Dos noticias de las dos últimas semanas ponen de manifiesto cómo nuestro país no es, ni ha sido, y, posible nunca será, para nuestra desgracia, tierra de emprendedores, de esos que reinvierten en capital físico y humano las magras cosechas obtenidas en forma de beneficios empresariales. Las dos tienen que ver con el sector bancario, pero puede extenderse al resto de sectores del Ibex 35, especialmente los otrora monopolios naturales. El banco Santander anunció, por un lado, ganancias en 2021 de 8.124 millones de euros, de los cuales destinará un 40% a dividendos y a recompra de acciones. Esta noticia se vio complementada esta semana con la entrega por parte del promotor de la campaña “Soy mayor, no idiota” de más de 600.000 firmas apoyando su lucha por lograr que los bancos brinden a los mayores una atención más humana.
Si nos damos una vuelta por las calles de nuestras ciudades podemos observar el cierre masivo de oficinas bancarias y la aglomeración, cada equis días, de gente mayor en las pocas que quedan, para realizar lo que no hace muchos años era lo normal, manejarse con sus ahorros. De la España vaciada, ya saben, desaparecidos completamente. Lo llamativo es que hablamos de un sector que fue rescatado con dinero público, con enormes regalos de Hacienda, vía créditos fiscales. Por no mencionar la destrucción de ese instrumento tan nuestro como eran las Cajas de Ahorro, fundamentales en la financiación del tejido productivo local y provincial. Y todo por ideología, no querían oír la palabra nacionalización, aunque fuera temporal, tal cual hizo, por ejemplo, Suecia en 1992, a la vez que el lobby bancario presionaba para arramplar con el mismo. A pesar de todo ello, la Administración Pública no ha establecido los mínimos requisitos de servicio a la ciudadanía que se le debe exigir a este sector, vital en nuestro quehacer diario. Y el Banco de España, mirando a otro lado.
Derechos humanos básicos
Uno de los rasgos más característicos de la economía global, atrapada en el paradigma neoliberal, ha sido la financiarización. Desde estas líneas lo hemos abordado ampliamente. Stockhammer define la financiarización como "el término utilizado para resumir un conjunto de cambios en la relación entre el sector financiero y real que da un mayor peso que antes a los motivos y actores financieros. El termino recoge a la vez fenómenos tan diversos como la orientación de las empresas hacia la maximización del valor de la acción, el incremento de la deuda de las familias, cambios en las actitudes de los individuos, incremento de las rentas derivadas de actividades financieras, aumento de las frecuencias de las crisis financieras, e incremento en la movilidad del capital internacional". Pero en los últimos años, ha habido un giro de tuerca adicional. Los extractores de rentas financieras, quitadas las caretas, pusieron su punto de mira en derechos humanos básicos recogidos en la carta fundacional de la ONU: acceso a la energía, alimentos, agua, vivienda, biosfera, pensiones... Ya conocen nuestra interpretación del repunte brutal de los precios, nada que ver con las tonterías que se propagan en los mass media.
En lo que hoy nos atañe, la financiarización de las empresas se ha traducido en una reafirmación del papel del accionista en la forma de inversores institucionales que cada día tienen un mayor peso, y una oleada masiva de fusiones y adquisiciones, muchas de ellas hostiles. Bajo el objetivo último de maximizar la tasa de retorno del capital, se han incrementado los flujos destinados a dividendos y a la recompra de acciones, disminuyendo de manera significativa la tasa de inversión en capital y desarrollo empresarial. Los costes sociales de tales estrategias han sido un aumento del desempleo y una presión a la baja de los salarios. Existe una literatura empírica creciente que demuestra que el incremento de la actividad financiera de las empresas ha tenido un impacto negativo en la inversión real de las mismas.
