Hablemos claro: En la España cerrada y carpetovetónica de aquel crucial año 1974 para el PSOE éste no era más que un partido zombi, restos de una sigla histórica del bando perdedor de la Guerra Civil a la cual el PCE había ido arrebatando la hegemonía del exilio; poco más que un grupúsculo de ancianos comandado por Rodolfo LLopis sin tan siquiera la aureola romántica del maqui armado (1942-52) que tan bien supo capitalizar el comunismo desde Moscú o París en la década de los 40.
Lo cierto es que la oposición no tuvo la fuerza necesaria para imponer la vuelta a la democracia y por eso Francisco Franco moriría en la cama en 1975... casi cuarenta años después del final de la más cruenta guerra que vieron los siglos entre padres, hermanos, primos y demás familia, con un balance de más de medio millón de muertos en ambos bandos. Esa fue la realidad, no hagan caso a la mitología sobrevenida.
Solo el golpe de mano que dieron un año antes en el Congreso socialista de Suresnes (Francia), con el dictador ya moribundo, unos entonces desconocidos Felipe González y Alfonso Guerra apoyados por el vasco Nicolás Redondo -el Pacto del Betis, ¿recuerdan?- permitiría al PSOE dar la vuelta a la tortilla y afrontar la incipiente transición desde una posición hegemónica en la izquierda.
La libertad, lo único importante
De pronto, unos paniaguados con chaqueta de pana en quienes nadie del exilio se reconocía imponían su golpe de realidad al consejo de ancianos liderado por Llopis; y, dos años más tarde, en las primeras elecciones democráticas de 1977, daban la sorpresa haciendo sorpasso al PCE de los tres mitos de la guerra: Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Rafael Alberti, que solo acertaron a sentarse en los escaños del Congreso para con su fotografía certificar el fin de una era.
El resto de la historia ya la saben: González y Guerra arrinconaron a su íntimo enemigo Enrique Tierno Galván, del Partido Socialista Popular (PSP), en la Alcaldía de Madrid (1979) con la vitola del viejo profesor, y se hicieron con el poder tres años más tarde, el 28 de octubre de 1982, logrando la mayoría absoluta más grande jamás alcanzada: 202 diputados. Y la aplicaron durante más de una década sin complejos republicanos. La forma de Estado, monarquía o república, les trajo sin cuidado porque lo fundamental era recuperar la libertad perdida.
"Pedro Sánchez ha emitido el documento más monárquico de cuantos han emitido los secretarios generales que han sido desde Felipe González", admite un ex dirigente del PSOE crítico con el presidente
Y ustedes se preguntarán: ¿a qué viene todo el exordio anterior? Pues a la íntima convicción de que solo tiene futuro un PSOE que siga apelando a esa amplia base social, como los González&Guerra hace cuarenta años. Solo una sigla capaz de aislarse del ruido republicano en Twitter tiene futuro; una sigla que admita que renunciar al fuero (la República) para garantizar el huevo (la democracia) con una monarquía constitucional sin corte fue un acierto, suyo y de todos los que los protagonizaron, entre ellos el hoy denostado Juan Carlos I.
"
Pedro Sánchez ha emitido el
escrito más monárquico de cuantos han emitido los secretarios generales que han sido desde Felipe González", me observa un exdirigente socialista crítico con el hoy presidente del Gobierno pero dispuesto a reconocérselo... Cierto,
el problema es que, a renglón seguido, prohibió al monarca nada menos que viajar a Barcelona para entregar los despachos a los nuevos jueces en calidad de cabeza del sistema -la Justicia se imparte en nombre del jefe del Estado-.
¿Lo hizo por evitar un mayor desgaste al monarca, como dice el Ejecutivo, o por no incomodar a sus socios independentistas, como asegura la oposición? Da igual; el titular, luego rectificado aprisa y corriendo con otro viaje del monarca y el presidente a Barcelona, ya estaba escrito: el jefe del Estado no puede viajar a Cataluña... algo que un Estado, monarquía o república, no puede permitirse bajo ninguna circunstancia.
Sánchez no puede permitirse, ni por acción ni por omisión, que el Rey sea un problema en ninguna parte del territorio porque entrará en abierta contradicción con su renovada apuesta por la monarquía constitucional
Lo que revela la decisión es miedo, a incidentes a o al qué dirán... miedo al fin y al cabo. Y Sánchez no puede permitírselo ni por acción ni por omisión si quiere, de verdad, que quede clara la renovada vocación del PSOE como partido del sistema nacido de la Constitución de 1978, deseoso de seguir por la senda de la monarquía constitucional que Sánchez defendió hace unas semanas en su carta a la militancia.
Porque, para que haya prendido de esta forma el
clima republicano -artificial a más no poder en tanto que solo 70 diputados de los actuales 350 defienden un cambio de modelo de Estado- mucho ha tenido que ver ese
dejar hacer a su socio de coalición Unidas-Podemos.
Pablo Iglesias puede, porque el grueso de su militancia y de los votantes
morados es antimonárquica militante... pero en el PSOE no ocurre otro tanto.
La militancia socialista tiene alma mayoritariamente republicana, pero no es antimonárquica militante contra Felipe VI; si hubiera una votación igual resulta es más ajustada de lo que nos creemos. Y su votante, del centro-izquierda limítrofe con Ciudadanos a la socialdemocracia, no sería proclive a semejante cambio si, además, conlleva conflicto social.
Por más que los
negocios de Juan Carlos I a la sombra de cuatro décadas de reinado hayan hecho mella en su ánimo, no son pocos en el PSOE los que piden una defensa más explícita del partido a Felipe VI... Y si no la ven, actúan por su cuenta, como
este lunes el presidente de Castilla-La Mancha,
Emiliano García-Page, o recientemente el de Aragón,
Javier Lambán: