Parece que no queda ninguna duda de que en 2021 habrá menos muertos, menos restricciones y más actividad económica. Nunca que yo recuerde ha habido más consenso en que el año que viene será mejor que el actual. Precisamente el mayor riesgo será que se defrauden nuestras expectativas y no porque no vaya a ser cierta la mejora, es que quizás esperamos demasiado.
Lo primero que debemos tener claro es que el primer trimestre se parecerá mucho al último de 2020. Como ya ha apuntado Merkel, la única dirigente mundial que siempre ha hablado sin falsos optimismos, la vacuna no cambiará significativamente el panorama médico hasta dentro de muchos meses, y el frío de enero y febrero que nos empuja a los espacios cerrados, tampoco ayudará a contener el virus, que sigue creciendo en todo el mundo. El uso de mascarillas y la distancia social es posible que siga vigente incluso en 2022. Con todo, es evidente que según avance 2021 todo mejorará, incluso si las vacunas son menos efectivas de lo planeado. El asunto es si será suficiente como para empezar a sanar las heridas económicas (de las psicológicas mejor no hablar) que nos deja este año.
Un país de pocos ahorradores
En concreto en España el fin de los ERTE provocará que los máximos de la tasa de paro los veamos muy probablemente en 2021 (en los Estados Unidos, sin esa figura, la tasa tocó máximos en abril y no ha dejado de caer desde entonces) y eso implicará que para muchas familias lo peor de la actual crisis aún esté por llegar y por tanto, la recuperación del consumo no sea tan intensa como algunos prevén. A eso hay que sumar que España se encuentra entre los países menos ahorradores de la zona euro, casi la mitad que en Alemania y un 30% menos que la media de la Eurozona. Tampoco es muy probable que las entidades financieras españolas, las peor capitalizadas de Europa (a pesar de que, gracias a lo anunciado este mismo mes por BCE, no tendrán problemas de liquidez), vayan a conceder créditos alegremente con la morosidad latente –oculta gracias a moratorias y aplazamientos- que hay en sus balances.
La nueva década que arranca el próximo 1 de enero será mucho peor de lo que debería por culpa de todas las medidas que se están tomando para garantizar un 'buen' 2021
No obstante, soy optimista con 2021, primero porque lo soy para el resto del mundo y nuestro sector exterior (exportaciones y turismo) se beneficiará de la mejora global y segundo, porque tenemos (casi todos los países pero especialmente en España) unos gestores tan cortoplacistas que se están volcando en que el próximo sea un buen año sin tener en cuenta más allá. Como hizo nuestro Gobierno este verano difundiendo la mentira de que se había vencido al virus para intentar impulsar la economía con las consecuencias que hemos podido comprobar en otoño. Es decir, 2022 o 2023 o incluso la década nueva que empieza el próximo 1 de enero, serán mucho peores de lo que deberían ser por culpa de todas las medidas que se están tomando para garantizar un 'buen' 2021, empezando por unos Presupuestos Generales del Estado basados en unos números fantasiosos.
Pero no es sólo que el Gobierno vaya a utilizar mal la inyección de dinero europeo (gastando más que invirtiendo, la subida salarial a funcionarios y pensionistas tras un año sin apenas inflación es quizás el mejor ejemplo), ni que los ingresos que esperan los PGE no se vayan a cumplir ni siquiera con la exagerada alza del PIB que profetizan, ni que toda la política económica se fíe en que la UE no cortará el grifo y BCE seguirá apoyando (yo también creo que será así porque hay demasiados países miembros en muy mala situación, algunos con mayor peso incluso que España, como Francia e Italia), es que incluso a nivel privado, todos los problemas, lejos de solucionarse, se están postergando.
Confianza en el futuro
Empresas zombis que siguen abiertas porque el cierre le sale más caro que seguir activas aunque no den beneficios, bancos renegociando deudas y aplicando moratorias –con y sin aval estatal- para que no se dispare la mora oficial y así no tener que provisionar, y numerosos empleados del sector privado con un menor poder adquisitivo que en 2019 harán muy difícil que se puedan cumplir los deseos microeconómicos de la mayoría para el año que viene. Un ejemplo: aunque se pueda viajar con relativa seguridad el próximo verano, ¿tendremos la suficiente confianza en el futuro como para hacer un gran gasto familiar?
Es decir, es posible que las malas cifras más obvias de 2021 –un alto déficit que disparará aún más la deuda- no repercutan a la población gracias a BCE y a la manga ancha de la UE (se podría actualizar el dicho con un “pan para 2021, hambre para el resto de la década”) pero las subidas generalizadas de impuestos a ciudadanos (por ejemplo los hipotecados perderán el ahorro por un Euribor en mínimos por culpa del alza de los seguros), autónomos y empresas (que además tendrán que asumir probablemente otro aumento más del salario mínimo) y las mayores regulaciones como la prohibición de los desahucios y el control de precio de los alquileres (que reducirán la oferta y perjudicará tanto a los ingresos de los que poseen las viviendas como a los que no van a poder acceder a ella sin unas condiciones muy exigentes), van a perjudicar más a la población que la descontada fuerte subida del PIB que apenas recuperará la mitad de lo perdido en 2020.
Creo todos necesitamos confiar en que 2021 será mejor que 2020, tanto psicológica como económicamente. Y creo será así. Pero los españoles lo tenemos especialmente mal para que las previsiones se cumplan así que quizás lo más prudente sería rebajar expectativas. Y si luego la realidad nos da una sorpresa positiva, ¡a disfrutarla!