Opinión

No es un adiós, es un hasta luego

Quizá otro día explicaría lo complicado que es ser irónico sin resultar déspota, ser sarcástico sin caer en lo superficial

  • Póngase a jugar al dominó -

Hoy no llueve. Por fin ha salido el sol. Camino despacio, al ritmo lento de mi madre, que va agarrada de mi brazo.

Hay flores por todas partes, todas artificiales, pero eso no le resta belleza al lugar. Nos detenemos y mi madre se aferra más a mi brazo. Yo me pregunto qué tipo de magia hay en este sitio, para que el silencio sea tan atronador y estremezca el alma.

Ni siquiera los pájaros se atreven a romper ese silencio, como si evitaran, de algún modo, la paz dolorosa que envuelve a los cementerios.

La vida es eterna

Un señor vestido con un traje negro comienza a tocar un clarinete. Las notas pretenden acongojar el corazón, pero yo agradezco que lo que rompa el silencio sea una melodía para camuflar los llantos.

Un sacerdote nos dice que nuestra amiga no está muerta, que la vida es eterna y que solo nos espera en otro sitio. Mi madre susurra un “amen” algo roto. Yo maldigo para mí misma no haber podido conservar y cuidar esa certeza que solo da la fe y haberla dejado morir. Quizá es cierto que ahora ya está en el cielo, tal vez jugando a la petanca o al dominó con mi padre. Puede que esto solo sea un hasta luego, que a algunos se nos antoja demasiado largo, porque el echarlos de menos pesa demasiado.

Ella se va y se lleva sus recuerdos consigo, dejándonos al resto con recuerdos que ahora saben amargos, pero que algún día serán consuelo y orgullo.

Algunos de esos recuerdos se convierten ahora, sin quererlo ni buscarlo, en lecciones de vida. Pero no puedo evitar pensar en todas las cosas que mueren con ella, todas esas cosas que ha visto, que ha sentido, que ha pensado y que no ha compartido. Todo lo que guardó para sí, se va con ella.

El sacerdote sigue hablando, pero mi cabeza tiene otras palabras dentro. Su vida empieza a dar vueltas por todos los rincones de mis pensamientos y me doy cuenta de que sería digna historia para dedicarle un libro. Una novela de lucha, sacrificio, superación, amor y algo de felicidad acompañada de mucho drama. Una vida como tantas otras, que jamás será escrita… Como tantas otras.

-“Mi amiga ya se ha ido”. Dice mi madre. Clavo en sus ojos los míos y descubro esa mirada que tan familiar me resulta y que sé lo que trata de esconder, aunque no lo suele hacer por mucho tiempo.

-Sí, se ha ido. Sé lo que piensas, mamá. No lo digas.

-Vale, hija, no lo digo.

Subimos al coche. Mi madre enciende la radio y están hablando sobre los presupuestos del Gobierno.

Mamá, apaga la radio.

-¿Pero no necesitas saber qué ha pasado hoy?

-No, mamá. Hoy no necesito saber qué pasa en el mundo. Hoy solo necesito que me cuentes cosas que nunca me has contado. Cuéntame cosas.

Empieza a contarme, mientras conduzco, cosas de cuando era pequeña, cosas que nunca antes he escuchado, cosas que desconozco por completo, pero que ya formarán parte de mí para siempre y que no morirán cuando ella se marche a jugar a la petanca o al dominó con su amiga y mi padre.

Detrás tengo todos los libros heredados de mi padre, que me quieren gritar ideas, pero en este momento no quiero escucharlas. Sólo me digo: “Hay que escribir, enciende el ordenador, que algo saldrá”.

Por fin llego a casa. Sigue sin llover fuera. Dentro de mí, la tormenta no amaina. Voy a la cocina y me preparo un té. Ni siquiera me apetece, pero me relaja la liturgia con la que yo lo preparo.

Me siento en mi escritorio. Detrás tengo todos los libros heredados de mi padre, que me quieren gritar ideas, pero en este momento no quiero escucharlas. Sólo me digo: “Hay que escribir, enciende el ordenador, que algo saldrá”.

En la pantalla del portátil leo el comentario de un señor que opina abiertamente y sin tapujos que desmerezco como columnista, porque escribo en tono de humor. En este preciso instante, y sin pensar demasiado, se me ocurren más de mil motivos por los que no estoy a la altura de mis compañeros columnistas, tanto de este medio que, tan amablemente, me invita dos veces por semana a esta terapia escrita, como de muchos otros medios. Pero en ninguno de esos motivos, mi sentido del humor o mi manera de manejar la ironía, tanto en mis columnas como en la vida, me parece que tengan importancia para marcar esa distancia.

Las cosas importntes

Quizá otro día explicaría lo complicado que es ser irónico sin resultar déspota, ser sarcástico sin caer en lo superficial. Hoy, sólo voy a desearle que, si no sabe, aprenda a jugar al dominó o a la petanca, que tengo entendido que son juegos muy recomendables para llenar momentos ociosos y compartirlos con otras personas.

Yo, con su permiso, me voy a servir otro té y a buscar en el jardín algún pájaro que cante y que quiera alegrarme un poquito el alma, rompiendo de una vez este silencio que está callando las cosas importantes de la vida.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli
Un gesto totalitario
Los 'patéticos y gorrones' de la política española