Los economistas utilizamos el término externalidad para referirnos a aquel efecto económico secundario e indirecto que se añade al principal y directo que provoca cualquier variable. Como ejemplo, la extracción y uso del carbón proporciona una cantidad de energía aplicable en la vida humana. Éste es su efecto directo, indudablemente positivo. Sucede que, simultáneamente, provoca un efecto secundario contaminante que resulta perjudicial para la salud humana. Esta es su externalidad claramente negativa.
La relevancia de las externalidades negativas de una variable o de un fenómeno cualquiera pueden llegar a ser tan relevantes que en ocasiones provocan que se renuncie al efecto directo positivo derivado de la producción de un bien para evitar la aparición de aquellas. El carbón es un buen ejemplo.
Entre los medios para combatirlo se encuentran medidas de orden socioeconómico: confinamientos, cierre de establecimientos, limitación de los horarios, restricción de reuniones sociales..."
Valga lo expuesto para explicar el fenómeno covid. Al tratarse de un virus, es evidente que su efecto principal y directo recae sobre la salud, no siendo necesario recordar las devastadoras consecuencias que ha tenido sobre la salud de humanidad. Millones de muertos, muchos más enfermos, una buena parte de éstos con secuelas que les acompañarán de por vida… un auténtico drama de magnitud escalofriante. Sucede que, por su alto nivel de contagio, entre los medios utilizados para combatirlo se encuentran medidas de orden socioeconómico: confinamientos, cierre de establecimientos abiertos al público, limitación de los horarios de apertura, restricción de reuniones sociales… que han provocado reducciones significativas de la actividad económica y con ello, el dramático aumento del desempleo. He aquí la primera externalidad negativa del covid. Sus efectos son conocidos, han sido cuantificados y, hasta cierto punto, están ya interiorizados por la población.
En estas condiciones, tampoco puede predecirse ni la duración ni el grado que han de tener las limitaciones que se seguirán imponiendo a la actividad económica"
Si las externalidades negativas de la plaga acabaran aquí, la lucha contra el covid sería un fastidiado combate, con muchas bajas en nuestras filas y con un desastroso balance general. Pero la evolución en el tiempo del maldito virus, su más que preocupante vida propia, sus constantes mutaciones y terroríficos contraataques contra la actuación mundial que trata de vencerle, están generando una segunda externalidad negativa. Es la incertidumbre. En efecto, no hay ni experto médico ni institución científica que se encuentre en condiciones de predecir el futuro del covid. Ni el tiempo que convivirá con nosotros, ni la intensidad con la que afectará a nuestras vidas. En estas condiciones, tampoco puede predecirse ni la duración ni el grado que han de tener las limitaciones que se seguirán imponiendo a la actividad económica.
Incertidumbre sanitaria
Este escenario absolutamente incierto, donde lo único seguro es que ¡quién sabe!, resulta claramente refractario para la inversión. Desconociendo las condiciones del largo plazo, es harto difícil que los empresarios se decidan a invertir, pues el esfuerzo inversor solo se acomete cuando existe una posibilidad fundamentada y motivada de beneficio futuro. Y, ahora mismo, nada puede fundamentarse y motivarse, por lo que, nadie puede acometer racionalmente la decisión de invertir. No nos engañemos, sin inversión no hay crecimiento económico sostenible. Y sin éste, el bienestar social o calidad de vida de la población se estanca primero y se desploma después. Es ésta la segunda externalidad, y también negativa del maldito covid.
Que la pandemia nos ha fastidiado dos años de nuestra vida es un hecho. Que, de seguir la actual incertidumbre sanitaria sobre su evolución futura, nos fastidiará muchos más deviene en consecuencia inevitable. No deja de constituir una espectacular paradoja la coincidencia temporal del increíble estadio de desarrollo tecnológico alcanzado por el hombre con el inicio del declive en las condiciones de su vida cotidiana. O, a lo peor, es que el primero no ha sido adecuadamente dirigido y en el error se ha originado el segundo. Las generaciones venideras tendrán tiempo de analizarlo.