Para conocer a fondo cómo progresan las naciones es necesario examinar tres tipos de factores: los económico-sociales, los institucionales y los ético-morales.
En materia institucional y económica, el Colegio Libre de Eméritos acaba de sacar a la luz un concienzudo informe titulado: España, democracia menguante” que ilustra con incuestionable rigor el grave y creciente deterioro de nuestro Estado de Derecho, así como la lamentable evolución de la economía: decrecimiento económico, bajísimo nivel de empleo y alarmante deuda pública. Asombrosamente, el gobierno, lejos de sentirse abrumado por tales circunstancias, se siente orgulloso de sus disparates.
El tercer grupo de factores, de naturaleza ética y moral, que guía los actos de los ciudadanos tanto en su vida privada como en sociedad, determina el capital social de las naciones responsable de su comportamiento en todos los órdenes de la vida: política, económica y social.
Dos simples ejemplos antagónicos pueden ilustrar como ha evolucionado moralmente España en el último medio siglo. Recientemente, escuché -emocionado- lo siguiente: “Qué ganas tengo de jubilarme dentro de unos meses. Aunque me siento bien, estoy muy trabajado y ansío dejar de levantarme temprano, pasar frío o calor, y sacrificarme todos los días. Eso sí, nunca he cobrado el paro”. Abundan en la acera moral de enfrente otro tipo de personas que la mayor parte de su vida la pasan subvencionadas al margen del trabajo; en Andalucía incluso con ERES que se heredaban de padres a hijos. Ni que decir tiene, que los países en los que abundan más los primeros que los segundos, son más ricos.
Los países ricos son los que tienen más gente trabajando y menos viviendo de las subvenciones públicas. También los que crean más empleo privado que público
Desde mediados del pasado siglo hasta principios de este, España disfrutó de una creciente convergencia en renta per cápita con la UE -la rica del pasado- para, a partir de entonces, ir divergiendo cada vez más, justamente de una UE más pobre -por su ampliación con países de menor renta–, y ambas tendencias están relacionadas las dos conductas morales antes reseñadas. Los países ricos son los que tienen más gente trabajando y menos viviendo de las subvenciones públicas. También los que crean más empleo privado que público. La España gobernada por el socialismo del siglo XXI es consistentemente más pobre –lo que hace sonreír mucho a las ministras de economía y trabajo-, justamente por lo contrario.
El premio Nobel de economía de 1986, James M. Buchanan, en su ensayo Ética y progreso económico (1996) además defender la ética del trabajo y del ahorro señala -al referirse a Max Weber- que “una sociedad cuyos miembros comparten las virtudes puritanas, cualquiera que sea el origen y por el motivo que sea, tendrá económicamente más éxito que una sociedad en la que esas virtudes brillen por su ausencia o estén menos ampliamente compartidas”. Llegó aún más lejos, al proponer “·pagar al predicador” de enseñanzas ético-morales, para mejorar la riqueza de todos.
Francis Fukuyama, en su ensayo Trust (2007) sostiene la tesis: “La confianza es la virtud social que mejor explica el éxito de las sociedades más prósperas. La prosperidad de las naciones depende de la confianza intrínseca –sustentada en jerarquías intelectuales y morales- de las sociedades; mientras que su ausencia conlleva la pobreza”. En España tenemos un gobierno liderado por quien se sitúa en las antípodas de la generación de confianza, asociada necesariamente a la integridad moral: pensar, decir y hacer lo mismo.
Es importantísima una formación tanto académica como profesional en tareas de alto valor en el mercado que justifiquen elevadas remuneraciones
La degeneración de la educación en España, tanto en valores morales como en conocimiento de contenidos, tiene mucho que ver con nuestra reciente y creciente decadencia económica; y aún más las políticas pseudo-sociales que los socialistas han venido implantando. España no solo tiene una pésima tasa de empleo y el mayor nivel de desempleo entre los países desarrollados, sino un escaso nivel de productividad, lo que determina bajos salarios relativos y una menor renta per cápita. Para mejorar ambos factores y aumentar, así, la productividad del trabajo, el nivel educativo en valores –responsabilidad personal, esfuerzo, disciplina, seriedad del desempeño, pulcritud, amor al trabajo bien hecho, etc– es crucial; y además, es importantísima una formación tanto académica como profesional en tareas de alto valor en el mercado que justifiquen elevadas remuneraciones.
Epítome de nuestro desgraciado panorama, son las matriculaciones en las escuelas de ingeniería y ahora también en ciencias exactas. Con el mayor paro juvenil del mundo, debiera haber colas para matricularse en dichas disciplinas académicas que ofrecen, sin lugar a dudas, empleo seguro de por vida con altas y crecientes remuneraciones. ¿Quién ha escuchado, alguna vez, hablar de estas cosas a alguien del gobierno?
