Opinión

¿Podemos medir el éxito de las naciones?

Innumerables ensayos han demostrado en las últimas décadas que el mundo cristiano-occidental y sus seguidores -parciales- como Japón, Corea del Sur, Singapur, han progresado más que el resto en los tres ámbitos que permiten valorar el éxito de las nac

  • Felipe González y José María Aznar.

Innumerables ensayos han demostrado en las últimas décadas que el mundo cristiano-occidental y sus seguidores -parciales- como Japón, Corea del Sur, Singapur, han progresado más que el resto en los tres ámbitos que permiten valorar el éxito de las naciones:

  • Un orden moral que reconoce y ampara los derechos humanos, y desarrolla comportamientos ciudadanos típicamente civilizados.
  • Un Estado de derecho que integra y sostiene la democracia liberal con división de poderes al tiempo que garantiza la libertad personal, el derecho de propiedad y respeta las minorías.
  • Un crecimiento económico inclusivo -de pleno empleo- sostenible en el tiempo a través del desempeño de la función empresarial libre de obstáculos.

En los últimos años han proliferado todo tipo de rankings internacionales comparativos del desempeño de los países en los citados ámbitos, habiéndose creado una interesante competencia internacional en la valoración de la calidad institucional de las naciones; un concepto que abarca las reglas de juego que determinan su desempeño económico y social. En ningún periodo previo España ha perdido más posiciones en todos ellos que con Sánchez.

Como fundadores y divulgadores de la civilización cristiano-occidental, España siempre ha estado integrada en dicho orden moral, que a diferencia del resto, sentó las bases del progreso económico y social de la humanidad. Entre sus características más significativas hay que señalar que la declaración de los Derechos Humanos de 1948 tuvo su origen en los principios morales rectores asociados al descubrimiento de América, concebidos en el reinado de nuestros Reyes Católicos y desarrollados filosóficamente por en la escolástica salmantina. Para el ilustrado escocés, David Hume, las tres leyes fundamentales –antes de que existiera Gobierno- de la vida en sociedad, basadas en un orden moral compartido, son: la estabilidad de la propiedad, el intercambio por consenso y el cumplimiento de las promesas. En la España de nuestros días, el gobierno actúa sistemáticamente contra tales leyes naturales vertebradoras de los países civilizados.

Tanto estos, como muchos otros principios morales inseparables de la historia de Occidente se están viendo deteriorados, violentados y sustituidos por la nada, con resultados cada vez peores. Dones morales relatados por Hume como: la discreción, el cuidado, el espíritu de iniciativa, la laboriosidad, la asiduidad, la frugalidad, la economía, el buen sentido, la prudencia, el discernimiento, la templanza, la sobriedad, la paciencia, la constancia, la perseverancia, la previsión, la consideración, la discreción, el orden, el tacto, la cortesía, etc.. están cada vez más alejados de la educación y la vida social.

El principio del deterioro

El Estado de Derecho, ya comenzó a deteriorarse con la inconstitucional ocupación política del Consejo del Poder Judicial por iniciativa socialista en 1985, luego no enmendada por el PP, cuando pudo hacerlo. Le siguió la extrema politización de las cajas de ahorro por el PSOE -tampoco enmendada por el PP- que acabó con ellas con un descomunal coste.

Luego le siguieron:

  • Las puertas giratorias en la justicia.
  • El permanente abuso de los decretos ley.
  • El cierre inconstitucional del Congreso y el bloqueo sistemático de sus obvias competencias.
  • La sustitución fraudulenta de los proyectos de ley -del gobierno- por proposiciones de ley -de la oposición- para obviar los preceptivos controles de aquellos, no obligatorios en estos.
  • La extrema politización del tribunal constitucional y todas las instituciones públicas de control del gobierno y regulación de los mercados.
  • La colonización política de todas las empresas públicas e instituciones del Estado.
  • Los permanentes desprecios de la Constitución y la Transición política que la engendró.
  • Una ley de amnistía inconstitucional, en contra de la legislación de la UE y ajena por completo a los principios fundamentales del Estado de Derecho.

Además, una portavoz del gobierno en la televisión pública propone el sometimiento político progresista de los jueces y de los medios de comunicación no afines al comunismo; lo que no ha sido desmentido.

Es perentorio añadir a todo lo dicho que el presidente del Gobierno, en su carta que anunciaba la performance de estos días, señalaba que la opción progresista que lidera está basada en: el avance económico, la justicia social y la regeneración democrática, cuando resulta evidente -con pruebas a la vista- que sus políticas de gobierno operan justamente en la dirección contraria de la que presume.

Solo Zapatero ha sido capaz de generar decrecimiento de la prosperidad de los españoles en tiempos de paz, mientras que Sánchez presenta la más pírrica tasa de crecimiento de nuestra historia -en paz- y también de la UE

Sobre el “avance económico”, resulta que es hacia atrás: nuestra renta per cápita aumentó una media anual del 4% entre 1940 y 1976, con registros parciales del 2,02% entre 1940 y 1960 y del 6,55% entre 1960 y 1976; con Suárez un 0,55%; con González un 2,53%; con Aznar un 2,71%; con Zapatero descendió -0,85%; con Rajoy un 2,02% y con Sánchez un 0,25%. Es decir, solo Zapatero ha sido capaz de generar decrecimiento de la prosperidad de los españoles en tiempos de paz, mientras que Sánchez presenta la más pírrica tasa de crecimiento de nuestra historia -en paz- y también de la UE.

La mayor “justicia social” es encontrar empleo para ganarse la vida trabajando: los socialistas -aquí sin distinción- han venido siendo imbatibles campeones del paro con González, Zapatero y Sánchez, no solo en España, también en la UE y la OCDE.

La “regeneración democrática” socialista consiste en la negación frontal del Estado de derecho –como ya se ha citado- y la asunción de la “volonté générale” de la Revolución Francesa, según la cual quien gana las elecciones puede actuar -con poderes ilimitados–en contra de cualquier ley previa, pues como sostenía Rousseau: “No existen otras leyes que las que se dan los vivos”. La actual Venezuela, es la meta institucional de la regeneración democrática que postula Sánchez.

Las naciones que han venido teniendo éxito a lo largo de la historia reciente -España entre ellas, hasta los gobiernos socialistas del siglo XXI- se han caracterizado por su solidez y seriedad moral, su respeto al Estado de derecho y consecuentemente por un sostenido crecimiento económico inclusivo de empleo; justo todo lo que, el actual gobierno, está desmantelando.

¿Habrá reflexionado Sánchez estos días de asueto político sobre el “éxito” medible, contrastable y por tanto real, de la -todavía- nación española… durante su mandato?

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