Por Historia de zorrastrones se entiende el “descubrimiento interesante de las finas y diabólicas astucias de los caballeros de industria, rateros y estafadores” que traducida del francés fue publicada en castellano en 1821. Dice su impresor que se trata de una “obra histórica graciosa, divertida en extremo, y necesaria a todo ciudadano honrado para poder librarse de las arterías y refinada maldad de los muchos pícaros de que abunda la sociedad”. Añade que “contiene detalladamente todas las sutilezas, estratagemas y ardides los más finos e inauditos que emplean los caballeros de industria y gentiles hombres de ganzúa, para robar sin estrépito en las poblaciones, y con menos exposición que los salteadores de caminos”. Como decían nuestros abuelos cuando intentaban timarles “¡a robar, a Sierra Morena!”
El libro yacía inerte en los anaqueles de la Biblioteca Nacional desde hacía ciento sesenta y siete años hasta que, en diciembre de 1988, un ministro del Interior, José Luis Corcuera, decidió reeditarlo para su envío como obsequio por la Navidad de aquel año. Su mención alcanza estas líneas de la mano del abogado Enrique Cavero que acompañaba el envío del ejemplar con un tarjetón fechado en Madrid, a seis de marzo de dos mil nueve, es decir, veintiún años después de su reedición por cuenta del ministerio del Interior “por si pudiera servirme de fuente inspiracional”.
“Queda sin habla porque el aliado número uno de su interlocutor florentino ya no es la astucia inescrupulosa del Príncipe modelo, sino la apatía política del pueblo sojuzgable”
Desde el encuentro en 2002 con El arte del trepador de Maurice Joly, que culminó en 2004 -dos años después- en una librería de segunda mano de Gerona al verme sorprendido por un ejemplar de su Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, editado en Bruselas en 1864 y por Seix Barral en 1977. En sus páginas, Joly “por boca de Maquiavelo, analiza con singular lucidez las astucias y artimañas del poder absoluto, anticipa y denuncia las estratagemas de todos los déspotas que dictan constituciones con el solo fin de disimular su poderío”. Pero sucede que Montesquieu, en un mundo maquiavelizado como el de estos diálogos, “queda sin habla porque el aliado número uno de su interlocutor florentino ya no es la astucia inescrupulosa del Príncipe modelo, sino la apatía política del pueblo sojuzgable”.
Pero volviendo a los gentiles hombres de ganzúa, aceptemos que ahora se les ha sumado los procedentes de otra especie, honrada con amnistías y reformas del Código Penal, de modo que la extracción indebida de fondos del erario público ha dejado de ser delito si quienes la llevan a cabo lo hacen con la sana y loable intención de ayudar a la proclamación de la independencia de Cataluña, el mantenimiento de Waterloo o el sostenimiento de los partidos políticos cuya derrota en las urnas les ha privado de las subvenciones que la victoria les hubiera granjeado. De ahí que, en adelante, será conveniente colocar un aro detector de intenciones antes del acceso a la caja donde se guardan los fondos del erario público extraídos de los contribuyentes, de modo que les sea aplicable la indulgencia plenaria a los extractores si las intenciones bajo las que operan en estas maniobras de apropiación se consideran ligadas a fines como los mencionados o bien a otros análogos con efectos desencadenantes de semejante disolución social. Vale, pero a otro perro con ese hueso de “Hacienda somos todos”. ¿Entendido?
IGNOTO
Sr. Aguilar, el recuerdo que guardo en mi memoria de sus años de periodista de verdad, comprometido, objetivo y decidido, lo está usted tirando por la letrina. Permítame comentarle, con respecto a usted aquel dicho de "El rey está desnudo", aunque creo que en el fondo, usted es totalmente consciente de su obsolescencias. Saludos.