Pablo Casado sabe que este domingo 14 de febrero se lo juega casi todo en las elecciones catalanas. De poco le habrá servido ganar a Soraya Sáenz de Santamaría aquel congreso del PP en el verano de 2018 si Santiago Abascal y Vox le empatan -no digamos si le ganan- en votos y/o escaños en el Parlament dos años y medio después de iniciada su andadura; por mucho que su secretario general, Teodoro García Egea, se lamente de lo injustos que estamos siendo con ellos porque, si no hubieran ganado a la sucesora apadrinada por Mariano Rajoy, tras esta última confesión del ex tesorero Luis Bárcenas “el PP estaría hoy en disolución”.
García Egea debería saber que aquí se viene llorado de casa y que la política brinda, de tanto en cuanto, una de esas paradojas que la hace tan atractiva por imprevisible, como el fútbol: las elecciones en Cataluña, donde ni siquiera José María Aznar o el propio Rajoy obtuvieron nunca sus mejores resultados, pueden acabar siendo determinantes en el devenir del principal partido de la oposición.
Bárcenas, el innombrable en esa sede maldita que los periodistas denominamos Génova, resulta inquietante por desestabilizador, pero tampoco tan crucial en el asunto que nos ocupa, el del liderazgo. Seamos serios, si en la noche de este domingo Abascal puede exhibir músculo, a Casado nadie osará pasarle factura por las andanzas del extesorero y sus entonces jefes -andaba en Bachillerato cuando aquel trasiego de maletines y favores-... ahora, sí se la pasarán por decisiones como la defenestración de la dura Cayetana Álvarez de Toledo y otras.
Le pasarán ‘factura’ a Casado, nadie lo dude, los mismos que no dudaron en jalearle por defenestrar a Álvarez de Toledo, que ‘todo es bueno para el convento’ de la lucha por el liderazgo
Le pasarán factura, nadie lo dude, los mismos que no dudaron en septiembre en jalearle cuando defenestró a Álvarez de Toledo como portavoz del Grupo Popular en el Congreso, que la política es así de dura; todo es bueno para el convento en la lucha a cara de perro por el liderazgo del partido que se abrirá esa misma noche, en Génova. En Génova, sí, no en la sede de los populares catalanes, donde Alejandro Fernández bastante tiene con evitar que acabe por asfixiarle en las urnas el sándwich que le han hecho entre Abascal y su candidato Ignacio Garriga, por un lado, y el hoy favorito en el constitucionalismo, el exministro socialista Salvador Illa.
A Casado le tienen ganas los perdedores del congreso de 2018 y se nota. No me refiero a Sáenz de Santamaría, que según personas de su entorno, “está en la vida privada y no quiere saber nada de conspiraciones”, pero sí todos aquellos, barones y cargos intermedios que vieron en la victoria del entonces joven diputado del PP la de un advenedizo sin experiencia más allá de la portavocía del partido que le había encargado un Rajoy muy tocado ya en su última etapa.
Las elecciones gallegas del 12 de julio fueron, en este sentido, un paseo militar para su adversario interno por el liderazgo, Alberto Núñez Feijóo, y un inevitable aviso para Casado: “Si fallas, hay recambio”. Claro que, hace dos años y medio, cuando Feijóo pudo ser líder nacional frente a la entonces todopoderosa ex vicepresidenta del Gobierno y no quiso -o no le dejaron-, nadie conocía a una tal Isabel Díaz Ayuso, hoy encumbrada al cargo de lideresa en Madrid vacante desde la marcha de Esperanza Aguirre; ni a un Juan Manuel Moreno Bonilla, hoy presidente de Andalucía cuando, para el día después de los comicios del 2 de diciembre la Génova de Casado había preparado sus sustitución por José Antonio Nieto, derrotado como iba a ser Moreno Bonilla por la eterna Susana Díaz.
Feijóo deberá tenerlo en cuenta este domingo por la noche tras un eventual sorpasso de Vox al PP en Cataluña. No es un recién llegado a la política y sabe que el talante que le vale para ganar votos en su tierra, feudo popular desde tiempo inmemorial, puede no valerle en el resto de España; máxime si el rival a batir es un Abascal crecido en tierra hostil, Cataluña, y dispuesto a exprimir los márgenes del sistema democrático a cuento de la inmigración y otros asuntos de la agenda.
Si Abascal demuestra que el ‘españolismo’ más bronco da réditos en las urnas incluso en Cataluña, ‘alea jacta est´ para el discurso moderado que Casado inauguró en la moción de censura
Porque, si Abascal demuestra este domingo 14 de febrero que el españolismo más bronco contra el independentismo da réditos, incluso en Cataluña -y la recuperación en campaña de Álvarez de Toledo junto a la de Díaz Ayuso resulta todo un síntoma-, alea jacta est para el nuevo Casado que se dio a conocer en septiembre, en aquella moción de censura que presentó Vox contra él no contra Pedro Sánchez, pero también para ese PP moderado que tan bien representa Alberto Núñez Feijóo.
Conviene no engañarse: si Vox gana en el territorio más inhóspito para la derecha, lo cual está por ver -que un cosa es brillar en los sondeos y otra contar votos- el problema no lo tendrá (solo) Pablo Casado, quien durará al frente del PP lo que dure la paciencia de la militancia y los compromisarios de ese partido; No, el problema lo tendremos todos los españoles, empezando por el presidente del Gobierno, que verá como el efecto Vox se come buena parte del efecto Illa y cómo el PSC -y La Moncloa, ojo- pasan a convertirse en el jamón York del nuevo sándwich que formarán el tigre independentista y un Vox envalentonado en la calle, también en la Cataluña del cinturón industrial barcelonés.
Puede que, a escasos días del 14-F, en la sede del PSOE se froten las manos ante la perspectiva de una derecha dividida en tres siglas -PP, Vox y Ciudadanos- a cual más débil, pero esa satisfacción acabará el domingo por la noche y la resaca durará años, me temo. A partir del lunes asistiremos a una carrera en el Congreso y en las calles de toda España entre PP y Vox por ver quien descalifica más al Gobierno “comunista-bolivariano” de Sánchez y Pablo Iglesias... a la yugular. Todo muy edificante.