Por si no fuera suficiente con nuestra catástrofe educativa -en valores y contenidos- los gobiernos democráticos, con los “socialistas de izquierda” a la cabeza y los “socialistas de derechas” como compañeros de viaje, tras heredar y mantener vigentes las instituciones laborales franquistas -¿qué dice “la memoria histórica” al respecto?- las han empeorado sin cesar. Con Franco, la ausencia de derechos civiles -libre sindicación, por ejemplo- se combinó con un cierto paternalismo, que incluía ordenanzas –denominación típicamente militar- laborales que se convirtieron en los vigentes convenios sectoriales que atentan a la libre competencia y la innovación –engendradores de riqueza–; y también rigideces sin fin en el empleo, incluido el despido.
A la reglamentación franquista el socialismo incorporó curiosas novedades:
- Un duopolio sindical ultrapolitizado y subvencionado en contra de la libre competencia.
- Les otorgó, además, un ilegítimo y sinigual -en todo el mundo civilizado- poder negociador en los convenios laborales, que abarca una vastísima extensión -que acaba de ampliase ilegítimamente a las PYME- del mercado de trabajo, cuando su representación - % de afiliados– es ridícula y la más baja del mundo.
- Inhabilitación del voto secreto en las empresas.
- Proliferación de “liberados sindicales”, no a cargo de la cuotas voluntarias de los afiliados, sino de las empresas, muchos de ellos sin haber trabajado nunca.
- Crecientes limitaciones al despido y costes que nos sitúan –como en el paro– como líderes mundiales.
- Una generosa -para nuestro nivel de renta- subvención al desempleo, de muy larga duración y sobre todo, incondicionada; algo inaudito. En los países ricos, su percepción está supeditada a la búsqueda activa de empleo y la asistencia obligatoria a cursos de formación; en ellos, los trabajadores regresan al trabajo enseguida, mientras que aquí esperan hasta el final de la subvención.
Si los degenerados valores morales de nuestro sistema educativo se suman a los asociados a las reglas de juego del mercado de trabajo, los resultados terminan siendo los que son: decadencia económica, desempleo y endeudamiento público sin fin, determinantes del “regreso” económico que estamos experimentando.
Mejorar las cuentas públicas
Recientemente, el gobernador del Banco de Portugal, el socialista Mario Centeno, justificaba la reducción del déficit público de su país porque “no hay mejor inversión en el futuro de las jóvenes generaciones que la reducción de la deuda pública”; toda una enmienda moral al gobierno español.
Un próximo gobierno –alternativo al actual- no solo tendrá que arreglar, como en el pasado, las cuentas públicas, facilitar el crecimiento económico y, por supuesto, reponer sin falta el Estado de Derecho; estará obligado, al menos, a dar dos pasos más. Por una parte restablecer la buena educación, imitando las mejores buenas prácticas de ahora -Finlandia, Corea, Singapur, por ejemplo–, y por otra, “desfascistizar” el mercado de trabajo para asemejarlo al de los países escandinavos. Será la única manera de regresar del camino recorrido por los gobiernos socialistas hacia el tercer mundo, para volver a competir en verdadero progreso económico y social con el primer mundo.
CORIOLANO1
Hoy la ética y la prosperidad de las Naciones, son conceptos incompatibles, antagónicos, una mera aporía fáctica. La dictadura china es el paradigma, el faro a seguir y un banderín de enganche para la gobernanza, se quiera o no admitir, porque las derrotas tardan en asimilarse. Las democracias han fracasado porque las gentes no obedecen ya, tras varios milenios de experimentos a imperativos, éticos y morales en l orientación de sus actos porque comprueban que el merito y el esfuerzo no obtiene ningún reconocimiento ni ninguna recompensa social y son precisamente los peores, los seres peor dotados de principios los que triunfan y se convierten en arquetipos de las gentes. El marxismo no fue nunca derrotado, cambio de estrategia y cuando colapsó el sistema soviético diseñaron un sistema para occidente que consistía "mutatis mutandis" en la creación de múltiples trincheras donde se empoderaría a las clases mas improductivas y distópicas para que siempre dependieran de quienes les sostienen y con su voto cautivo otorgarles la hegemonía. En pequeña escala, mañana mismo se puede dar fe de ello aquí, simplemente encendiendo la televisión.
vallecas
El deterioro está hecho a propósito. Hasta que entiendan que éstos están movidos por el Odio a España, no comprenderán nada. No dicen España, no se habla Español, bandera, himno, historia, monarquía, toros, procesiones, religión, pasodobles, navidades, reyes (6enero), familia, tradiciones, fiestas populares, cultura, cine, instituciones, jueces, etc, etc, es denostado. No se dejen engañar, Pedro Sánchez está movido por le odio y el resentimiento y es el peor de todos. Hoy posa con la bandera de España y mañana le falta el respeto al TS o al Rey.
Norne Gaest
Un artículo notable, como suele hacerlos el Sr. Banegas. Es todo tan evidente, que me cuesta hacer un comentario. Por hacerlo: corrobora la insolvencia general, en este caso en el aspecto económico, de la izquierda socialista española (de la neocomunista no hablemos). Bueno, maticemos: en mentiras y propaganda no son insolventes, sino profesionales, viven de ello (no hay que ver sino los votantes que tiene y como manejan presupuesto, se reparten subvenciones, solucionan sus vidas, ejercen la dictadura cultural progre, etc). A cada cosa lo suyo y reconocer las cosas es lo digno.