Opinión

Es la decadencia, estúpido

La espeluznante victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses no es el principio del fin, sino más bien el fin del principio

  • Donald Trump -

Mi padre me escribe por el ‘guasap’: “El mundo necesita gente de paz. Este tipo es el principio del fin”. Acompaña la frase con una imagen de la estatua de la libertad tapándose la cara con las manos. Estoy de acuerdo en todo salvo en una cosa: esto no es el principio. Ya había empezado. Hace varios años que comenzó. Así pues, la espeluznante victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses no es el principio del fin. Es más bien el fin del principio, si me dejan ustedes imitar el tonto juego de palabras de Churchill. Lo gordo, lo grave, empieza ahora.

Se ha hecho célebre la frase “Es la economía, estúpido”, escrita el 1992 por John Carville, asesor de la campaña de Bill Clinton, que acabaría venciendo a George Bush (padre). Esa frase hace ver, antes que ninguna otra cosa, que hace treinta años había muchas dudas: nadie parecía saber cómo ganar a Bush y sacarlo de la presidencia. Fue Carville quien dio con la clave: hay que insistir en aquello que preocupa a los ciudadanos, no en cosas que se les antojan lejanas. Y eso era entonces, como es hoy, el dinero. El suyo, no el de los presupuestos generales del Estado.

Hoy ocurre exactamente lo mismo. Decenas, cientos, hordas enteras, miríadas, enjambres, marabuntas de presuntos analistas, opinateguis y “cualquiercosólogos” se esfuerzan en explicar por qué Trump ha ganado a Kamala Harris, cuando la lógica, el sentido común y casi las leyes de la Física indicaban que ocurriría lo contrario. Ninguno de esos expertos lo consigue. Como en aquel viejo cuento indio de los ciegos que se topan con un elefante y tratan de describirlo, todos ven (vemos, mejor) una parte del fenómeno, pero no el fenómeno entero. En julio de hace dos años, 2022, yo mismo escribía en esta página lo que sigue: “No tengo, menos mal, ninguna duda: Donald Trump será procesado y probablemente acabará en la cárcel. Nunca volverá al primer plano de la política y mucho menos a la presidencia, eso es ya imposible”. Me lucí, ¿eh? Ya lo decía Abraham Lincoln: “No conozco ninguna actividad humana menos provechosa que la de hacer vaticinios”.

La mayoría de los “analistas” creen hoy firmemente que la causa del triunfo de Trump “es la economía, estúpido”. Una de las ideas que con más contumacia ha repetido el re-presidente en su campaña iba dirigida a las clases medias y bajas: “Pregúntate una cosa: ¿vives mejor ahora que hace cuatro años?”. En un altísimo porcentaje de los casos, la respuesta era que no.

Pero es que la respuesta a esa pregunta siempre es que no. Una de las primeras lecciones elementales que aprende cualquier sociólogo o cualquier demóscopo es que la percepción personal de cada uno siempre difiere de la realidad general. Cada vez que los encuestadores preguntan a los ciudadanos (en EE UU, en España y en cualquier sitio) cómo les van las cosas, cómo está su situación personal, la respuesta mayoritaria siempre es la misma: fatal, muy mal, un desastre. Pero si a renglón seguido les preguntan cómo ven la situación general, la respuesta más repetida es: ah, bien, mejor, bastante bien, mucho mejor. Es imposible que a todos, tomados de uno en uno, las cosas les vayan muy mal mientras que al país como conjunto le va mejor. La propensión a la queja es una de las características más notorias de cualquier ciudadano, sobre todo si la pregunta se la hace un encuestador, que suele tener prisa y pide respuestas rápidas.

No me atreveré a decir que millones de estadounidenses se han mentido a sí mismos cuando dicen que les cuesta más dinero llenar la nevera ahora que hace cuatro años. Pero la campaña de Trump ha estimulado clarísimamente la propensión a la queja, la percepción personal (siempre pesimista) antes que la contemplación de la realidad general. Después de unos años turbulentos, EE UU disfruta ahora mismo de unos indicadores económicos gloriosos, que el país no veía desde hace décadas. Tienen una inflación del 2,4%, solo dos décimas más que aquí. Su tasa de desempleo está en el 4,1% (en España seguimos por encima del 11%), así que ¿por qué Trump se ha pasado meses repitiendo que el país está fatal, que todo es un desastre y que se atraviesa una terrible crisis? No es verdad. Pero ya lo decía Joseph Goebbels hace casi un siglo: una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en una verdad. Así que no era solo la economía, estúpido. Pero este hombre ha conseguido que lo parezca.

