Opinión

"Todos los políticos fuimos culpables"

Porque nadie puede interpretar la Guerra Civil como un enfrentamiento entre buenos y malos, en el que unos tienen toda la razón y los otros, ninguna. Fue mucho más complicado

  • Estatua de Indalecio Prieto -

Nada más entrar las tropas de Franco en Madrid, el 28 de marzo de 1939, la Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación publicó un Edicto por el que obligaba a todos los porteros y vecinos de las casas de Madrid a presentar, en el plazo de 10 días, una declaración jurada con toda la información que pudieran aportar sobre lo que, en sus casas, habían visto de “asesinatos, robos, saqueos, detenciones o cualquier hecho delictivo durante el dominio rojo”. Como la cosa no estaba para bromas, la mayoría cumplió esa orden.

Esto dio lugar a una montaña de documentos que contaban lo que habían vivido en aquellos tres años de horror. Los documentos estaban ahí, pero pocos historiadores se habían metido a analizarlos, valorarlos y sacar conclusiones.

Por supuesto que esos testimonios hay que ponerlos en su contexto: una Guerra Civil, que acababa de finalizar pero cuyas secuelas tardarían mucho en desaparecer. Los firmantes de esas declaraciones evidentemente no querían tener problemas y sí congraciarse con los vencedores. Unos, por identificación ideológica y política. Otros, por puro y comprensible miedo. Esa voluntad de congraciarse con los ganadores pudo llevarles a incluir excusas acerca de su propia actuación, y también noticias que favorecieran o perjudicaran a terceras personas. Eso lo debe tener en cuenta cualquier historiador o simple curioso que se sumerja en esa inmensa cantidad de documentos.

Como ha hecho Pedro Corral, que, después de leerse más de 24.000 declaraciones de éstas, ha escrito con el material que ahí ha descubierto un interesantísimo libro, Vecinos de sangre. Historias de héroes, villanos y víctimas en el Madrid de la Guerra Civil” (La Esfera de los Libros, 2022).

Esas historias confirman algo que todos los historiadores saben: la Guerra en Madrid fue un horror. Porque aquí se desató un inusitado tsunami de odio. Especialmente en los primeros seis meses de la Guerra, en los que una violencia salvaje reinó sobre todo y sobre todos. Algunos lo han comparado con el Terror de 1793 en el París de la Revolución Francesa con Robespierre.

Otros que fueron capaces de sobreponerse a esos horrores y dejar ejemplos de heroísmo, generosidad y grandeza de espíritu en medio de sus propios sufrimientos y tragedias

El autor no es un historiador, sino un periodista y escritor, que, desde hace ya muchos años, ha dedicado varias obras a reflejar las angustias y sentimientos de protagonistas anónimos de la Guerra Civil. En esta montaña de documentos provocados por aquel Edicto ha encontrado innumerables testimonios de actores de la “intrahistoria” unamuniana, de los que no salen en los libros de Historia, de los que, en silencio, sufren y protagonizan los hechos históricos. Hombres y mujeres que, en medio de la vorágine de violencia, odio y miseria moral que se desató en la España de 1936, reaccionaron uniéndose a esa vorágine, pero también otros que fueron capaces de sobreponerse a esos horrores y dejar ejemplos de heroísmo, generosidad y grandeza de espíritu en medio de sus propios sufrimientos y tragedias. Por todo esto puede decirse que Pedro Corral no es, ni lo pretende, un historiador, pero sí es un intrahistoriador, en el sentido que Unamuno da a esa concepción de la Historia.

Al que quiera conocer cómo fue el Madrid de la Guerra no le basta con leer este libro. Pero sin leer este libro nunca tendrá un conocimiento completo de lo que pasó y de la vida cotidiana madrileña entonces.

Además de la profunda emoción que nos producen las historias que el autor ha reconstruido con sus héroes y villanos, al lector no le queda la menor duda de lo terrible que fue la Guerra. Sobre todo por lo que ocurrió en las retaguardias, en este caso en la republicana.

El libro de Corral lo presentaron hace unos días Esperanza Aguirre y Joaquín Leguina al alimón. Leguina, en su intervención, recomendó que fuera enviado al Grupo Parlamentario del PSOE en el Congreso para que lo lean y conozcan lo que pasó en Madrid los actuales dirigentes del PSOE, los que promovieron la Ley de Memoria Histórica y ahora promueven la de Memoria Democrática, dos intentos profundamente totalitarios de imponer una determinada interpretación de la Historia y de la Democracia.

Se comprueba cómo las delaciones se utilizaron para condenar a otros, sólo se puede llegar a una única conclusión: la Guerra Civil fue un horror y la manifestación trágica de un fracaso colectivo

Cuando se conocen algunos de los terribles crímenes que aquí se cometieron y cuando, al mismo tiempo, se comprueba cómo las delaciones se utilizaron para condenar a otros, sólo se puede llegar a una única conclusión: la Guerra Civil fue un horror y la manifestación trágica de un fracaso colectivo.

Por eso, lo mejor hoy es sentir como propio el dolor por todas las víctimas y fijarse en lo que tuvo de bueno, que fue la valentía y la generosidad con la que, tanto los de un bando como los del otro, dieron sus vidas por lo que ellos creían que era una España mejor. Y tener piedad para los que, en vez de luchar por una España mejor, cultivaron el odio contra los que no pensaban como ellos.

Ahora, casi noventa años después de su comienzo, los españoles tenemos que conocerla, los historiadores seguir estudiándola y los alumnos de nuestros Colegios e Institutos saber lo fundamental de ese tristísimo episodio de nuestra Historia. Pero nunca las Leyes pueden dictar que de la Guerra los alumnos reciban una interpretación determinada. Porque nadie puede interpretar la Guerra Civil como un enfrentamiento entre buenos y malos, en el que unos tienen toda la razón y los otros, ninguna. Fue mucho más complicado.

Para demostrar esa complicación este libro de Pedro Corral es especialmente útil. Porque nos muestra a los protagonistas de aquellos episodios como lo que fueron, personas que se vieron inmersas en un huracán de violencia y odio. Sin que, en la mayoría de los casos, hubieran hecho nada para que eso fuera así. La tristeza y la piedad que nos inspiran historias como las de este libro se convierten en reproches hacia la actuación de los políticos de entonces. De manera irresponsable, cultivaron el enfrentamiento y la descalificación del adversario, al que convirtieron en mortal enemigo.

En una de las cartas que Indalecio Prieto dirigió a Negrín, justo al acabar la Guerra, dice: “Pocos españoles de la actual generación estarán libres de culpa por la infinita desdicha en que han sumido a su Patria. De los que hemos actuado en política, ninguno”. Creo que no se puede decir mejor, y esas palabras le honran.

Por eso creo que los políticos de la Transición dieron un ejemplo admirable, al evitar enfrentamientos gratuitos y al buscar siempre los puntos de encuentro con sus adversarios. Lo contrario que hacen, desde Zapatero, los socialistas y sus socios, que, como dijo Leguina, deberían leer este libro para no estar tan seguros de lo que dicen sobre la Guerra.

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