Pocos meses lleva esta legislatura y, en apariencia, no puede haber más enfrentamiento y polarización entre los grandes partidos de la política española. Sin embargo, algunos elementos parecen indicar que la hostilidad y agresividad en la superficie enmascara cierto consenso de fondo, como si las dos formaciones chocaran por una mera cuestión de formas, plazos, actitudes y rostros.
Con el fin de permanecer en el poder, y aprovecharse de sus ventajas, Sánchez ha quebrantado cualquier principio, forma o apariencia, provocando una agria respuesta de parte de la opinión pública. Sin embargo, aunque su falta de escrúpulos haya alcanzado extremos inéditos, no se ha apartado del guion, de esa larga senda hacia la degeneración que nuestro sistema político viene recorriendo con la complicidad de ambos partidos. Sus inusitados impulsos para socavar el equilibrio de poderes, profundizar en el más burdo nepotismo, imponer la arbitrariedad, difuminar la frontera entre lo público y lo privado o, la nueva amenaza, meter en cintura a la judicatura y a la prensa libre, no resultan muy novedosos ni implican un cambio de régimen: tan solo una notable intensificación de esa fatídica tendencia que, acelerada por la izquierda y ralentizada por la derecha, dura ya décadas sin que nadie haya osado revertirla. El actual presidente ha prescindido del disimulo, forzando hasta el límite la locomotora de un tren que, de todos modos, hubiera pasado por estas tenebrosas estaciones a la vuelta de algunos años.
El tenso ambiente político se asemeja formalmente al vivido en los meses anteriores a la Guerra Civil, pero sus aspectos sustanciales son muy distintos. En 1936 los partidos mantenían concepciones del mundo incompatibles e impulsaban líneas políticas radicalmente opuestas, desde la revolución social violenta a la reacción. Hoy día, tras el juego de sombras chinescas, se adivina un acuerdo tácito en muchos puntos poco edificantes. Prueba de ello es que PSOE y PP acordaron una ignominiosa reforma constitucional, que entró en vigor en enero de 2024, hace apenas cuatro meses, con el objetivo de introducir, de forma taimada y solapada, la discriminación por sexos en la ley de leyes. ¿Alguien imagina a Azaña y Gil Robles acordando una reforma de la Constitución en la primavera de 1936? La actual polarización posee un carácter mucho más emocional que ideológico; más visceral que racional. Y, para los dirigentes, más teatral que sustancial.
El auge de la polarización emocional
Estudios recientes descubrieron que, incluso en países con gran enfrentamiento y animadversión entre izquierda y derecha, los votantes de un sector y del contrario no exhiben tantas diferencias ideológicas en asuntos políticos concretos. Incluso los más acérrimos prosélitos suelen desconocer la posición de su partido en muchísimos temas. Aunque sigan existiendo diferencias ideológicas, la polarización y el enfrentamiento se deben principalmente a una mera cuestión de emoción, sentido de pertenencia e identidad.
En Ideologues without issues, Liliana Mason sostiene que la pasión y el prejuicio con los que muchos sujetos abordan la política no se debe tanto a lo que piensan como a lo que sienten. La dinámica partidista se asemeja más a la rivalidad entre forofos de fútbol que a una confrontación racional de ideas. Ciertos experimentos en psicología social habían mostrado que la mera inclusión casual o aleatoria en un grupo generaba en el individuo fuertes sentimientos de afecto hacia los propios y de desprecio, incluso odio, hacia los ajenos. Disolver parte de la personalidad en un colectivo, y buscar un rival malvado, satisface conjuntamente esa contradictoria necesidad humana de inclusión y diferenciación. El sujeto trata de acrecentar su autoestima convenciéndose de que forma parte de los buenos, que su colectivo se sitúa en el lado correcto de la historia.
La polarización emocional fue desbancando paulatinamente a la identificación ideológica por el auge de un tipo de votante con débil anclaje de ideas, carente de sólidos principios y crecientemente proclive a aceptar de buen grado cualquier ocurrencia que introduzca su sector político, por muy descabellada que sea. Se trata de un típico individuo contemporáneo descrito por David Riesman en el ya clásico The lonely crowd: sin brújula interior, guiado por los demás, influido por su entorno, siempre al albur de las modas y los medios. Un sujeto que, creyendo garantizado su bienestar material, solo busca sentirse bien a toda cosa. Así, la fibra que teje la sociedad civil resulta cada vez más dócil, acrítica e incapaz de poner límites al poder político, especialmente en un país donde la mayoría cree que la democracia consiste tan solo en el derecho al voto.
