Hace no muchas semanas escribí sobre cómo usar los precios relativos para entender la evolución de variables como la inflación, los salarios reales o la propia actividad económica en el último año. Un aumento de los precios de los bienes que importamos frente a los que producimos en nuestro país llevan a un aumento de los precios internos en su conjunto (inflación), a una caída de los salarios reales y a una necesaria contracción de la actividad económica (posible recesión), o en el mejor de los casos, un menor crecimiento.
Así, una simplificación extrema me servía, no obstante, para marcar las principales cuestiones que creo han definido económicamente 2022. La inflación surge, así, como un ajuste ante unos precios relativos de las importaciones que aumentan generando un desencanto de la sociedad ante un ajuste de sus salarios nominales insuficiente ante unos precios que los sobrepasan.
En todo este marasmo de ajustes también argumentaba que cualquier intento de adaptar nuestros ingresos nominales (salarios y márgenes) a la evolución de los precios, podría implicar el peligro de prolongar no ya solo el ajuste sino especialmente el coste que esto provocaba. El mayor riesgo de nuestros días es tratar de alcanzar y sobrepasar mediante aumentos salariales o de márgenes a los precios, lo que llevaría muy probablemente a una espiral que podríamos catalogar de suicida. Estos efectos de segunda ronda, si se erigieran en toda su magnitud, nos introduciría en una nueva fase inflacionista para nada deseada.
Es posible que durante 2023 los salarios recuperen parte de su capacidad de compra perdida, y que también lo hagan los márgenes y, mientras tanto, la inflación siga su moderación
Sin embargo, también comentaba hace no mucho que, en un mundo de costes energéticos en clara retirada, un aumento de los márgenes empresariales no tendría por qué alentar la inflación. La razón es que, como consecuencia de la existencia de histéresis en una buena parte de los precios (principalmente en aquellos que se incluyen en lo que llamamos inflación subyacente), muchas empresas podrían aprovechar estos menores costes energéticos para compensar con beneficios presentes y futuros pérdidas pasadas. Sin embargo, esos márgenes serían a costa de unos menores costes, pero no de unos mayores precios, no generando, por lo tanto, un aumento de la inflación.
Pero del mismo modo puede pasar con los salarios. Los precios del gas y del crudo no son para nada semejantes a los experimentados en los peores meses de este pasado 2022. El gas ha caído en estos días por debajo de los 70 euros el megavatio hora, mientras que el crudo lo hace por similares niveles. Debemos entender que el gas viene de máximos de 340 euros, mientras que el crudo llegó a estar por encima de los 120. El gas cuesta hoy un 21% menos que hace justo un año, mientras que el crudo Brent lo hace en un 4% por debajo. El ajuste es monumental, no solo estas dos mercancías sino en muchas otras, por lo que las fuerzas que operan, en términos de precios relativos, son ahora las contrarias a las existentes cuando nos temíamos lo peor.
Una caída de los costes energéticos abre la posibilidad de que las empresas acepten durante este año subidas salariales que tengan como objetivo recuperar parte del poder adquisitivo perdido. Y tiene sentido. Si un aumento de los precios relativos de los bienes de importación provoca inflación y caída de los salarios reales, una caída de estos mismos precios relativos puede provocar el proceso contrario. La histéresis abre ese colchón para un acomodo de unos márgenes y salarios mayores. Es posible que durante 2023 los salarios recuperen parte de su capacidad de compra perdida, y que también lo hagan los márgenes y, mientras tanto, la inflación siga su moderación. La magia no es tal, simplemente se debe a la retirada de buena parte de los precios de materias primas y de la energía. Piensen que los precios son la suma de los costes, entre ellos los laborales unitarios (influenciados por la productividad) y los márgenes. Una caída de los costes no laborales deja espacio a un aumento de los otros dos sin que haya que elevar precios. Con no bajarlos es suficiente, algo que la histéresis casi nos garantiza.
Lo que aumentaron los precios en el año de su fulgurante crecimiento servirá para remunerar de más a los factores en los siguientes años cuando la avalancha de los precios relativos se torne la contraria
Algo de esto es lo que nos cuenta un trabajo publicado por el FMI recientemente. En su análisis de pasados episodios de inflación lo que encuentran es que la moderación de los choques de precios energéticos va seguida de aumentos de los salarios nominales, e incluso reales, y que estos no inducen necesariamente a una mayor inflación, sino que pueden ser coetáneos de una moderación de esta. Esto tiene sentido, obviamente, si esta subida va acompañada de una mejora de la productividad o, en cambio y como podría suceder, de una retirada de los costes energéticos. Digamos que lo que aumentaron los precios en el año de su fulgurante crecimiento servirá para remunerar de más a los factores en los siguientes años cuando la avalancha de los precios relativos se torne la contraria.
¿Puede, por lo tanto, que en 2023 seamos testigos de una recuperación parcial de nuestro poder adquisitivo sin generar un mayor impulso de la inflación? Es posible. Las condiciones existen y deberían consolidarse durante este ejercicio. Las subidas salariales podrían sobrepasar a la inflación en la primavera de este año y si, como he comentado, van acompañadas de una continua moderación de precios importados, permitir que parte de lo perdido desde 2021 se recupere en 2023. Pero, obviamente, para ello necesitamos que se mantenga esa moderación de los precios relativos. Si es así, podríamos cuadrar el círculo en este ejercicio. Pero todo depende de muchas variables que deben alinearse de forma armónica. Ya veremos.
vallecas
Usted solo habla de números. Nunca tiene en cuenta que el vendedor trata de buscar el precio más alto que el comprador está dispuesto a pagar
ma
La ingente cantidad de dinero propiciada por el BCE tenía que llevar a un aumento de la inflación, agravada por los impuestos, el impuesto al aire ( CO2), al plástico, las prevaricador as comprobaciones de valores,etc,etc Y además la mentalidad española que, aprovechando el río revuelto, aumenta los precios para resarcise de costes como la subida del smi, véase la subida de la arena de gatos, de .85 a 1.35 de la noche a la mañana, por eso, un poco de presión política ha bastado para convertirnos en la economía europea, entre las grandes, con mejor inflación