñigo Errejón, representante genuino del espacio político podemita y derivados que ha embarrado y llenado de fango la política española, hasta convertirse en el principal responsable de la polarización política que hoy sufrimos. Esos que han venido repartiendo carnets de feministas, de izquierdistas y hasta de demócratas a todos los demás, como si fueran seres superiores. Y ahora, y como suele ocurrir, el populista Iñigo Errejón ha probado su propia guillotina, esa que él mismo con tanto entusiasmo ayudó a construir y utilizó con denuedo.
Errejón es inocente de cometer delito alguno hasta que la Justicia diga lo contrario, ciertamente. De lo que sí es culpable es de haber desplegado una enorme hipocresía política, de haber mostrado una insoportable superioridad moral y de haber envenenado la vida pública durante la última década. Así que es mejor que esté fuera que dentro de la política.