Los principios que inspiraron el surgimiento de la democracia liberal van quedando arrinconados, convergiendo los partidos hacia una creencia difusa, incoherente, una nueva cuasi religión laica bien sazonada de ideología de género, ecologismo milenarista o wokeismo
Como gran parte de los votantes mantiene criterios cambiantes con el viento de la última novedad, sea esta sensata o aberrante, los partidos tienen poco incentivo en mantener un cuerpo ideológico bien definido, estable y coherente. Al contrario, descubrieron que ganan más apoyos limitándose a incorporar las reivindicaciones de los activistas, esos grupos de intereses bien organizados que difunden emocionales e infantiles historietas de buenos y malos. La izquierda suele adoptar primero sus dudosas propuestas pero, al poco tiempo, la derecha también las incorpora a su acervo. Así, los principios que inspiraron el surgimiento de la democracia liberal van quedando arrinconados, convergiendo los partidos hacia una creencia difusa, incoherente, una nueva cuasi religión laica bien sazonada de ideología de género, ecologismo milenarista o wokeismo, mientras crece entre ellos una rivalidad predominantemente identitaria, vacía de contenido. Los votos ya no se obtienen elaborando un programa político consistente sino agitando las más bajas pasiones del público. O comprándolos con ayudas, empleos públicos y subvenciones.
Los dos grandes partidos rivalizan por el poder, pero ambos se encuentran cómodos en esa corriente que, desde una Transición pésimamente diseñada, arrastra nuestro sistema político, como en una tragedia griega, hacia la degradación institucional, hacia el deterioro de los derechos individuales y hacia la descomposición territorial. Muchos pensamos en su momento que, tras la devastación causada por el gobierno Zapatero, Mariano Rajoy dejó pasar una oportunidad de oro para acometer las imprescindibles reformas debido a su carácter apático e indolente. Pero no era una cuestión de personalidad: ningún presidente barajó jamás, ni por asomo, la opción de restaurar controles y contrapesos al ejercicio del poder pues ello hubiera implicado gobernar con muchas más cortapisas y limitaciones que el ejecutivo anterior.
El ascenso de Sánchez
La clave del éxito de Pedro Sánchez fue comprender que la política actual no se basa en ideas o razones sino en emociones. Y que los principios, la sensatez y la responsabilidad cotizan muy a la baja. En las primarias del PSOE de 2017, Sánchez rebasó a Susana Díaz, no a lomos de un atractivo proyecto de futuro sino a hombros de unas bases cerriles y ofuscadas, una turbamulta marcada a fuego por un visceral y salvaje odio a la derecha. El pecado de Díaz, apoyando una abstención responsable para permitir formar gobierno al malvado derechista Rajoy determinó su caída en desgracia.
La astracanada del actual presidente, tomándose unos días de “reflexión”, habría significado su expulsión del poder en cualquier país sensato. En España, por el contrario, es una estrategia capaz de tensar la polarización emocional, de enardecer a esa masa irreflexiva que vota impulsivamente a la izquierda por mera animadversión a la derecha.
Una democracia sólida requiere unos eficaces mecanismos de (auto)control del poder, ciertos órganos del Estado neutrales y objetivos, una mayoría de votantes que considere al sector opuesto como adversario (no como la encarnación del Maligno) y unas élites valientes, responsables y conscientes de los límites permisibles a la acción de los gobernantes. Estos elementos fueron socavados en la vorágine de las últimas décadas hasta casi alcanzar el punto de no retorno, ese en el que no quedan en pie suficientes contrapesos para impedir que el gobierno elimine caprichosamente los pocos que aún permanecen.
De nada serviría un nuevo gobierno que mejore las formas y restaure las apariencias, regale sonrisas y buenas palabras, pero, al estilo Rajoy, tan solo ralentice la degeneración sin revertir ninguno de los desaguisados
Desgraciadamente, lo que alarma a una parte de la opinión pública no es que las instituciones, las libertades y los derechos individuales se deterioren, como ha venido ocurriendo en las últimas décadas, sino que lo hagan a ojos vistas, a un ritmo vertiginoso, como sucede en la actualidad. Pero el problema no estriba tanto en la velocidad como en el funesto e inalterable derrotero. De nada serviría un nuevo gobierno que mejore las formas y restaure las apariencias, regale sonrisas y buenas palabras, pero, al estilo Rajoy, tan solo ralentice la degeneración sin revertir ninguno de los desaguisados.
