Opinión

¿A qué vienen estas prisas, presidente?

Algo serio está pasando. No es solo el 'sanchismo judicial dependiente'. No es solo la redefinición de la democracia. No es sólo la ausencia de una masa intelectual, social, de élites culturales y económicas críticas con esta etapa qu

  • Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. -

Algo serio está pasando. No es solo el 'sanchismo judicial dependiente'. No es solo la redefinición de la democracia. No es sólo la ausencia de una masa intelectual, social, de élites culturales y económicas críticas con esta etapa que huele a preconstituyente. No es sólo la fractura ideológica irreversible. Ni que parezca no existir alarma social. Es la complacencia generalizada con la autocracia. Es la suma de dos impotencias. La de la derecha, así en general. Y la de una izquierda constructiva pero incapaz, consciente de que una amnistía, un pacto social decadente, unas alianzas tóxicas, un hiperliderazgo inflamado por la polarización, y la ruptura de los equilibrios del Estado, la han convertido en inservible.

Es la constatación de que no existe una izquierda solvente para articular un movimiento sólido y real contra el sanchismo desde dentro del sanchismo. De esa izquierda sólo quedan los quejidos amargos de arrepentimiento porque todo ha llegado demasiado lejos y no lo supieron, o quisieron, ver.
Hay cuatro maneras de que Sánchez deje el poder. Que la derecha gane en las urnas cuando alcance a despertar de su marasmo y empiece a entender la lógica de la Ley D´Hondt, que es de la única que no parece entender demasiado. Esta opción parece impensable hoy. No solo no hay calendario a la vista, sino que Sánchez tiene otro plan. Dos. Que los socios lo abandonen. Pero, hombre, la pregunta es ¿con quién van a vivir como con Sánchez? Y además, ahí la derecha chocaría con el punto uno. Tres. Que el PSOE lo defenestre como en aquel Comité Federal de 2016. Inimaginable. Y cuatro, que dimita, lo cual queda descartado porque es en lo único que no engaña. Habría más modos, pero… básicamente no son legales, son indeseables y sobran en cualquier democracia que se precie de serlo.

Sánchez ha transformado la democracia en seis años y ahora la está desarticulando en un mes a base de reformas encubiertas, de mucha soberbia política, y de inusitadas prisas

Sánchez no está en un proceso de supervivencia al límite. Ni es un pato cojo, ni pretende ganar tiempo a ciegas. Tiene una ruta muy definida. Sánchez ha transformado la democracia en seis años y ahora la está desarticulando en un mes a base de reformas encubiertas, de mucha soberbia política, y de inusitadas prisas. No es un presidente desesperado. Cuando un precepto de la Constitución no se adapta a sus deseos, basta una sentencia de diseño, o un decreto, o una ley orgánica, que suplanten a la Carta Magna por la vía de los hechos consumados. Como emana del pueblo… el principio de legalidad es secundario. Aquello de la ‘soberanía popular’. Y una vez impuesta la ‘nueva legalidad’, se adapta convenientemente con el aval de un Tribunal Constitucional dominado por un cuerpo de comisarios no ya afines al PSOE, sino pertenecientes a su ‘corpus’ militante.
A la receta se le añade el ninguneo a la Casa Real, la utilización del Parlamento como una sucursal de La Moncloa, la maquinación para apartar a jueces incómodos, la sumisión litúrgica de la Fiscalía, la perversión de las instituciones, el acaparamiento de consejos de administración de empresas estratégicas, la amenaza a la prensa crítica, y la falta de cohesión social en una masa viciada por la ausencia de pensamiento crítico… El resultado es la pérdida total de consciencia. La asunción de una sociedad anclada en el pensamiento único, inconsciente de que la separación de poderes se va por el sumidero de una indolencia colectiva.
España es una dormidera frente al acoso de un presidente-muro que ha hecho del debilitamiento económico y laboral de los jóvenes, y de la falta de expectativas para la clase media, una ‘nación de naciones’ de mansedumbre lanar. Ahí sigue, confiada en que ya alguien resolverá la papeleta, en que Europa siempre vigila, en que ya llegarán las urnas. Pero el desguace de la democracia, la demolición pieza a pieza de cada pilar que la sostiene, carece de respuesta. Al menos, de una respuesta útil de esa sociedad quejosa que se consuela en terrazas y atardeceres ‘sunset’ con partidos de la Eurocopa como fondo de los gin-tonics. No es frustración. Es la demostración de una incapacidad. Del desarme del Estado frente a un agente autoinmune que está acelerando la metástasis. Un sentimiento de la vida casi decimonónico. Un silencio ominoso. Una amnistía al sanchismo por pura inercia.

