Tan preocupante resulta el ataque a la democracia al que asistimos, como la escasez de reacciones que se han dado frente al despropósito. Desde que en septiembre y octubre de 2017 presenciamos en Cataluña un golpe contra la legalidad democrática, se han sucedido una serie de acontecimientos que ponen en peligro el orden constitucional que nos dimos en 1978 para superar cuarenta años de dictadura. Los partidos que acompañaron a Sánchez hacia la presidencia del Gobierno en aquella moción de censura contra Rajoy, a finales de mayo de 2018, no eran los más propicios para apuntalar el sistema sancionado por la Carta Magna.
Quienes habían atentado contra la democracia (los independentistas) y quienes habían llegado a la política para “romper el candado de la Transición” (Podemos) aupaban al frente del ejecutivo a un hombre ambicioso y hábil en el arte de la supervivencia política. Sánchez como Ave Fénix surgido de unas cenizas socialistas que ahora controlaba, contra todo pronóstico, a su antojo; Sánchez voluble, “qual piuma al vento”, marxista confeso, de Groucho y no de Karl, con mudables principios en función de las circunstancias. Ese era el nuevo presidente.
Obligado a convocar elecciones porque, a última hora, los independentistas no le aprobaron los presupuestos, cosechó en el primer envite electoral de abril de 2019 magros resultados, aunque suficientes para gobernar, si hubiese querido, con apoyos a izquierda o derecha. Pero no quiso, prefirió forzar una segunda cita con las urnas, creyendo que así aseguraría su presidencia. No fue posible y, desde noviembre de 2019, ha decidido tomar el peligroso camino que nos devuelve al principio de la partida: gobernar España con quienes quieren destruirla, gestionar una democracia apoyándose en los que la erosionan.
El hecho de que ese chantaje se formulara públicamente, sin recibir la firme condena del Gobierno, demuestra hasta qué punto las instituciones democráticas se han degradado en este país
La última prueba del deterioro institucional al que nos conduce esta situación es el infame chantaje de ERC al gobierno en funciones, consistente en la petición de “un gesto” a la Abogacía del Estado para favorecer la liberación de Junqueras a cambio de una abstención que posibilite la investidura. El hecho de que ese chantaje se formulara públicamente, sin recibir la firme condena del Gobierno, demuestra hasta qué punto las instituciones democráticas se han degradado en este país. La posible filtración del informe a ERC y la decisión final de la Abogacía, defendiendo que Junqueras ejerza como eurodiputado mientras se le retira la inmunidad, abundan en ese imparable deterioro institucional.
Lo cual nos lleva a la tesis de que estamos al final de una época, de un sistema político, el de la Transición, enfermo desde hace tiempo y con serios desajustes que lo hacen languidecer sin freno. Conviene aquí recordar el excelente libro de Javier Benegas y Juan M. Blanco, editado por Foca en 2013 y titulado “Catarsis”, donde se profundiza en el asunto, poniendo de manifiesto la mala praxis de una democracia que morirá si no emprende, pronto, una regeneración profunda.
Regeneración y no degeneración, que es a lo que nos conduce esta operación de investidura favorecida por quienes están dispuestos a seguir saltándose la ley, contumaz e impunemente. Con “Navidad y alevosía” quiere Sánchez investirse en medio de una mascarada donde se recuperan –no deja de ser curioso– las grandes palabras y expresiones de la Transición: “Diálogo”, “negociación con el diferente”, “consenso entre los distintos” o, como afirmó hace poco la portavoz de ERC, Marta Vilalta: “Llegó la hora de hacer política con mayúsculas”. Eso es lo que Carrillo dijo a Suárez en casa de Armero cuando, el 27 de febrero de 1977 y en absoluto secreto, ambos líderes cerraron los flecos de la negociación que culminó con la legalización del PCE en el Sábado Santo rojo de aquél año. La “Política con P mayúscula” sirvió entonces para superar la dictadura y conquistar la democracia. Ahora el camino puede ser inverso, pues esta democracia maltrecha puede fragmentarse en la multitud de dogmas identitarios que palpita bajo la “España nación de Naciones” proclamada por el PSC, asumida por el PSOE y aplaudida por los nacionalistas.
Resulta contradictorio blandir un ejemplar de la Constitución como texto a seguir en campaña electoral –al más puro estilo chavista, por cierto– y defender al mismo tiempo el derecho a la autodeterminación
Hasta Pablo Iglesias defiende ahora aquella Constitución de la que renegaba al principio de su carrera política. Pero, mientras elogia el articulado referido a los derechos sociales que el texto consagra, olvida aludir a sus primeros artículos, donde se exponen con claridad las bases de nuestra democracia. Artículo 1.2: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”; Artículo 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”. Resulta profundamente contradictorio blandir un ejemplar de la Constitución como texto a seguir en campaña electoral –al más puro estilo chavista, por cierto– y defender al mismo tiempo el derecho a la autodeterminación para las distintas naciones que, según Podemos, componen el Estado español.
Se trata de la neolengua orwelliana: apelar a la Constitución para ignorarla, aplaudir a la monarquía para eliminarla, favorecer el diálogo para imponer la unilateralidad. Invocar la democracia, en fin, para disolverla.