Opinión

El PSOE y la ciénaga

“Como no soy río, cuando me da la gana me vuelvo atrás”. Así justificaba un listísimo hombre de empresa ante su familia y amigos sus inesperados virajes de 180 grados en decisiones de negocios que parecían estar ya tomadas, dejando fuera de ju

“Como no soy río, cuando me da la gana me vuelvo atrás”. Así justificaba un listísimo hombre de empresa ante su familia y amigos sus inesperados virajes de 180 grados en decisiones de negocios que parecían estar ya tomadas, dejando fuera de juego a sus competidores y sorprendidos a todos aquellos que seguían por deporte sus estrategias con el vano afán de aprender algo. Todos los que le trataban aceptaban el aserto como si estuviera escrito en mármol y no veían en esos cambios de actitud un desdoro de su carácter, sino todo lo contrario, más bien como la consecuencia inevitable de ver crecer la hierba y jugar la partida a cinco jugadas vista. También puntuaba a favor el hecho de que tenía límites morales que jamás traspasaba, por mucho que estuvieran situados un poco más lejos que los del resto de sus conocidos y allegados. No era río, pero sí tenía un sentido recto de lo que debía necesariamente llegar al mar.
Algo así, pero fuera de quicio, le pasa al PSOE actual desde que Zapatero. "Ni una buena acción, ni una mala palabra, como lo definían sus compañeros de la Universidad de León". Empezó a cambiarle meticulosamente el ADN al partido hasta dejarlo convertido en lo que actualmente es, una agencia de colocación para gente incolocable y hambrienta de poder, camuflada por unas siglas que todavía siguen significando ciertos valores para mucha gente desavisada. La amoralidad del liderato de Sánchez ha ido permeando todo el partido hasta acabar con su capacidad de sonrojo, autocrítica y vergüenza propia, que no ajena. Primero con disimulo y después a las claras, al ver que las continuas mentiras y bandazos no les pasaban la factura merecida, todos los cargos y carguillos del PSOE se han ido contagiando del cinismo de su secretario general y compiten entre ellos a ver quien suelta la barbaridad más gorda sin que les tiemble la voz. Ayuda que, tras estos años de cruda defensa del poder obtenido a la desesperada en aquella moción de censura en la que los populares no quisieron defenderse, el ecosistema socialista es tan tóxico que no sobreviven en él aquellos que albergan la menor duda. Son arrastrados a la orilla de la historia boqueando como peces moribundos, mientras se plantean si no tendrán unos principios muy por encima de sus posibilidades de mantenerlos.

Así, dicen que no se podría dormir por las noches con Podemos en el poder para meterlo en el gobierno a continuación, defienden la unidad de España y niegan absolutamente la posibilidad de amnistía para los golpistas catalanes para dársela seguidamente, o ponen cara de pena ante las víctimas del terrorismo para humillarles un segundo después pactando con el partido en el que militan asesinos y secuestradores de ETA. Una cosa y su contraria todas dichas con la misma cara de cemento armado. La mentira como forma de vida. Y los espectadores, que somos todos, soportando desde abajo la degradación de las grandes palabras sagradas: Democracia, libertad, honradez, perpetrada desde el atril por todos y cada uno de ellos. Argumentario, lo llaman. Es tan fuerte que no hemos sabido ni reaccionar.

Patxi, el que debe sus dos grandes puestos, el de lehendakari y la presidencia del Congreso, a la bobaliconería del PP, al que en vez de agradecérselo, desprecia todavía más


Ahora le ha tocado el turno a uno de los grandes maestros en ese retorcido arte. Patxi López, con ese rostro desencajado que es el precio que la vida le ha pasado por tanta disonancia cognitiva salida de su boca, ha dicho de Bildu “Que todos saben de dónde vienen y no es para estar orgullosos”. Él, que ha sido el ingeniero de la entrega de Pamplona a los de Otegui y el mayor defensor de los pactos de Sánchez con los del flequillo a hacha. No hace tanto decía que no hay que volver a sacar los asesinatos a la conversación, que ETA dejó de matar hace ya años y eso es lo que debe valorarse, como si a los huérfanos, viudas y padres de las víctimas esa tabula rasa les pudiera devolver a su ser querido o de alguna manera mágica mitigar su dolor. Patxi, el que debe sus dos grandes puestos, el de lehendakari y la presidencia del Congreso, a la bobaliconería del PP, al que en vez de agradecérselo, desprecia todavía más, como solo pueden hacerlo aquellos que deben un favor importante a los que se lo han hecho.
Creen en el PSOE que las mentiras no les pasan factura, pero se equivocan. Ya es tercera fuerza en varias autonomías porque los votantes prefieren a los que van a las claras que a los que reptan, y las perspectivas en las elecciones vascas y europeas no es mucho mejor. En Euskadi, el voto socialista se va igualando progresivamente al del PP a medida que avanzan los días y en la circunscripción única de las europeas, esa en la que no se desperdicia ni un voto, el descenso está descontado. Nunca ha estado el socialismo en horas más bajas ni les ha hecho falta llegar más lejos en sus traiciones a sus antiguos valores para seguir en el poder.

PSC, el partido más separatista


Siempre con la excepción de Cataluña. En mi región, afectada de una grave enfermedad moral, parece que las continuas mentiras no le pasan factura y que Illa conseguirá un gran resultado y ganará las elecciones. Dan igual los oscuros contratos de material médico durante la pandemia, o el racismo de baja intensidad con el que el independentismo trata a su electorado del cinturón barcelonés. El partido espejo, ese que es lo que el espectador quiera ver en él, se presenta como alternativa constitucional, siendo el partido más independentista de todos: El que elegirá a quién de los dos golpistas le corresponde el honor de declarar la DUI. Habrá referéndum y será culpa del socialismo, y todos los que lo votaron tendrán que enfrentarse a su responsabilidad personal en el desastre. No era la solución, era el problema.
Es lo que pasa cuando no eres río, pero sí ciénaga. Puede que te vuelvas atrás, pero el hedor permanece.

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