Frankfurt. 1984. Feria del Libro. Hace sólo cuarenta años, en el albor de la expansión explosiva de la televisión y la industria del entretenimiento, el crítico Neil Postman exponía sus impresiones sobre la actualidad cultural. Observaba que, contrariamente a la creencia generalizada, Aldous Huxley y George Orwell no vaticinaron lo mismo. En 1984, Orwell anticipó el fin de la libertad de expresión por una opresión externa al individuo. Huxley, por su parte, sostuvo que no es necesario ningún Gran Hermano para privar a las personas de su autonomía. La gente, decía, llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que pulverizan la capacidad de pensar y promueven la desidia. Las imaginaciones de Orwell convocan a Giovanni Piranesi y sus Carceri d'invenzione. Las de Huxley se manifiestan en todo su esplendor dentro de un supermercado.
“Orwell temía la prohibición de los libros. Huxley que no hubiese razones para prohibirlos al desaparecer el interés en leerlos. Orwell temía a los censores. Huxley a quienes nos darían tanto hasta reducirnos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía el ocultamiento de la verdad. Huxley que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancias.”, dice Postman y recuerda la advertencia de Orwell sobre la posibilidad de ser rehenes de un régimen autocrático y la de Huxley sobre el peligro de vivir sumergido en la trivialidad. En 1984, las personas son subyugadas por medio del dolor. En Un Mundo Feliz se controlan infligiendo placer. “Libertarios y racionalistas, siempre listos para oponerse a cualquier tipo de tiranía, no tuvieron en cuenta el infinito apetito del hombre por las distracciones.”
Los móviles tal como hoy se conocen no existían ni en las películas de ciencia ficción clase C. La década del ´80 fue, también, el momento del fulgurante despegue de la industria del videojuego
Cuando Postman leyó sus líneas, luego incluidas en el celebrado volumen Amusing Ourselves to Death (1985), Internet era una fantasía de laboratorio. El desarrollo del Protocolo de Transferencia de Hipertexto (HTTP), conjunto de normas para la comunicación de datos en la World Wide Web, fue puesto en práctica por primera vez en 1989 por Tim Berners-Lee. Un lustro más tarde Internet alojaba sólo algunas decenas de sitios. A comienzos de los ‘80 el CD era novedad y ominosa amenaza a la hegemonía del disco de vinilo y el modelo Selectric de IBM, con su espléndida bola de tipos variables, la máquina de escribir favorita entre periodistas, escritores y académicos. El ordenador personal IBM 5150, puesto a la venta en 1981, no tenía disco duro y su capacidad de almacenamiento dependía exclusivamente de dos unidades floppy de 160KB cada una. En materia de teléfonos móviles, el Motorola DynaTAC 8000X, lanzado en 1983, era un tosco artilugio con forma de ladrillo cortado al medio y lujo para pocos. Su precio: 4.000 dólares, equivalentes a más de 12.000 en 2024. Pesaba 800 gramos, medía 25 centímetros de alto sin incluir su larga antena de goma y una carga completa de batería demoraba 10 horas. Los móviles tal como hoy se conocen no existían ni en las películas de ciencia ficción clase C. La década del ´80 fue, también, el momento del fulgurante despegue de la industria del videojuego. La era de la distracción permanente había comenzado. Su recorrido incontenible hará cumbre cuando las máquinas tomen el control definitivo. El valor de mercado de la humanidad se aproxima a cero a velocidad vertiginosa.
Postman señala la eclosión revulsiva de la televisión en los ´50 y su desaforada versión de cable en los ‘80 como inicio del fatal declive de la tipografía y contundente cambio de paradigma epistemológico. En la era de la imprenta, sostiene, el discurso público en Estados Unidos podía considerarse, en general, coherente, serio y racional. Bajo el imperio de la televisión, afirma, se ha vuelto mustio y absurdo. Dos medios tan diferentes no pueden contener las mismas ideas. “La imagen socava a la palabra escrita. Nuestro apetito insaciable por la televisión y el contenido disponible en abundancia provocan gula informativa, al punto que pasamos por alto lo verdaderamente significativo. Ya no importa lo que hemos perdido siempre y cuando nos hayamos divertido”.
Veinte años después de pronunciar su discurso, la digitalización pulverizó bibliotecas, periódicos, revistas, televisiones, salas de cine, salones arcade, conferencias, espectáculos deportivos, emisoras de radio y el monopolio informativo del tándem formado por catacumbas de Estado y sótanos noticiosos. La digitalización construye y deconstruye con la destreza hipnótica de los mimoides de Stanislaw Lem. Súbitamente, el planeta, escenografía inmutable de hierro, piedra y argamasa, se convirtió en un océano de trillones de toneladas de plasma metamórfico capaz de albergar simultáneamente infinitas realidades, sin superposición ni transparencia. El mundo en bloque cambió libro por tres horas diarias de televisión y luego abandonó el televisor para mirar atónito un teléfono doce horas por día. El analfabetismo autoinfligido es ignorancia artificial.
La Multitud acosa, persigue y fagocita. Sus integrantes, minorías sentimentales, incultas y verbosas, proclaman que la libertad y la diversidad son sus objetivos pero, al mismo tiempo, exigen mano de hierro al burócrata de turno
No sorprende. El colectivismo consagra a la pereza, derivado angular de la sociedad industrial, como vector rector en la vida de vastas mayorías. La necesidad imperativa de lucir uniforme y hacer ejercicios de orden cerrado corta de raíz cualquier posibilidad de experimentar el pensamiento crítico, célula madre de la individualidad y la autonomía. La Multitud acosa, persigue y fagocita. Sus integrantes, minorías sentimentales, incultas y verbosas, proclaman que la libertad y la diversidad son sus objetivos pero, al mismo tiempo, exigen mano de hierro al burócrata de turno. Claman por un padre abusivo que los dirija y los colme de obnubilaciones y masturbaciones de toda especie.
"Una cultura puede perecer de dos modos diferentes. De acuerdo a Orwell se convertirá en una prisión. Según Huxley se transformará en un número de burlesque. Es mucho más fácil oponerse a un mundo orwelliano que a uno huxleyano. Todo en nuestro entorno nos ha preparado para resistir a una prisión cuando las puertas comiencen a cerrarse a nuestro alrededor. Pero, ¿qué pasaría si no escuchamos lamentos y gritos de angustia? ¿Quién ha sido entrenado para tomar las armas contra un mar de diversiones? Me temo que nuestros filósofos no nos han educado para enfrentar este problema”, escribe Postman.
Huxley estaba en lo cierto, Orwell hasta cierto punto. Kafka fue la inspiración de ambos.
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