“Marruecos firma un acuerdo con Israel para crear una base militar conjunta al sur de Melilla”. No se citaba fuente alguna corroborable, pero la "noticia" empezó a correr como la pólvora en redes sociales desde el pasado martes.
Es natural que cualquier novedad que agite el “avispero” marroquí genere en nuestro país especial interés mediático. Pero en asuntos de este calado conviene estar prevenidos ante exageraciones, rumorología, o incluso, intoxicación interesada por alguna de las muchas partes que podrían querer crear confusión en un tablero en el que juegan España, Estados Unidos, Israel, Marruecos, Francia o Argelia.
Del ruido de estos días la única verdad verificable es la visita que el Ministro de Defensa israelí realizará a Marruecos esta semana para abordar colaboración militar entre ambos países. Se espera que traten de la posible producción israelí en Marruecos de drones, o el uso del sistema exitoso de defensa israelí “Cúpula de Hierro” por parte de Marruecos en su frontera con Argelia. Pero difícilmente de “bases militares”. Esencialmente, porque Israel no tiene “base militar” alguna fuera de su territorio más allá de pequeñas estaciones de escucha en el cuerno de África, ni Marruecos cuenta en su territorio con base operada o tutelada por ningún país extranjero.
Washington verá confirmado lo acertado de su apuesta en vista del compadreo del Gobierno socialcomunista de Sánchez con los regímenes islamistas iraní y turco y el chavista de Venezuela
Lo que nos debe interesar, más allá de filtraciones improbables, especulativas y sospechosas, es que Israel y Marruecos experimentan un notable progreso en sus relaciones bilaterales, facilitadas por el nuevo marco creado por los Acuerdos Abraham, un cambio tectónico en la relación de los países árabes moderados con Israel. Sin olvidar el papel central del aliado común norteamericano como principal muñidor de esa mejora.
La diplomacia de Marruecos ha venido jugando hábilmente sus cartas con Washington, presentándose como un aliado confiable en el estrecho de Gibraltar, en contraste con España. A partir de la administración Zapatero, EEUU comenzó a derivar su cooperación hacia nuestro vecino del Sur. Los norteamericanos verán confirmado lo acertado de su apuesta en vista del compadreo del Gobierno socialcomunista de Sánchez con los regímenes islamistas iraní y turco, el chavismo venezolano, y, en general, con todo sátrapa anti occidental al que pueda expresar simpatía y proximidad.
Mientras el reino alauita se beneficia del trato preferente que le brindan los EEUU, nuestros servicios de inteligencia ya no intercambian información con los norteamericanos, los franceses y los israelíes en asuntos relacionados con Marruecos. La desconfianza se instala y nuestros intereses se ven afectados. La frivolidad y la irresponsabilidad en política exterior tienen consecuencias.
En la guerra fría casi inevitable que España habrá de librar siempre con un régimen autoritario y nacionalista como el de marroquí, debemos huir de señuelos y triquiñuelas conspiranoicas. Ni los EEUU se han vuelto “antiespañoles”, ni la amistad de Israel con Marruecos significa que el Estado hebreo asuma, y mucho menos vaya a apoyar, las reivindicaciones marroquíes contra España. Los estados tienen valores e intereses. Tanto los de EEUU como los de Israel están más naturalmente alineados con los de otra democracia homologable y desarrollada como España que con los de Marruecos.
En materia de defensa, el experimentado apoyo israelí a Marruecos en su lucha efectiva contra el yihadismo puede ser positivo para nuestros intereses
Falta sólo que, por el ejemplo, el Gobierno de España cese en su infantil expectativa de una relación asimétrica con Israel: se exige a Jerusalén nula cooperación con la amenaza marroquí mientras día sí y día también nuestra diplomacia hostiga al Estado judío en los foros internacionales, financiamos con fondos de nuestros contribuyentes a organizaciones que niegan su derecho a existir e incluso se otorgan subvenciones nominalmente destinadas a ayuda al desarrollo de los palestinos pero que acaban desviadas a sus organizaciones terroristas, como se ha demostrado en la reciente sentencia condenatoria de Juana Ruiz (alias Juani Rishmawi).
De esta situación a la que sólo la torpeza de nuestros sucesivos gobiernos cabe culpar, puede todavía España obtener ventajas interesantes: en materia de defensa, el experimentado apoyo israelí a Marruecos en su lucha efectiva contra el yihadismo puede ser positivo para nuestros intereses. Que Marruecos dependa de armamento americano e israelí es mucho mejor que se rearme gracias a rusos, chinos o iraníes. También es positivo para nuestro país que Marruecos se aleje del abismo de estado fallido y entre en un ciclo de progreso, beneficiándose de los vectores de prosperidad que crean los mencionados acuerdos de Abraham y que, partiendo desde los emiratos, alcanzan la frontera Sur de España.
Simpatía con el Polisario
Nos conviene un Marruecos al que le vaya bien, pero nos conviene que una buena parte de esa prosperidad sea debida a la participación activa de España. Con ese fin, la diplomacia española debe comenzar por abandonar el absurdo y suicida seguidismo de la política exterior francesa. Nuestros intereses en el Magreb y en Oriente Medio, no sólo no están alineados, sino que en muchos casos son abiertamente contrapuestos a los de nuestro vecino galo, que aprovecha su influencia en Marruecos ante la inefectividad de España.
Y, para empezar, convendría abandonar urgentemente caducos parámetros enquistados en nuestra acción exterior: mientras los actores importantes se posicionan a favor de las oportunidades que la cooperación árabe-israelí comienza a generar, nuestra política exterior continúa empeñada en seguir señuelos como la centralidad del asunto palestino en Oriente Medio o la simpatía hacia un grupo como el Frente Polisario, marioneta de los intereses de Argelia en su conflicto con Marruecos, y al que nada debemos históricamente.