Opinión

Por qué Europa no tiene su Silicon Valey

La industria del software es bastante peculiar. Crear y desarrollar aplicaciones no requiere materias primas exóticas, cadenas de suministro complicadas, maquinaria de precisión ni cantidades enormes de energía. Lo único que necesita es, esenci

La industria del software es bastante peculiar. Crear y desarrollar aplicaciones no requiere materias primas exóticas, cadenas de suministro complicadas, maquinaria de precisión ni cantidades enormes de energía. Lo único que necesita es, esencialmente, un puñado de ingenieros avispados y ordenadores que pueden ser comprados en casi cualquier centro comercial. Gracias a internet y a la constante caída del precio de cualquier componente informático (ancho de banda, memoria, CPU, computación en la nube), una empresa puntera del sector puede estar literalmente en cualquier parte; las barreras de entrada son muchísimo más bajas que en cualquier sector industrial.

Uno pensaría entonces que cualquier país con un número razonable de ingenieros informáticos es un buen lugar para tener empresas de software punteras. En Europa deberían existir varios centros de excelencia con empresas de primer nivel. Lo que vemos, sin embargo, es que las empresas tecnológicas europeas en el año 2023 tuvieron unos ingresos agregados de 133.000 millones de dólares. El sector tecnológico en Estados Unidos, mientras tanto, ingresó 1,72 billones de dólares. Claramente, hay algo que falla en la economía europea. La incógnita es por qué este es el caso.

Existen varias teorías académicas intentando explicar el fracaso europeo en adoptar y crear empresas tecnológicas. Kate Klonick, una profesora en St. John ‘s, repasaba varias en un artículo reciente. Anupam Chander, de Princeton, ha señalado que el problema europeo es de regulación, o más concretamente, la combinación de varias leyes de propiedad intelectual que han acabado favoreciendo a los gigantes de internet americanos. Chander cita la regulación que da inmunidad a páginas de internet e intermediarios sobre los contenidos creados por terceros, un régimen de derechos de autor más claro y elegante, y la ausencia de leyes de protección de la privacidad. Nótese que dos de estas tres regulaciones (derechos de autor e inmunidad) son simplemente más claras, pero no más restrictivas, en Estados Unidos. La claridad y estabilidad del sistema regulatorio facilitan la creación de nuevas empresas.

Tendemos a mofarnos de Wall Street, pero la realidad es que los mercados de capitales de Estados Unidos son mucho más grandes y eficientes que los europeos

Esta explicación, sin embargo, tiene el problema de que la regulación europea, debido al tamaño de su mercado, acaba siendo el estándar de facto en muchas cuestiones. Las empresas americanas tienen que adoptar gran parte del régimen de privacidad europeo, y sin embargo, siguen siendo mucho más innovadoras que las europeas. Anu Bradford, de Columbia, ha sugerido que los problemas de Europa se deben a una combinación de factores institucionales más profundos.

El primero es el acceso a capital riesgo, que en Estados Unidos está muchísimo más desarrollado. Tendemos a mofarnos de Wall Street, pero la realidad es que los mercados de capitales de Estados Unidos son mucho más grandes y eficientes que los europeos. A eso se le añade un régimen de inmigración mucho más abierto en América que en Europa, haciendo que el Silicon Valley del viejo continente probablemente esté en esa California plagada de ingenieros emigrados. Finalmente, el mercado único europeo realmente no es tal; las barreras de cultura e idioma hacen difícil crecer un negocio sin incurrir en costes adicionales, y las regulaciones estatales siguen sin estar plenamente armonizadas.

De forma adicional, la mayoría de la regulación europea es bastante tardía. Es un tanto misterioso cómo la administración Clinton acertó en el marco normativo que aprobaron para la naciente economía de internet. Lo que sí sabemos es que la Comisión Europea esperó décadas antes de empezar a armonizar la legislación comunitaria, dejando a muchas empresas atrás.

En realidad, las empresas suelen beneficiarse cuando operan en una región donde hay otras compañías de su mismo sector. Ser una startup en San Francisco te ofrece ciertas ventajas: la ciudad está plagada de inversores de capital riesgo, abogados, contables y asesores con experiencia haciendo crecer empresas, miles de ingenieros y programadores rebotando de una empresa nueva a otra, y múltiples universidades generando licenciados sedientos de gloria. Dado que es el mejor sitio para empezar una empresa, las mejores mentes de todo el planeta están dispuestas a venir a la ciudad a lanzar sus negocios. A este fenómeno, los economistas le llaman efectos de red.

La mejor regulación hizo que creciera más deprisa; eso provocó que los efectos de red del ecosistema de innovación de la región fueran cada vez más pronunciados

A principios de los noventa, Silicon Valley gozaba de una pequeña ventaja relativa respecto a cualquier otro polo tecnológico del planeta gracias al legado de todas esas empresas de hardware nacidas en los 70 y 80. La mejor regulación hizo que creciera más deprisa; eso provocó que los efectos de red del ecosistema de innovación de la región fueran cada vez más pronunciados. Cuando Europa finalmente decidió regular como debía, el sector tecnológico americano era ya inalcanzable.

Falta saber entonces si Europa puede hacer algo para recuperar terreno en este sector. La verdad, no estoy seguro; mi sensación es que es rematadamente difícil crear esta clase de economías de red a partir de políticas públicas. Una inversión decidida en investigación y desarrollo, por ejemplo, es probable que acabe con un montón de informáticos emigrando a Estados Unidos a poco que tengan un proyecto prometedor. Dado que los males de Europa son fruto de una combinación de factores, no existe realmente una varita mágica que pueda solucionar el problema, sino que es necesario un paquete de medidas que se complementen entre ellas (regulación, mercado de capitales, inmigración, universidades...). Centrarse en desarrollar software, además, puede terminar con Europa persiguiendo la última revolución tecnológica y perdiendo el tren de otra nueva idea.

Una cosa está clara: Europa se está quedando atrás. Es hora de abandonar la complacencia y tomarse este problema en serio.

Nota:  "El artículo ha sido revisado para incluir un enlace al artículo de Kate Klonick, una de las fuentes. El autor pide perdón por la omisión inicial."

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