Opinión

Un piadoso epitafio para Sánchez

“Se preguntó como pasaría a la historia y fue la historia la que pasó de él”. El peor castigo a un narcisista, la indiferencia

  • Pedro Sánchez y la diputada de Junts Miriam Nogueras -

Mi querido José Alejandro Vara finalizaba su artículo sobre el Monclovita, así como su ridículo cediendo una vez más ante Puigdemont, de modo inapelable: “Este martes tiene algo de miserere, de preludio de una fiesta que se acaba, de anuncio de que ya llega el fin. La gente está harta y él lo sabe. Solo falta que alguien dé el penúltimo empujón y que una mente caritativa escriba un piadoso epitafio”. Efectivamente. Sánchez es un auténtico cadáver político, tanto para su partido como para sus socios, que lo están exprimiendo hasta la última gota. Se le notaba a Miriam Nogueras, la portavoz de Junts con cara de tremebunda y corazón de burguesita bien, cuando habló en la rueda de prensa de ayer.

Que sí, que Sánchez había cedido en todo, que el decreto ómnibus se trocea, que presentarán una proposición para que Sánchez se someta a una cuestión de confianza – disimuladamente añadió que estaban pendientes de una “modificación técnica” que debía hacerles llegar la Mesa del Congreso -, y que espera que todas las concesiones sanchistas al separatismo como el tema inmigratorio se solucionen. Hombre, yo no digo que la razón social Herederos del Tres per Cent no vaya a rebañar lo que pueda. Igual que el PNV con el palacete de París o Mariyoli y el comunismo fetén con su jornada laboral que a muchos pequeños y medianos empresarios les supondrá, junto a los impuestos crapulentos, el cierre de sus negocios. Todo es un poco lo mismo.

A quién ha dejado esta banda del Mirlitón es a las clases medias, que sostienen la economía real, crean empleo y riqueza

Al poderoso, Sánchez le importa un higo porque si no se siente a gusto se irá a otra parte o ya encontrará la manera de sortear los impuestos que le ponga esta panda de revolucionarios de soja descafeinada. A quién ha dejado esta banda del Mirlitón es a las clases medias, que sostienen la economía real, crean empleo y riqueza. Estos años pasados han sido el “Ojalá dure” que decía un albañil mientras caía desde lo alto de Notre Dame, según explicaba Voltaire. Sánchez ha defraudado a propios y extraños. A los separatistas porque, por mucho que les diese – y ha sido, créanme, más de lo que se percibe si no vives en Cataluña – jamás estarán satisfechos; de los batasunos qué les voy a decir que no digan con voz alta y eterna las víctimas de ETA; del comunismo sucedáneo, esa especie de ersatz creada por el madurismo ramplón y vocinglero, tampoco puede esperar demasiado agradecimiento porque destronó a Pablenin, luego a la chica del Sí es Sí para, finalmente, aprovecharse de Yoli y su invento, Sumar, que no ha sumado jamás nada. Del socialismo no vale la pena hablar. Ha conseguido lo que la derecha no podía esperar, cargárselo por completo. Si algo quedará en los huesos cuando Sánchez se vaya por el desagüe del fregadero será, qué cosas, ese PSOE que ya no es ni socialista, ni obrero ni mucho menos español.

No espere Sánchez que en su ejército de Pancho Villa haya un alma caritativa que escriba un piadoso epitafio, en palabras de Alejandro Vara. Y en el otro córner, el de el centro derecha-derecha será difícil que alguien diga “Ya, pero también tenía cosas buenas”, aunque después de oír lo que opina de Trump el señor González Pons – lo ha calificado de “ogro naranja” y “Macho alfa de una manada de gorilas” – igual estaría dispuesto a escribirle un epitafio político. De VOX no hace falta que diga lo que escribirían porque sería lo mismo que piensan los vecinos de Paiporta y demás afectados por la DANA, los que tienen su piso ocupado y encima han de pagarles a esos delincuentes los consumos, los que tienen que soportar la invasión migratoria auspiciada por las políticas sanchistas, el comerciante al que le han robado en lo que va de año más de una vez, los médicos que no tienen recursos, los jueces y fiscales amenazados por el gobierno, los periodistas que estamos en sus listas negras, los jóvenes que tienen que marcharse porque aquí no tienen futuro y no sigo porque todos sabemos de lo que estoy hablando. Así que, aun sin ser panglosiano, me ofrezco a escribir ese epitafio político: “Se preguntó como pasaría a la historia y fue la historia la que pasó de él”. El peor castigo a un narcisista, la indiferencia.

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