El planteamiento, que consiste en mezclar política y pornovenganza, es más que interesante, entre otras cosas porque resulta tan actual como creíble. El reparto, con Itziar Ituño a la cabeza, es excepcional. Lo que se cuenta tiene un componente pedagógico que se antoja necesario en estos tiempos de móviles, redes sociales y banalizaciones. Y, sin embargo, al ver Intimidad, la serie de Netflix estrenada el pasado fin de semana, tienes la sensación de acierto incompleto, de acercamiento pero sin brillo, de oportunidad perdida.
Intimidad es una serie necesaria por la crítica social que conlleva. Vale la pena repetirlo porque lo que se muestra es, a grandes rasgos, cómo se criminaliza y ningunea a dos mujeres, en este caso la teniente de alcalde de Bilbao y la trabajadora de una fábrica, por la aparición de vídeos sexuales suyos que se roban y se distribuyen como vendetta para acabar con ellas. Las víctimas dobles, porque padecen la traición primero y el escarnio público posterior.
La relación y la tensión entre ambos casos es quizás lo más conseguido de esta ficción de Netflix. Algo que ocurre por el gran trabajo del extraordinario reparto. Brilla todo el elenco de protagonistas: Verónica Echegui, Patricia López-Arnáiz, Emma Suárez, Yune Nogueitas, Ana Waneger... y, sobre todo y por encima de todo, destaca Itziar Ituño, que a este paso va a ganar muchos premios como actriz.
También deja buen sabor de boca cómo se retrata el teatro de la política que padecemos, con sus trampas, sus secretos y sus corrupciones. Todo ello compone un cóctel que te entretiene, te engancha y te interesa; cualidades que no quieren decir lo mismo aunque lo parezca.
Es necesaria por la crítica social que conlleva. La relación entre dos casos es lo más conseguido. Brillan todas las protagonistas, sobre todo Itziar Ituño. Deja buen sabor de boca el retrato de la política que padecemos. Te entretiene, te engancha y te interesa. No obstante, 'Intimidad' no es una serie redonda
No obstante, Intimidad no es una serie redonda. No va a recordarse, o al menos así lo cree servidor, como una de esas obras que marcan un antes y un después en la ficción patria. Al acabar de verla, te queda esa sensación incompleta antes citada, porque en líneas generales te ha gustado bastante pero al mismo tiempo notas que fallan cosas importantes, acaso decisivas, como en una de esas comidas familiares donde te encantan dos platos pero yerran el vino y los postres.
Los motivos de ese sabor agridulce se llaman ritmo y diálogos. A lo largo de los ocho capítulos de la serie hay momentos esplendorosos sí, pero también otros del todo prescindibles, como las largas peroratas de la voz en off -innecesarias-, o las secuencias lentas que nada te cuentan. Momentos que ralentizan una obra que, hay que repetirlo, lo tenía todo para arrasar pero no lo aprovecha.
El otro motivo por el que no consigue la excelencia está en los diálogos, donde vuelve a ocurrir lo mismo: se combinan secuencias sublimes, de esas en las que una mirada dice más que las palabras, con otras donde los personajes hablan de una forma extraña, como acartonada, artificial, porque parece que hay que remarcarle al espectador lo que se quiere contar. Palabras que no terminan de fluir, en suma, porque no parecen creíbles.
Merece la pena verla por todo lo dicho antes, sí, pero, como también hay que repetir, con Intimidad te queda una sensación de oportunidad perdida.