La financiarización ha supuesto un descenso de la inversión real y de la productividad, mientras se producía un aumento de los beneficios puros y de la concentración empresarial
En los últimos años, se ha publicado diversos artículos académicos que ponen de manifiesto dos ideas fundamentales. Primera, la financiarización ha supuesto un descenso de la inversión real y de la productividad, mientras se producía un aumento de los beneficios puros y de la concentración empresarial. Segunda, paralela, la concentración empresarial producía un descenso de la participación tanto del factor trabajo como del factor capital, mientras aumentaba lo que se denominan beneficios puros. Veamos varios botones de muestra.
En el artículo pionero, “Financialisation and the slowdown of accumulation”, publicado en 2004 en la revista académica Cambridge Journal of Economics, el autor, Engelbert Stockhammer, ya nos advertía de que en los países analizados encuentra evidencia empírica del efecto negativo de la financiarización sobre la acumulación de capital físico.
En el segundo de los artículos, “Financialisation and capital accumulation in the non-financial corporate sector: A theoretical and empirical investigation on the US economy: 1973–2003”, publicado en 2008, también en Cambridge Journal of Economics, el autor, utilizando datos de una muestra de empresas no financieras de 1973 a 2003 para Estados Unidos, encuentra una relación negativa entre la inversión real y la financiarización. Dos canales ayudan a explicar esta relación negativa: en primer lugar, el aumento de la inversión financiera y las mayores oportunidades de beneficios financieros pueden haber desplazado la inversión real al cambiar los incentivos de los directivos de las empresas y desviar los fondos de la inversión real. En segundo lugar, el aumento de los pagos a los mercados financieros puede haber impedido la inversión real al disminuir los fondos internos disponibles, acortar los horizontes de planificación de la dirección de la empresa y aumentar la incertidumbre. ¿Se acuerdan de lo dicho al principio, es decir, a qué va a destinar el Banco Santander sus beneficios empresariales?
En el tercero de ellos, “Declining Labor and Capital Shares”, publicado en 2020 en The Journal of Finance, Simcha Barcai, presenta medidas directas del coste de capital, igual al producto de la tasa de de rendimiento del capital y el valor del stock de capital. La participación del capital, igual a la relación entre los costes de capital y el valor añadido bruto, no compensa el descenso de la participación del trabajo. En cambio, un gran aumento de la participación de los beneficios puros compensa los descensos en la participación del trabajo y del capital. Los datos de la industria muestran que el aumento de la concentración se asocian a la disminución de la participación del trabajo.
El caso de China
Frente a estas dinámicas características de Occidente, y donde España es un alumno aventajado, destaca la eficiencia y efectividad de China que ha entendido mucho mejor que nosotros las dinámicas recientes del capitalismo, y trata de atarlas en corto.
A mediados de diciembre de 2020 tuvo lugar en el país asiático la Conferencia Central sobre Trabajo Económico que se vio complementada con la celebración de la primera Conferencia Central sobre el Trabajo relacionado con la Gobernanza Integral. Lo más llamativo es la brutal crítica que desde el gobierno chino se hizo a los gigantes nacionales de Internet “por estar demasiado concentrados en el éxito rápido y obsesionados con monetizar su gran base de usuarios cuando lo que deberían hacer es invertir en innovación tecnológica y obtener mayores beneficios dentro de ese sector”. Se les conmina además a que “hagan más por asumir la responsabilidad en la promoción de la innovación en ciencia y tecnología, fundamental responsabilidad social de ese tipo de empresas”. En paralelo, cabe destacar igualmente el incremento de la vigilancia sobre los casos “demasiado grandes para fracasar”, multiplicando los controles para evitar riesgos sistémicos asociados a las empresas tecnológicas y el mercado de micropagos. Se trata de una estrategia diseñada para fortalecer los esfuerzos antimonopolio y la prevención de una “insalubre expansión de capital”.
Todo aquello en lo que ha puesto la lupa el gobierno chino para garantizar una mayor eficiencia en su sistema económico, es aquello en lo que España ha sido, tristemente, un alumno aventajado, sin que nadie se dé por aludido. ¡Es el mercado, amigos!