Trump ha logrado que le vote el 53% de los electores varones de origen latino. Eso después de pasarse años insultando interminablemente a los inmigrantes latinos, a los que califica invariablemente de delincuentes, criminales, violadores y todo lo que se le ocurre. Pero sabe bien que muchos de los latinos “de dentro” se sienten ya mucho más estadounidenses que latinos y, si no han olvidado su origen, sí desprecian a quienes tratan de hacer lo que ellos (o sus padres) hicieron: instalarse en EE UU para lograr una vida digna. La identificación de inmigración y delincuencia es otra de las mentiras miles de veces repetida que ha terminado por crear un estado de opinión casi general. Y los latinos le han votado a pesar de que en un mitin suyo se habló de Puerto Rico como “una isla de basura en medio del mar”. Hay casi seis millones de puertorriqueños en Estados Unidos. Le dio igual. Pero es que a este tipo le da todo igual.

Ha crecido el voto a Trump entre los negros, entre las mujeres, entre los jóvenes, entre la gente con y sin estudios… en casi todos los segmentos sociales. Los únicos que le han rechazado son los mayores de 65 años. Un tipo que sostenía que los inmigrantes haitianos andan por ahí buscando perros y gatos para comérselos. Un tipo que ha mentido una y otra vez, miles de veces, salvaje, deliberada, pública, obscenamente. Un tipo capaz de decir, delante de expertos médicos, que la covid19 se curaba inyectándose desinfectante. ¿Cómo es posible que haya ganado?

Este es el hombre que se presenta a sí mismo como “no político” y que desacredita ferozmente a los políticos, como si fuesen todos iguales; como si fuesen una casta de chupasangres cuyo objetivo es el control de todos los demás para su solo y propio beneficio. Eso es lo mismo que decía Mussolini. Eso es lo mismo que decía Hitler. Este es el hombre que urdió un golpe de Estado contra la democracia y que instigó el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021. Este es el tipo que intentó obligar a sus partidarios a mentir sobre el resultado de las últimas elecciones, las que perdió en 2020. Este es el individuo que ha destruido el partido republicano “de siempre” a base de eliminar a todo el que no se sometiera a su sola e imprevisible voluntad. Este es el supuesto “magnate” que se salvó de la ruina (aquella aventura de los casinos) gracias al dinero de la mafia, y que sin embargo se ha ganado la adoración de los que no llegan a fin de mes. Este es el negacionista del cambio climáticos que amenaza con multiplicar el consumo de combustibles fósiles. Este es el tipo machista irredento que ha tenido más aventuras extramatrimoniales que nadie, que fue grabado por el FSB ruso mientras tenía sexo “dorado” con prostitutas en Moscú y que presumía de que a las mujeres se les podía hacer lo que uno quisiera si eras famoso, por ejemplo “agarrarlas del c…”; pues este desvergonzado “pecador” ha logrado el apoyo de los poderosísimos y temibles cristianos evangélicos, que en EE UU son la cuarta parte de la población y que constituyen la extrema derecha religiosa más numerosa y poderosa del mundo, después de las teocracias islámicas.

Y le han votado. Todos ellos. Incluidas las mujeres: 45 de cada 100. Cuando el recuento termine, Trump habrá logrado alrededor de 80 millones de votos, quizá más. Ha logrado lo imposible: controlar todos los poderes del Estado, tanto el ejecutivo como el legislativo (mandará seguramente en las dos cámaras) y el judicial, puesto que controla el Tribunal Supremo. 

No, no es la economía, “estúpido”. Es la decadencia. El mundo está cambiando. Los valores democráticos, liberales y garantistas de los derechos humanos están deteriorándose a ojos vistas en todas partes. El mundo libre que nació y prosperó en más de medio planeta tras la derrota del fascismo en la última guerra mundial se está hundiendo, empujado hacia el fondo por quienes más se beneficiaron de él, o mejor dicho por sus nietos. La lucha de medio siglo entre capitalismo y comunismo ha sido reemplazada por una batalla a dentelladas entre tiburones. No es igual que en los años 20, porque eso es imposible, pero sí hay cosas muy semejantes: estamos ante una generación, o mejor dicho dos, que desconfía claramente de la democracia tal y como se ha entendido en la mitad del planeta desde hace 70 años. Proliferan los líderes que, como Trump, no creen en el sistema democrático, en la separación de poderes, en el equilibrio entre estos y en la dignidad de la política. Ahora eso se llama populismo. Hace un siglo se llamaba de otra forma, ya saben ustedes cuál. No es la economía, o no solo. Es la decadencia de un mundo en el que nacimos y crecimos. 

Y ahora, por favor, sigan ustedes pendientes de lo importante: si al final Broncano se impondrá a Pablo Motos o si será al revés. Que es un sinvivir esto, ¿eh?

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