Por suerte, cada vez más gente va tomando conciencia de lo que hay en juego, de la necesidad de una remodelación completa del sistema. Si, estando en peligro los derechos fundamentales, la libertad de expresión, la igualdad ante la ley, o la propia continuidad de España, no surge una potente corriente que reclame un cambio radical, si una mayoría de intelectuales, informadores y opinadores sigue suscrita a la vacía rivalidad partidista o al silencio políticamente correcto, entonces… no debe causar sorpresa nada de lo que pueda ocurrir.
ConTroll
Así es y así lleva siendo desde que el PSOE asesinó a Montesquieu (asesinó la posibilidad de una democracia forma, ya coja en origen) y el PP decidió colaborar en el crimen.
Roblenpie
Artículo muy acertado, es la partitocracia señores, que campa a sus anchas desde hace más de cuarenta años, a los grandes partidos no les interesa cambiar nada, hasta hace bien poco los dos grandes partidos se turnaban con finura en acaparar el poder, cada cual en su sitio y cuando le correspondiera ejercitarlo, hasta que llegó Sánchez, que es más egoísta y lo quiere todo para él, no veo al PP plantear la reforma de esta pseudo democracia que tenemos, tampoco que los medios afines se lo exijan, todo es teatro para hooligans, la solución sería quitar poder a los poderosos, pero no parece posible que ésto vaya a suceder, el estado de derecho seguirá languideciendo, hasta llegar a aplastar a la sociedad.
syloxozi
Puede que algo de eso haya, lo del consenso de fondo digo. A mi me da la sensación de que el PP, en su iluso optimismo, piensa que de las leyes que ahora promulga SancHez, se podrán aprovechar ellos cuando lleguen al poder. Creen que cuando ellos lleguen el trabajo sucio de controlar la justicia y los medios ya lo habrá hecho SancHez y que a ellos les tocará el disfrute de sus leyes y decretos sin el menor desgaste. De ahí que tras sucesivas mayorías absolutas de ambos partidos nunca se ha planteado la cuestión de cambiar la ley electoral para desarmar a los nacionallistas y a sus políticas de segregación y de enfrentamiento. Ahora tenemos a Feijóo frotándose las manos pensando en la cantidad de trabajo que se está ahorrando para cuando llegue al poder. El problema es que no está claro que vaya a llegar al poder, porque lo mismo SáncHez no se deja y Feijóo se vuelve a quedar, como de costumbre, con un palmo de narices y con su sonrisa de panoli.
Chus
Buena entrada, Sr. Blanco. Aunque olvida como empezó el cuento que vivimos hoy. Año 2003, se inventa la máquina de enviar SMS masivos. En 2004 de las poquísimas organizaciones disponían en Europa de esa tecnología. El PSOE del taimado Rubalcaba disponía de ella. En España, nadie más. Año 2004, mediante la tecnología más moderna existente entonces –envíos masivos de SMS-, se montan las manifestaciones -legalmente prohibidas- el día de reflexión ante las sedes del favorito, el PP. Gana el PSOE, ganan las TICs, ganan sus dueños, el UltraCapitalismo de los milmillonarios (Todorov). ¿Socialismo? Año 2009, comienza el uso masivo de la nueva Tecnología: Las Redes Sociales. Dos años después, el PSOE, siempre con el taimado Rubalcaba (Ministro del Interior en aquél momento) monta el show político basado, precisamente, en las manifestaciones convocadas nuevamente en la jornada de Reflexión de las elecciones locales de mayo de 2011. Muestra la patita el PSOE PODEMITA, inauguración del 15 M, ese movimiento del PSOE y sus juventudes narcisistas, que se vendió como espontáneo y apolítico. Los que denunciamos todo esto fuimos perseguidos. Hasta hoy. Los Movimientos pseudo Políticos Woke, siempre comienzan por la acción de las Redes Socciales. Por la acción del UltraCapitalismo de los milmillonarios. Luego aparecen las Falanges primero como Podemitas (minoritarias), luego como Pseoitas (tratando de convertir las “tendencias” de Control Social deseadas por el Ultra Capital en realidad, mediante sus nutridas falanges mercenarias. ¿Socialismo? La Política ya solo es cosa de milmillonarios. Y el Socialismo se ha muerto, y no lo ha hecho solo, sino con el consentimiento implícito a su sustitución por su antónimo: sustituido por el Narcisismo implantado por el Ultra Capital y sus dueños los milmillonarios. Las Redes Sociales, patrimonio del Fascio El odio al Socialismo es el tradicional miedo –generador de odio- a los pobres (a todos los distintos, en realidad) del capital trasmutado socialmente como odio social al “otro”, a cualquier “otro”.
