Opinión

El melapelismo

No sé si cada época en la Historia se caracteriza por una tipología de pensamiento o las distintas tipologías de pensamiento conviven en todas las épocas. Lo que si me parece es que, en un momento dado, hay un tipo concreto que se sobrepone. Sería alg

  • Sánchez y Ábalos en el Congreso, en una imagen de archivo

No sé si cada época en la Historia se caracteriza por una tipología de pensamiento o las distintas tipologías de pensamiento conviven en todas las épocas. Lo que si me parece es que, en un momento dado, hay un tipo concreto que se sobrepone. Sería algo así como el espíritu de los tiempos, la actitud que se sobrepone a todas las demás.

Solemos pensar que cuando Marco Aurelio escribe sus Meditaciones dicho espíritu era el estoicismo. Tal vez sólo fuera estoico el gran emperador romano y el grupo que lo mantenía en el poder. Tal vez San Agustín era platónico y así lo fueron los padres de la Iglesia y Santo Tomás dio un giro hacia el pensamiento de Aristóteles., arrastrando con él a la Escolástica. Tal vez. Tampoco pretendo meterme en jardines en los que mi formación no pasa de la de un buen bachiller con algunas lecturas posteriores. Lo que sí me parece ver es que un pensamiento, con mayúsculas, un edificio teórico que pretende dar un sentido al mundo en que vivimos, también genera una actitud: más sacrificada, si quieren verlo así, en los estoicos que en los epicúreos, más realista en los tomistas que en los agustinos.

Tiene la absoluta seguridad de que todos los demás somos estúpidos y que él puede hacer realmente lo que le dé la gana si nos los explica y, sobre todo, si lo adorna de los adjetivos correctos

El problema de hoy es que la actitud ni proviene de, ni genera pensamiento: la construcción teórica que intenta dar sentido a las cosas. La actitud de hoy en día, porque pensamiento ya les digo que no hay, es el melapelismo, en la que este gobierno que nos asola tiene a sus máximos exponentes en individuos como Sánchez o Ábalos a los que se la pela, literalmente, todo. De otro modo no podría entenderse el espectáculo, uno más, de estos días.

El melapelismo no hunde sus raíces en nada porque el melapelista profeso en nada cree, ni siquiera en sí mismo. Pero eso sí, tiene la absoluta seguridad de que todos los demás somos estúpidos y que él puede hacer realmente lo que le de la gana si nos los explica y, sobre todo, si lo adorna de los adjetivos correctos. Cualquier felonía si es ecológica y resiliente, feminista y progresista, merece ser admitida por la población. Especialmente si el felón pertenece al grupo de los ungidos por el líder supremo.

El melapelismo no es una actitud que provenga del pensamiento, porque nada piensa y en nada cree el melapelista. Es una actitud que genera acción, la que sea, que siempre será correcta porque la ejecuta un melapelista convencido, y eso es suficiente para que el resto tengamos que aceptarla. El melapelismo es alegre. No cabe duda. Produce satisfacción en los melapelistas e hilaridad en los que les contemplan, pero no produce reacción de los segundos, estupefactos como se encuentran, contra los primeros.

La falta de cualquier tipo de pudor

Me gustaría comprender, pero me cuesta, de qué pasta están hechos los melapelistas, pero me gustaría más comprender de qué pasta estamos hechos los que asistimos estupefactos a su desvergüenza. Supongo que los segundos, a pesar de todos nuestros defectos, tenemos vergüenza, aunque sólo sea la ajena.

Así que casi puedo concluir que el melapelismo es la falta absoluta de cualquier tipo de pudor para hacer cualquier cosa. Una contribución intelectual como la que les hago estarán conmigo que en estos tiempos merecería en si misma un doctorado. La entrada Manso, R: en las enciclopedias debería recoger: primer tratadista de la actitud vital conocida como melapelismo. Pero no, miren, yo tengo vergüenza.

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