Escribir sobre la actualidad política conduce de vez en cuando a escenas muy desagradables. La última de esas escenas la protagonizó el diputado socialista Odón Elorza cuando subió a la tribuna del Congreso para responder a una intervención de Guillermo Díaz, diputado de Ciudadanos.
Hay que estar hecho de una pasta especial para despachar todo lo que supone convertir a Bildu en socio preferente con un cobarde “ETA ya no existe” y a continuación, en la misma frase, gritar que lo que sí hay es una derecha franquista y golpista. O para exigir que la oposición “deje de utilizar a las víctimas del terrorismo” en sus ataques al Gobierno de izquierdas tan sólo unos segundos después de haber exhibido el inventario personal de sentimientos respecto a algunas de esas víctimas. Un discurso así, como era de esperar, recibió aplausos y elogios. Esto es lo que convierte la escena en algo muy desagradable, aunque ya sea algo habitual. Él estuvo ahí, repetían los notarios de la dignidad. Y a alguien que estuvo ahí, da igual lo que hiciera, no se le pueden dar lecciones. Salvo que quien estuvo ahí estuviera realmente ahí. Salvo que quien estuvo ahí sea, por poner un ejemplo, alguien como Ortega Lara, a quien no sólo se le pueden dar lecciones sino que se le pueden lanzar burlas e insultos sin que quien lo hace pierda su dignidad. Soy Odón Elorza y usted no lo es, como decía Emilio Aragón.
Así, los de la izquierda abertzale, antifascistas de toda la vida, pueden ser socios de altura, mientras que Vox, PP o Ciudadanos pueden ser tratados como miserables
Lo desagradable, decíamos, son los aplausos. En ese mismo escenario se aplaudió -y no sólo en el bloque del Gobierno- a la diputada de Bildu Mertxe Aizpurua mientras leía nombres de mujeres asesinadas en España. En ese mismo escenario hubo indiferencia -algunos miraban el móvil- cuando el diputado Santiago Abascal leyó nombres de víctimas de ETA. Había una diferencia importante: las mujeres de las que se acordó Aizpurua no fueron asesinadas por ninguna banda organizada, y los asesinos no reciben el apoyo de un partido político. Las otras víctimas, las que mencionó Abascal y las que molestan a Elorza, fueron asesinadas por un movimiento político en el que gente como Aizpurua tuvo un papel importante, y fueron asesinadas por personas a las que la gente como Aizpurua trata hoy como a héroes. Los aplausos a Elorza y los aplausos a Aizpurua forman parte de una misma obra. Una en la que la derecha es fascista y la izquierda que asesinó durante décadas también. Y así los de la izquierda abertzale, antifascistas de toda la vida, pueden ser socios de altura, mientras que Vox, PP o Ciudadanos pueden ser tratados como miserables. Ya queda menos para que los auténticos ‘herederos de ETA’ no sean sus albaceas sino la oposición al Gobierno, por la vía del fascismo.
Pactos con Bildu
Dicho esto, Odón Elorza sí expresó algo cierto en su discurso, como el proverbial reloj averiado: es necesario dejar de apoyarse en las víctimas de ETA para denunciar los pactos de los socialistas con Bildu. Hay al menos cuatro tipos de razones para ello: éticas, estéticas, políticas y cívicas.
Hay razones éticas: lo importante no es que hubiera víctimas, sino que hubo asesinos. Entiéndase bien esto: la pérdida de una vida siempre es importante; lo más importante para sus familiares. Pero lo esencial en este caso es señalar que no hubo personas que murieron, sino personas a las que asesinaron. Una muerte no es siempre un asunto ético. Un asesinato sí. Y algunos de los responsables y de los promotores de esos asesinatos se sientan hoy en distintos parlamentos de España.
Hay razones estéticas: centrar un discurso político en el dolor, el sufrimiento o la humillación de personas concretas es algo desagradable. Y no lo es por el hecho de recordar lo que pasó, sino por mostrar en el Congreso sentimientos personales. Hay algo desagradable, utilitarista, en usar el dolor como argumento político. Incluso cuando se hace por los motivos correctos.
Hay razones políticas: las víctimas de ETA no son un colectivo. No sólo hay familiares a los que ver constantemente el nombre de sus seres queridos en la arena pública les resulta desagradable, sino que hay víctimas y familiares que se sienten más cómodos junto a los que aplauden a los asesinos que junto a quienes se niegan a tender puentes con el mal. Erigirse en defensor de las víctimas es hoy, políticamente, un grave error.
Y hay razones cívicas: el objetivo de la izquierda abertzale no fue atacar a personas concretas, sino desarmar moralmente a la sociedad española a través del terror. Cualquier ciudadano debería entender que convertir a la izquierda abertzale en un socio nacional no es una humillación a las víctimas, sino un acto despreciable en sí mismo.
Odón Elorza tropezó con una verdad en medio de su discurso desquiciado: ya está bien de apoyarse en las víctimas para denunciar los pactos con los asesinos. No es lo correcto, no es agradable, no es conveniente y no es necesario.