Fran2
El abismo Tanto mirarlo, nos está devolviendo la mirada España, en el borde tanto tiempo, la pasión melancólica de los españoles, la fatalidad, con la mirada en la deconstrucción, ahora, guiados por un alucinado con delirios de inmortalidad Fuerzas deconstructivas, frente a fuerzas constructivas, en tiempos actuales en choque agitado. Muchas veces la tendencia centrípeta se impuso, y, el sistema subsistió. La pilarización española, como alternativa estructural en un pueblo de pasión y acostumbrado a la conquista se hace complicado, unos fragmentos querrán ocupar a otros y crecer. Deseo que Bismark, lleve razón, “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”
vallecas
Hoy los opinadores parecen haber recibido un "briefing" con la consigna "vamos a volver locos a los lectores". ¿Acuerdo tácito? Really" Juanma. ¿Explicar este acuerdo tácito poniendo de ejemplo a Azaña-Gil Robles en 1936, con asesinatos de políticos por la calle? De nuevo Really Juanma. En que está poniendo en peligro a España es Sánchez, Sánchez ha roto las reglas del juego, Sánchez es un criminal a la fuga, un tumor de urgente extirpación, el rey del fango y la polarización. Ni opinadores, intelectuales, periodistas, ni el PP, ni el ¡¡Jefe del Estado¡¡ pueden hacer nada. Los únicos que pueden hacer algo son los Jueces y la Policía. Es un hecho cierto que Sánchez es un criminal, espero que las pruebas salgan a la luz inmediatamente.
Norne Gaest
Excelente artículo. Como dices, llevamos décadas en un proceso degenerativo, que Sánchez ha acelerado. Veo bastante hartazgo, pero no que emerja de la sociedad una corriente regeneradora potente. Regeneradora frente a la partitocracia extractiva, multiplicada por las autonomías y corroída por el nazionalismo separatista. Algunos apoyamos a las fuerzas que lo pretendían: UPyD, Ciudadanos y Vox, ya que lo de Podemos fue populismo de extrema izquierda, o sea, antidemocracia. UPyD estaba lastrado por el hiperliderazgo de Rosa, que disponía en solitario resguardada por feroces escuderos como Martínez Gorriarán. Ciudadanos tenía más cuadros, pero también tenía excesiva personalización en Rivera, y le temblaban las piernas y retrocedía en los grandes envites. Además, no se podía jugar a la equidistancia con una izquierda poco democrática y bastante sectaria como la española. En cuanto a Vox, la corrección política, dominada por la progresía, pero con participación del PP, lo demonizó como peligrosa ultraderecha. Las dos mociones de censura mostraron su aislamiento. Lo peor es que, cuando estaba resistiendo, el aparato decidió prescindir de gente preparada, liberales generalmente, hasta provocar la retirada de un referente imprescindible, como Espinosa de los Monteros. Y los que lo hemos venido votando, en vez de a Espinosa, o a Victor González, tenemos que escuchar las barbaridades de Rodrigo Alonso, el del sindicato, las meteduras de pata de Gallardo o a Bouxadé. Y aplaudimos la incorporación valiente de Girauta o Julia Calvet. Hay mucho hartazgo, pero no veo fuerzas sociales ni políticas dispuestas a corregir un diseño institucional defectuoso. Necesitaríamos un Milei super vitaminado, que la dinámica emocional dice el artículista, reibe apoyo no solo frente a los colectivismos, sino a los nazionalistas de algunas regiones. Y añadiría la superación del bloqueo de unos medios de comunicación estupidizados o al servicio de la corrección política imperante, esos que demonizaron a Vox y hoy hacen el juego a Hamás.
Juanmanuelito
Todo se puede versificar: Luchan brazos infantiles contra las olas del mar; contra las mentes cerriles es imposible luchar.
Antonio92
Excelente artículo. Muchas gracias por su esfuerzo en señalar una realidad que está llevando a este país a la miseria moral, intelectual y económica.
Elfrutero
Juanma, te has limpiado la boca después de cagarte por ella? Me imagino saliendo un zurullo bien grande...puaggg
giledu
Hay miles de formas de hacerlo mucho mejor. Bien dices con un período de transición. Pero ¿cómo explicarlo a una mayoría de españoles cuya abducción ideológica ha sido brutal en decenas de años? El político vive de los votos y nunca va a haber un consenso que no sea una imposición exterior. Esta vendrá por la deuda acumulada, evidentemente.
Erondattt
Buen artículo. ...aunque también hubiese sido bueno hace, 5, 10, 30 años. Llevamos décadas así.