El terremoto que sacudió a la política española con la irrupción de Podemos, Ciudadanos y, más tarde, VOX se fundamentaba en el hartazgo que el bipartidismo producía. Se decía, no sin razón, que la falta de alternativas nos condenaba a dos variantes de una misma cosa. Con el tiempo, que todo lo deja en su lugar, Podemos ha sido más que una versión 2.0 del comunismo aderezado con algunos birlibirloques de modernidad. Ciudadanos, una alternativa seria de centro liberal, se hizo el harakiri al confiar su suerte a
Arrimadas, que tiene nulo sentido del estado y una ambición descomunal. En pie quedan PP y PSOE junto a VOX, un nuevo actor que precisa tanto como inquieta a Casado.
De ahí nacen los problemas con Ayuso. Casado sabe que según la teoría del acordeón, lo que se extendía en su momento, es decir, el alejamiento del centro político hacia los extremos, ahora parece contraerse para retornar a las propuestas centradas. Máxime en tiempos de una nueva crisis económica que va a dejar en mantillas a la anterior. Lo de siempre, en tiempos de tribulación, pocos experimentos. Por lo demás, España se ha gobernado desde el centro, ora escorado a la izquierda, ora a la derecha. Pactando, eso sí, con esas dos anomalías llamadas nacionalismos vasco y catalán por culpa de un mal entendido sentido de la historia, de la ley electoral y de la cobardía que en Madrid siempre ha reinado cuando de las Vascongadas y Cataluña se trata.
En este análisis, Casado necesita prescindir de VOX tanto como Sánchez de Podemos. La única manera es trabajar una Grosskoalitionen al estilo de la que ha gobernado Alemania con Merkel. Ese gran pacto lo que llevan pidiendo hace tiempo foros como Davos, Bildelberg y, más descaradamente, la UE. De ahí que Casado y Sánchez ya hayan llegado a algunos acuerdos en lo que se denomina desbloqueo de las instituciones pero que, en román paladino, sería más justo llamar reparto del pastel. Esa es la vía que complace a todos los que nos miran desde fuera. Pero no es la de Ayuso. Ni la de Abascal. Ni la de muchos otros dirigentes populares. Casado sabe esto, y lo sabe Teodoro García Egea, y lo saben los estrategas de Génova. Son especialistas en sacar de la ecuación a toda aquella persona que se defina como conservadora, liberal, patriota sin complejos y sin falsos golpecitos en el pecho. Siempre fue así. Que se lo pregunten a Vidal Quadras, María San Gil, Cayetana Álvarez de Toledo. Esperanza Aguirre o ahora a Isabel Díaz Ayuso. El PP sabe que ha de distanciarse de VOX. Lo mismo que Sánchez con los comunistas. En este razonamiento las peleas de Teodoro y MAR o las malquerencias entre este o aquel son anécdotas. La superestructura quiere orden en España, y eso pasa por el abrazo de Vergara entre socialistas y populares, volviendo las aguas al centro.
Ahí, Ayuso molesta. Si se reforzase en el partido, esta estrategia no resultaría fácil. La política madrileña sabe muy bien que, como dijo Albert Rivera, lo de Sánchez es una banda y que el problema de la política española reside en los nacionalismos radicales. Con el cupo vasco, los referéndums, los paños calientes. Ayuso no se calla y por eso a Génova les estorba en ese gran diseño en el que Sánchez, poco antes de convocar elecciones, romperá con los comunistas y se abrazará con el PP. Casado cree que se beneficiará de esta estrategia, pero se equivoca. Ganará votos VOX. Y todo dirigente del PP que alce su voz ante los conchabeos con la banda. Hasta ahora nadie ha dicho ni mú. Pero esa calma que precede a la tempestad no puede durar.
Haría bien en recordar el dirigente popular que Ayuso no ha precisado de él para ganar contundentemente en Madrid. Pero que Casado, sin Ayuso, puede ir muy, pero que muy corto de votos. Todo es cuestión de saber qué le interesa más al PP, aunque a uno le gustaría que en el puente de mando popular se preguntasen que es lo que más le interesa a España.