Media España está ahora mismo colapsada por los tractores, cuyos propietarios están más que hartos (y no les falta razón) de que las diferentes administraciones les traten como al enemigo o como a los “sospechosos habituales” a los que se mencionaba en la película Casablanca, pero lo que parece preocuparnos es otra cosa. Todas las petardas de las tertulias televisivas, sin faltar una; y también muchos y muchas que no tienen nada de petardas, están debatiendo sobre la canción que se ha elegido para representar a España en el festival de Eurovisión, y que se titula Zorra.
Pues muy bien. El Santo Sínodo de teólogos y teólogas de las diversas confesiones feministas ha hecho lo que hace siempre, que es ponerse a discutir; unas en voz muy alta y otras en voz altísima, como es costumbre. Unas truenan que la canción es un himno feminista que “empodera” a las mujeres y fustiga a los maltratadores, y otras retruenan todo lo contrario: que el uso de esa palabra abyecta, cuya séptima acepción (“prostituta”) se pretendió censurar hace pocos años del Diccionario de la Real Academia Española, es vejatorio para las mujeres y no “empodera” a nadie, aunque solo sea porque da más vida a un término, ya digo, repugnante.
Lo divertido es que las petardas matinales de la tele coinciden todas en una frase que repiten casi idéntica, como una jaculatoria: “Yo no entro en la calidad musical, ¿eh?, que no soy ninguna experta. ¡Pero es que la letra…”, y tal y cual.
Que sí, hombre, que sí. Entremos en la calidad musical, porque de eso va a depender que dentro de cuatro meses alguien se acuerde siquiera de la cancioncita, y por lo tanto de eso dependerá, al cabo, su influencia en la sociedad, su verdadera importancia. Ya sé que esto de las calidades musicales y/o artísticas es siempre opinable y controvertido, como pasa con la tortilla de patatas con/sin cebolla, pero caramba: en este caso me parece que hay pocas dudas, ¿eh? Por usar una expresión muy frecuente en mi tierra:
Es una mieeerda pinchada en un palo. Y ustedes sabrán perdonar la expresión.
No se trata ya de la coreografía o la puesta en escena, que eso allá cada cual. Tampoco importa demasiado que esa señora que canta, que me cae muy bien porque andamos más o menos por la misma edad, tenga menos voz que una anchoa o que, como habría dicho Coque Malla, “cante menos que Loquillo”, que ya es decir. Es que la canción es mala, mala, pero mala de narices, mala de ponerse malo, mala de ir a la cocina a picar algo o, todavía peor, mala de cambiar de canal, que es lo peor que se puede hacer con una canción desde hace ya bastantes años.
Me juego lo que quieran a que de aquí al verano no la recordará nadie. Por la sencilla razón de que es mala
Sí, ya sé que está arrasando en Spotify. Y que el sempiterno parloteo de las petardas televisivas la está haciendo famosa. Me da igual. Esperen ustedes un tiempo, seguramente no demasiado. Me juego lo que quieran a que de aquí al verano no la recordará nadie. Por la sencilla razón de que es mala. De que uno tiene la sensación de que eso ya lo ha oído antes cien veces. ¿Y dónde? Pues, por poner un ejemplo (que hay muchos), en las canciones de Nacho Canut, uno de los grandes compositores del pop español de las últimas décadas. Este hombre sí que sabía hacer “himnos” que duraban muchos años, que aún permanecen y que lograban el más alto honor que puede lograr una canción: que los grupos de chavales la canten por la calle, a las tantas de la madrugada, por lo general algo o bastante borrachitos. Pero esta Zorra del dúo Nebulossa no es ni de lejos el A quién le importa de Canut, que cantaba Alaska, que cantamos todos en su día y que se sigue cantando hoy. Trata de parecérsele, pero el talento no es el mismo ni por lo más remoto.
El fenómeno, que huele desde siete kilómetros a maniobra publicitaria que intenta aprovecharse del sólido resplandor de las ideas feministas, no es ni siquiera nuevo. Los más veteranos quizá se acuerden: hace unos cuarenta años salió en televisión un grupo de chiquillas con los pelos de punta que se hacían llamar “Las Vulpes”, que eran de Baracaldo y que cantaron en directo una birria completamente prescindible que se titulaba Me gusta ser una zorra. Fue en un programa de la televisión pública (entonces no había otras) que dirigía el gran Carlos Tena, ya desaparecido.
Era una simple provocación de dos neuronas y media, una tosca gamberrada que no vio prácticamente nadie. Pero un diario en aquel tiempo muy poderoso (aún más que hoy) levantó la liebre y montó un estrépito mayúsculo metiéndose, naturalmente, con el gobierno, que acababa de llegar al poder con Felipe González al frente. Carlos Tena acabó despedido y de aquellas “vulpes”, que hoy deben de estar cuidando de sus nietecillos, yo no volví a oír una palabra. Se las llevó la corriente, como a tantísimos.
