Ahora que Franco vuelve a ocupar los titulares merced a las ocurrencias de un socialismo sin ideas, repasemos las relaciones entre el general y la burguesía catalana. Fueron excelentes, adelanto.
Algunos libros imprescindibles
España padece un caso de hemofilia política terrible. A cuatro décadas de la muerte de Franco, todo lo que le rodea sigue siendo polémico, cuando no muy rentable para quienes explotan su figura a base de tópicos, postverdades y un desconocimiento absoluto acerca del Generalísimo. Entre los que, lejos de buscar hechos históricos, los deforman para acomodarlos a sus intereses políticos, destacan los nacionalistas catalanes, los herederos de la Lliga, ahora reconvertidos en furibundos separatistas.
La historia oficial presenta la guerra civil como un conflicto en el que Cataluña salió derrotada. Los catalanes fueron antifranquistas y defendieron las instituciones del país. Ese es el dogma. Pero también es rotundamente falso. Gran parte de la población catalana acogió de buen grado al franquismo, la burguesía en pleno lo apoyó, y lo mismo podemos decir de infinidad de eclesiásticos, políticos, periodistas e intelectuales. No fueron cuatro traidores. Muchos lucharon junto a Franco en las Centurias de Falange, los Tercios de Requetés de las Brigadas Navarras –recordemos el Virgen de Montserrat-, participaron en la organización del nuevo estado como el influyente Grupo de Burgos, en fin, eran catalanes, pero no creían en la Generalitat ni en la República.
Aconsejaría a los mixtificadores de la historia que, para empezar, se leyeran el libro de José Ma. Fontana “Los catalanes en la guerra de España” y comprobarían lo que acabo de decir. Como no soy tendencioso, también recomiendo el de Ignaci Riera, comunista y amigo de Pujol, titulado “Los catalanes de Franco”, donde se da puntual y exacta información del inmenso listado de personas de relevancia que estaban a favor del Caudillo. Demoledor. Cuidado, hablamos de gente que había sido catalanista de La Lliga como el propio Cambó, financiero del 18 de julio junto a March – ¡uno catalán y el otro mallorquín, vaya con los Païssos Catalans! – y que se pasó al franquismo harta de asesinatos, desorden, quema de iglesias y pistolerismo sancionado por las autoridades.
Josep Pla, Manel Brunet, Sert, Dalí, Castanys, D’Ors, Estapé, Pruna, por no hablar de grandes apellidos como los Godó, Marcet, Carceller, Mateu, Masoliver, Udina, el marqués de Castell-Florite, el barón de Terrades, Samaranch o Valls Taberner, fueron franquistas de pura cepa. Y eran catalanes. Un paréntesis: cuando ahora veo al diario de los Godó loar al separatismo, recuerdo aquella portada de La Vanguardia recién entradas las tropas nacionales en Barcelona que decía “En este solemne momento, La Vanguardia grita ¡Viva Franco!¡Arriba España!”.
Es imprescindible también leer a Manuel Ortínez y su “Una vida entre burgueses”, en el que narra cómo vivió en primerísima persona los chalaneos de la burguesía catalana con el régimen. Ortínez fue, entre otras muchas cosas, consejero director del Consorcio Industrial Textil y Algodonero y director y fundador del Banco Industrial de Cataluña. Acabó colaborando con el President Tarradellas en el exilio, y relata como era casi imposible conseguir un viático por parte de los industriales catalanes para el que entonces representaba la Generalitat. Estaban ocupados en asuntos de tráfico de divisas, como el padre de Pujol, el señor Fulgenci. Jordi Pujol, en una visita a Tarradellas en el exilio, le llevó… ¡un sacacorchos de regalo! Nos lo relataba Romà Planas, entonces secretario del President, con aquella indignación tan afrancesada que tenía. Unos patriotas catalanes, sin duda.
Bajo el paraguas del franquismo
Franco decidió dotar a Cataluña de alcaldes catalanes. Dicho así puede sonar a perogrullada, pero, asesorado por Miguel Mateu, alcalde de Barcelona de aquellos años, al que Franco apreciaba muchísimo – para que se sitúen: el castillo de Perelada es de su familia – vio que la mejor cantera estaba entre personas que, aún habiendo pertenecido a la Lliga de Cambó, tuvieran un historial sin mancha.
De ahí salió, verbigracia, José María Porcioles, el alcalde que impulsó el desarrollismo en Barcelona en la década de los años sesenta. Acogió bajo su poderosa ala a personajes como Pasqual Maragall o Narcís Serra, que empezaron sus carreras profesionales en aquel ayuntamiento barcelonés. De hecho, buen parte de la política desarrollada por el PSC en la capital catalana es heredera de los planes de Porcioles que, por una u otra razón, no pudo llevar a cabo.
Todo esto, claro, es pura herejía a día de hoy. Que Jordi Pujol, habiendo estado en la cárcel por separatista - poco – crease Banca Catalana y ganar millones en pleno franquismo es lo de menos. Que la poderosa familia Carulla montase Gallina Blanca a partir de la marca de sopicaldos en cubitos Caldolla, formando un poderoso grupo de alimentación, Agrolimen, obteniendo pingües beneficios, da lo mismo. Ahora todos fueron unos héroes.
Mucho me temo que, a buena parte del separatismo catalán de barrios altos, hijos o herederos de las fortunas que se formaron bajo el Régimen, no les interese saber nada de esto. Seguramente, sus familias no hubieran pasado las depuraciones que tuvieron lugar en Francia o en Alemania. Ahora son de los que más chillan acerca del traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos. Es normal, lo que desean es sepultar sus propias historias, su pasado, su vergüenza.
Una anécdota: al acabar la guerra, un conocido se encuentra en el barcelonés Paseo de Gracia con Fernando Valls Taberner. El conocido le interpela con un cordial “Home, Ferràn, com estàs?” (Hombre, Fernando, ¿cómo estás?), a lo que el aludido, en un castellano con tremendo acento catalán, respondió ofendidísimo “Ferràn, no, ¡Fernando!”.
Hay quien ha nacido para caer de pie.