Les recomiendo vivamente la lectura de 'Historia social del Tercer Reich', de Richard Grunberger. Allí se analiza todo el amplísimo mosaico que compuso la atrocidad del sistema nazi. Por descontado, hay un capítulo dedicado al humor. Como en cualquier sistema totalitario, explicar chistes contrarios al régimen se castigaba con penas severísimas, incluso llegando a la capital. Grunberger nos advierte que muchas de estas bromas no estaban motivados en modo alguno por la oposición al Reich de quien explicaba la gracia, sino más bien por las ganas que tiene el chistoso a despertar la risa de su auditorio. Ni que decir tiene que desde el ministerio de propaganda de Goebbels salían a diario, entre muchísimas otras consignas y órdenes, un buen puñado de chistes adecuadamente ingeniados para que el pueblo se desfogase sin por ello perjudicar al Führer ni al régimen.
Siendo como es Cataluña una sociedad dominada por un pensamiento nazi, como he explicado en numerosas ocasiones, es lógico que ese humor negro, oscuro, cargado de mala leche contra la víctima y servil con el agresor, triunfe. Lo triste es que lo paguemos entre todos, aunque tampoco eso sea una novedad históricamente hablando. Los enormes desperfectos y destrozos que supuso la Noche de los Cristales Rotos, con el incendio y saqueo de sinagogas, comercios, domicilios particulares o empresas judías por parte de las SA y las SS, tuvieron que ser sufragados por el mismo pueblo hebreo. Lo que les decía, nacionalsocialismo disimulado y, de momento, sin campos de la muerte. Denles tiempo, que el Holocausto no empezó ni el primero ni el segundo ni el sexto año del Tercer Reich.
La última perlita desgranada por uno de esos graciosillos del régimen, Jair Domínguez, ha sido a raíz del positivo en covid de Rafa Nadal tras su almuerzo con Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I. Ha preguntado quién preferiríamos que se muriera de los dos, si el tenista o el soberano. Recordemos: este sujeto vive de nuestros impuestos y no vive mal, por cierto; es la enésima ocasión en la que vomita hispanofobia racista al máximo, ya saben, el de la princesa y la reina, el que asegura tener un perro entrenado en oler y detectar españoles; ah, pero por obra y gracia del director de TV3, Sanchis, ahí sigue tan tranquilo.
Se escudan tras el burladero infame y cobarde del sacrosanto derecho a la libertad de expresión, confundiéndola con la libertad de infamia, de libelo, de desear intenciones dolosas a terceros. Ahora bien, líbrese usted muy mucho de decir nada de los Pujol, qué digo de los Pujol, de la Rahola, porque le caerá la del pulpo a dos manos. Su humor es como el patio de su casa, a saber, particular, aunque cuando llueva no se moje como los demás. El paraguas lo tienen garantizado por Sánchez, el PSC, los podemitas de Colau y el ejército de Pancho Villa que compone el abigarrado mundo separatista.
Qué graciosos son, dijeron cuando Mikimoto hace décadas se metió con la Infanta Elena. Mandaba Pujol y Felipe había decidido que era mejor tenerlo sentado en la generalidad y apoyándole en el congreso que entre rejas por Banca Catalana. De aquellas risitas, estas infamias. De aquellas inmunidades, estos excesos. De aquella dictadura enmascarada de democracia y Seny, este régimen asfixiante, hediondo, en el que hay uno puede decir esta barbaridad y mañana afirmar que se va a comer un niño tras apedrear la vivienda de una familia. Es humor nacionalsocialista, de campo de concentración, el mismo que denominaba a los presos encargados de extraer los dientes de oro a los cadáveres antes de meterlos en el crematorio, “buscadores de Alaska”.
Quina gràcia. Hasta que llega Auschwitz.