Opinión

Galicia enseña a Pedro Sánchez el camino de salida

“Somos más”. Estas fueron las dos palabras con las que, tras conocerse los resultados de las elecciones generales del 23 de julio, un arrebatado Pedro Sánchez

“Somos más”. Estas fueron las dos palabras con las que, tras conocerse los resultados de las elecciones generales del 23 de julio, un arrebatado Pedro Sánchez nos anunciaba lo que se nos venía encima: una legislatura de confrontación proyectada para seguir a cualquier precio en el poder. Y así ha sido. Las cesiones al independentismo, algunas de todo punto intolerables, han venido marcando en estos meses el día a día de una acción política en la que el presidente del Gobierno, lejos de buscar cauces de colaboración para afrontar los problemas del país, ha sobrepasado todos los límites a los que debe subordinar sus decisiones un gobernante que merezca tal nombre.

Este domingo, nada supimos de un Sánchez persuadido de que debilitar al Estado para contentar a Carles Puigdemont, poniendo en entredicho la legitimidad de otros poderes, especialmente el Judicial, no iba a tener consecuencias. Un Sánchez que afrontó las elecciones gallegas como la convalidación de su política de pactos y que, muy probablemente, ya ha impartido las órdenes oportunas para que su estrepitoso fracaso se lea en estricta clave regional. Quizá Sánchez pensó que el hecho de entregar la llave de la gobernabilidad al independentismo catalán no iba a tener la menor influencia en la decisión de los gallegos. Pero lo que la alta participación del domingo parece demostrar es justamente lo contrario: que había prendido el miedo a que Galicia cayera en manos de los socios locales de Esquerra Republicana y Bildu.

Una España con las tres comunidades históricas gobernadas por partidos nacionalistas estaría hoy mucho más cerca del abismo que ayer. Y esa, por encima de visiones partidistas, es la primera lectura que hay que hacer de las elecciones en Galicia. Y esa ha sido probablemente la lectura que, por encima de falsos debates, han hecho muchos gallegos. El PP ha repetido mayoría absoluta gracias a la que quizá es la implantación territorial más capilar de un partido en la España autonómica, pero también porque Sánchez, de acuerdo a su personalísima estrategia, ha empujado a su partido a una capitulación ultrajante.

Una España con las tres comunidades históricas gobernadas por partidos nacionalistas estaría hoy mucho más cerca del abismo que ayer. Y esa, por encima de visiones partidistas, es la primera lectura que hay que hacer de las elecciones en Galicia

Además de España, que mayoritariamente respira aliviada, del 18-F salen dos claros vencedores: Alberto Núñez-Feijóo y Alfonso Rueda. El primero consolida un liderazgo absurdamente puesto en cuestión por sectores afectados por el estúpido cainismo que demasiado a menudo contamina el comportamiento del centro-derecha. Con este éxito, Feijóo añade a sus aliados a un nuevo barón con galones y afianza un estilo muy alejado del fundamentalismo que algunos reclaman, demostrando que la mejor forma de hacer oposición en tiempos de insensatez es la persistencia en la sensatez, algo que no está en absoluto reñido con la contundencia con la que el líder popular habrá de emplearse cada vez que Sánchez conciba un nuevo desmán.

Desgraciadamente, con Sánchez el PSOE ha dejado de ser un partido de Estado para convertirse en una mezcla de lobby y gigantesca agencia de colocación. Un problema que, por mucho que nos pese, no concierne únicamente a sus cuadros y  militantes, sino al conjunto del país. España necesita un PSOE cabal, una izquierda que rechace el populismo y vuelva a ser un instrumento que propicie la cohesión y no la rivalidad territorial. Y una de las certezas de las elecciones gallegas es que, con Pedro Sánchez al frente, ese PSOE no es viable. La sucesión de fracasos electorales del sanchismo revela el agotamiento de un modelo que solo beneficia al independentismo y a la izquierda extrema. A estas alturas, es dudoso que sin Sánchez el PSOE logre recuperarse algún día. Pero lo que es seguro es que o se desprende de Sánchez o acabará desintegrado.

De ello ha dado fe el espectacular resultado del Bloque Nacionalista Gallego, que duplica en porcentaje de voto al PSdeG de Gómez Besteiro, nueva víctima de la voracidad de un Sánchez cuya codicia le llevó a apostar, con pasmosa desfachatez, por la candidata del BNG, Ana Pontón. De nuevo el original supera a la fotocopia, que es el papel que Sánchez adjudicó en estas elecciones a los socialistas gallegos. El drama, como se han apresurado a apuntar los portavoces oficiosos del Bloque, es que la alternativa a la derecha ya no reside en la izquierda o en el socialismo democrático, sino en el nacionalismo radical.

Con el resultado en Galicia Feijóo afianza un estilo muy alejado del fundamentalismo que algunos reclaman, demostrando que la mejor forma de hacer oposición en tiempos de insensatez es la persistencia en la sensatez

Mención aparte merece el descalabro de Sumar, no por anunciado menos significativo, en tanto que también expone sin filtros la artificiosidad del proyecto encabezado por Yolanda Díaz. No es la primera vez que la vicepresidenta del Gobierno besa el polvo en su tierra, donde parecen haberle tomado hace tiempo la medida, como acabará ocurriendo antes o después fuera de Galicia. Díaz es una carcasa sin nada dentro, sin nada que ofrecer salvo una gestión del mercado laboral que, como acabará demostrándose, no es la que necesita España.

Yolanda es un bluf, estadio al que se aproxima aceleradamente el partido de Santiago Abascal, en apariencia empeñado en ser partícipe imprescindible del relato tramposo del presidente del Gobierno. Abascal ha convertido al partido que ayudó a fundar en una camarilla que se confirma como un lastre para la alternancia política, aunque esta vez su suerte ha sido que los votos de Vox, al igual que los del partido localista del alcalde de Orense, Gonzalo Pérez-Jácome, no han interferido en el resultado; pero no siempre será así.

El resumen es que, al no poder utilizar aquí el cuento de que viene la ultraderecha,  Sánchez optó por infravalorar a los gallegos, incluidos los socialistas gallegos, y lo que ha hecho Galicia, en cumplida respuesta, es señalarle la puerta de salida.

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