Eurovisión es como un fuego fatuo que arde y se consume en sí mismo, no tiene mayores consecuencias
Con esto de ahora ocurrirá lo mismo, ya lo verán. El escándalo, o al menos este ruido televisivo que se ha montado, durará poco; mucho menos que el que armaron aquellas mozas “pelopínchicas” de hace cuatro décadas, porque los escándalos duran cada vez menos y la memoria de la gente también. Y el motivo de esa fugacidad será, en el fondo, el mismo: que ambas canciones “zorrunas” son, se las mire como se las mire, malísimas. El famoso Mi carro de Manolo Escobar por lo menos se te pegaba a las orejas y de ahí no salía. Con esta tontería que representará a España en Eurovisión eso es imposible.
¿Qué resultado alcanzará en el Festival? Ah, eso es lo de menos. Hace muchos años que ninguna canción que triunfe o al menos brille en ese certamen alcanza una vida útil mayor de unos pocos meses. Eurovisión es como un fuego fatuo que arde y se consume en sí mismo, no tiene mayores consecuencias. Y la representación española, quizá maldita por el ridículo que se hizo con aquella gamberrada del “Chikilicuatre”, suele pasar inadvertida. Así está bien, porque lo mismo ocurre con las canciones que ganan: se las lleva el viento sin remedio.
Y con la discusión de las teólogas del feminismo sobre en qué manifestación hay que “embanderar” a esta cancioncilla, ocurrirá igual; buenos estaríamos si el peso y la profundidad social del concepto de igualdad de las mujeres dependiese de esta cancioncilla. Tan mala.
No se dice “zorra” como insulto a una mujer, como no se dice “maricón” para insultar a un hombre, eso lo sabemos todos. O mejor: todos menos los que siguen viviendo y pensando como en el siglo pasado, los ignorantes, los chavales sin educación, los disminuidos sociales. El vagón de cola de la ciudadanía.
Ahora, cuando una chica cabrea a un chico (cosa frecuente y cotidiana desde el Paleolítico, lo mismo que el cabreo en la dirección contraria), lo prudente es coger aire y decir: “Señora o señorita: en mi modesta opinión, es usted una mamífera cánida de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas, pelaje de color pardo rojizo y muy espeso, especialmente en la cola, de punta blanca. Es usted, diría yo, de costumbres crepusculares y nocturnas; las de su catadura abundan en España y cazan con gran astucia toda clase de animales, incluso de corral”.
Hace falta un poco más de memoria, pero se queda uno mucho más descansado.
Hanio
Eso de que "canta menos que Loquillo" está muy bien.Ahora,que lo diga Coque Malla.
mariem
Dejemos la música y sus letras y pasemos a una de las definiciones de la palabra zorro/zorra según el DRAE Coloquialmente: Persona muy taimada, astuta y solapada. Ladino, taimado, pícaro, cuco. En el ámbito de la política y sus políticos, haberlos haylos ¿quien sería el candidato mejor posicionado para subir al podio? Hagan sus apuestas señores, and the winner is.......
Mercurio
La canción es mala, aburrida, pero muy del nivel que ha alcanzado Eurovisión. Y la coreografía es repugnante. Esos dos individuos que se contorsionan como odaliscas gordas son un insulto para los homosexuales.
Wesly
Mientras Pedro Sánchez se encuentra en pleno proceso de golpe de estado por medio de la colocación de sus peones más sectarios y obedientes en las principales instituciones del Estado Gobierno, Parlamento, Fiscalía y Poder Judicial incluidos, evidenciando así su vocación totalitaria, mientras Pedro Sánchez prescinde de los funcionarios que, cumpliendo el artículo 103 de la Constitución, ejercen su función cumpliendo criterios de mérito y capacidad y no se dejan manipular ni comprar, mientras Pedro Sánchez, que públicamente nos aseguró que lo del 1-O era claramente rebelión, que públicamente nos prometió que traería a Puigdemont a España para ser juzgado, mientras Pedro Sánchez ahora considera a Puigdemont un socio con el que puede pactar, amnistiar y privilegiar porque con toda la cara afirma que ha de "hacer de la necesidad virtud", mientras pasa todo esto, el Sr. Algorri nos habla hoy del bodrio de la canción "zorra" que representará a España en Eurovisión. Bajando a su nivel, diré que coincido con Ud. en que esta canción es un bodrio. Aunque Pedro Sánchez nos asegura que le gusta porque no es como el "cara al sol". Pero podría Ud. ir un poco más allá y aprovechar este ejemplo para concluir que para la izquierda sectaria siempre existen los insultos buenos y los insultos malos, la violencia buena y la violencia mala, la presunción de inocencia buena y la presunción de inocencia mala, el terrorismo bueno y el terrorismo malo Y así todo. Lo que haga la izquierda es siempre buenísimo y si lo mismo lo hace la derecha es malísimo. A la vista de los hechos, podría Ud., Sr. Algorri, concluir que la izquierda que padecemos pretende implantar la arbitrariedad (prohibida por el artículo 9 de la Constitución) y la impunidad selectiva (prohibida por el artículo 14 de la Constitución). Sr. Algorri, acabe sus artículos con conclusiones claras. Argumentos, como en el caso de hoy, no faltan.