España es una dormidera frente al acoso de un presidente-muro que ha hecho del debilitamiento económico y laboral de los jóvenes, y de la falta de expectativas para la clase media

¿Por qué tiene tanta prisa? El TC acelera en la centrifugación. Es una lavadora de leyes y recursos de amparo a medida. Construye un derecho que no existe, lo envuelve de retórica ideológica y lo mutila. Con los ERE reinventa la prevaricación política convirtiéndola en un delito imposible para un legislador. Con el aborto consagra de facto un derecho fundamental. Con la Mesa del Parlamento catalán se contradice y rectifica a sí mismo en solo una semana. Para el TC, el sanchismo es una doctrina jurisprudencial en sí misma, siempre a favor de obra. Habría dado lo mismo que la Junta de Fiscales de Sala hubiese abandonado a García Ortiz por 37 votos a 1. Habría dado igual que Segarra, exfiscal general con el PSOE, no hubiese tenido la dignidad que tuvo de oponerse a la amnistía, idéntica en su autonomía a la que en su día tuvo Torres Dulce contra el criterio del Gobierno de Rajoy. Por eso Segarra duró poco. Y por eso Torres Dulce se tuvo que marchar. Porque aún queda gente que tiene límites. Y habría dado igual, por la sencilla razón de que el papel de García Ortiz -el nuevo guionista de los ‘relatos’ del sanchismo- ya estaba redactado de antemano. Y porque, en segunda instancia y como colchón confortable y multiusos, está Conde-Pumpido, un auténtico inventor de doctrinas de puro constructivismo jurídico y uso alternativo del derecho. Ocurrirá con la malversación de dinero público. Cuestión de tiempo.

Claro que algo está ocurriendo. Que España vuelve a sumergirse en una etapa de poder absoluto. No es un pronóstico de argumentario ni de histéricos del bulo. La pregunta no es el ‘qué’, que se sabe. Ni el porqué. Que también. Por siete votos. La pregunta es por qué tan deprisa. ¿Qué necesidades o temores tiene Sánchez para forzar la maquinaria del Estado con este grado de aceleración en solo un mes? ¿Qué le inquieta? La derecha que se deja amansar por supuestos pactos de Estado tipo CGPJ, no, desde luego. La otra derecha, que el presidente utiliza a su antojo como aliada, tampoco. Sus socios, menos. Sin él ¿qué son?, ¿de qué vivirían?, ¿cómo prolongaría su milonga quien no vive de la independencia, sino del independentismo? Y mucho menos aún le preocupa un PSOE anulado que ha traicionado siglas y principios. Y si no va a convocar elecciones, ni le preocupa Europa, ni un fiscal general que se deja corromper, ni la honradez de su familia, y menos aún la mayoría blindada que el PP le proporcionó en el TC para cerrar el círculo de inmunidad e impunidad… Entonces, ¿qué le preocupa para tantas prisas?
Es una respuesta que lamento no saber responder. ¿Por qué tantas urgencias desde que salió de su teatral retiro diciendo que había un ‘punto y aparte’ para España? ¿Por qué dijo en TVE aquello de ‘se acabó’? ¿Qué se ha acabado? ¿Qué empieza? ¿El vuelco constitucional? Ya no juega al ajedrez político con sus adversarios. No maquina, no fabrica estrategia. Hasta le aburre aquella imagen heroica que le fabricó la izquierda de ‘killer’ impasible y sin alma. Ya no es nada de eso. Es otra fase. Sólo la del ordeno y mando, con exhibición pública, sin maquillaje. Y por lo que sea, tiene prisa.

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