Opinión

Un PP en ruinas

Esperanza Aguirre volvió este lunes a dimitir. Lo hizo por tercera vez en cinco años, acosada por los continuos casos de corrupción que han terminado por enviar a su entorno

  • La hasta ahora portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, Esperanza Aguirre.

Esperanza Aguirre volvió este lunes a dimitir. Lo hizo por tercera vez en cinco años, acosada por los continuos casos de corrupción que han terminado por enviar a su entorno más próximo a prisión. Durante casi una década presidió con mano de hierro la Comunidad de Madrid, pervirtiendo una mal entendida mayoría absoluta y permitiendo que se gestaran bajos sus pies escándalos como Gürtel, Púnica o el caso Canal de Isabel II. Este último ha sido el que finalmente ha consumido sus últimos coletazos políticos como portavoz y concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid.

Se trata de una dimisión que llega muy tarde, con un PP en ruinas y casi una semana después de que la Guardia Civil detuviese al que durante años fuera su hombre de confianza, su sucesor designado, Ignacio González. Es tan sólo un episodio más dentro de la interminable relación del Partido Popular con la corrupción, alimentada día tras día por su pasividad y su obsesión por proteger incondicionalmente a los suyos, especialmente cuando saben demasiado.

Por desgracia, este enésimo capítulo de llanto, falso compungimiento y posterior dimisión no será el último que veamos. Lo hemos visto tantas veces por televisión que ya he perdido la cuenta. Es marca de la casa de la vieja política. Si algo hemos comprobado durante estos últimos años, es que las alfombras de Génova esconden demasiada basura y que muchos siguen empeñados en seguir tapándola.

Hoy muchos nos preguntamos si Aguirre hubiera dimitido si el PP siguiera gobernando la Comunidad de Madrid o el Ayuntamiento de la capital con mayoría absoluta. Yo lo dudo mucho. Con un PP con mayoría absoluta no habría acuerdo de investidura que atara de pies y manos al PP ni pacto contra la corrupción política en la Comunidad de Madrid. No habría comisión de investigación ni Comisión para estudiar el crecimiento exponencial de la deuda en la Comunidad de Madrid. Cifuentes lo habría impedido. Aguirre seguiría haciendo caso omiso a los policías locales que le ordenaran el alto y seguiría insistiendo en aquello de “yo destapé la Gurtel” con su habitual vehemencia. 

No confío en el Partido Popular. Lo reconozco. Sus estructuras siguen siendo exactamente las mismas que presuntamente utilizaron sus dirigentes para repartirse sobres, cobrar comisiones ilegales y financiar campañas electorales con dinero negro. Sus siglas están carcomidas por la corrupción y no parece que nadie allí dentro haya hecho aún examen de conciencia. Todo va bien. Son casos aislados. Hay que mirar al futuro. La realidad es que nadie en el PP se ha plantado y ha dicho: hasta aquí.

Por eso, hoy más que nunca el acuerdo de investidura que firmamos con Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid es la única herramienta útil para evitar que el PP vuelva a las andadas, continué despilfarrando el dinero de los madrileños en proyectos plagados de mordidas e irregularidades y, sobre todo, siga una legislatura más sin reformar las leyes para evitar que todo este bochorno vuelva a ocurrir.

Si algo hemos comprobado es que las alfombras de Génova esconden demasiada basura y que muchos siguen empeñados en seguir tapándola

Cuando una investigación por corrupción política apunta a tu partido, ya no es creíble escudarse detrás de un secreto de sumario. Ya no es creíble esconderse detrás del ‘no me consta’ como excusa para no asumir responsabilidades. Ya no es ético ni asumible esconder la cabeza debajo del ala y esperar que escampe. Eso funcionaba cuando los españoles todavía creíamos en el bipartidismo. Cuando creíamos que unos eran los buenos y los otros los malos; y que, en última instancia, había que optar por el menos malo en cada momento.

Los españoles hemos alcanzado por fin la mayoría de edad y hoy exigimos políticos ejemplares, capaces de acabar con la permanente sombra de sospecha que se cierne sobre la política y las instituciones. Se acabó el tiempo de la resignación. Lo que ayer parecía imposible, hoy empieza a ser realidad. La dignidad y la ejemplaridad volverán a la política. Sigamos.

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