Opinión

Juan Carlos I: la dictadura de la curva

España es un país perfectamente capaz de dejar morir a Franco en una cama de El Pardo y condenar al rey Juan Carlos, que trajo la democracia, a fallecer como un paria en un emirato árabe

  • El rey Felipe VI junto a su padre, el Emérito Juan Carlos I

España es un país perfectamente capaz de dejar morir a Franco en una cama de El Pardo y condenar al rey que trajo la democracia a fallecer como un paria en un emirato árabe. Vivir contra Juan Carlos I es rentable. Lo es para los que advocan por la República. Y lo es para los medios de comunicación, que presos de los clics y las curvas de audiencia medidas al segundo han descubierto que cada visita del emérito es un filón que eleva y mantiene la atención del espectador.

La condena de Juan Carlos I al destierro es un error que pagaremos como país. Lo es, el error, de quien mantiene la Corona en pie por alejarle. Lo es, el error por supuesto, del propio emérito por no entender que su hijo imprime a la monarquía unas pautas que él debería ser el primero en cumplir. Y lo es, el error también, de los ramoncines, eruditos, cortesanos, sabelotodos y juntaopiniones que juzgan el pasado con los ojos del presente mezclando intereses y recuerdos.

En una sociedad con el nivel de atención de una ameba, lo que se ha hecho con Juan Carlos es echar gasolina al incendio de sus errores. Si el ex monarca viviera en España, el interés duraría lo que dura el aburrimiento de la rutina. Nada. Y se dejaría de hablar él como se deja de hablar de todo. Pero si el hombre viaja cada año a regatear, tenemos el sarao servido.

Los conciliábulos en Puerta de Hierro

Juan Carlos I ha sido un rey excepcional, que supo acompañar a una generación de políticos excepcionales en la creación de nuestra mejor obra: la Constitución. España es ingrata y desmemoriada. Amarga en vida. Exagerada en la muerte. Un país incapaz de hacer las paces con su pasado lejano y reciente, que tiende a condenarse a sí mismo por lo que hizo y por lo que no hizo.

El legado del emérito ya está manchado. Y no hay nada que ni él ni nadie puedan hacer para remediarlo. En su pecado lleva la penitencia. Pero el capítulo del juancarlismo no se puede cerrar compartiendo espacio en las tertulias con Ana Obregón sino en el olimpo de La Clave. Con Balbín se hablaba de todo, porque en todo, como en la vida, hay luces y sombras.

Es necesario darle a su figura la perspectiva histórica suficiente. El rey tiene derecho a la memoria, larga y corta. Y defender ese legado no es poner en riesgo nada. Primero, por acometer una restauración monárquica de forma ejemplar durante la Transición. Segundo, por darle a este país una arquitectura moderna para competir en el mundo. Tercero, por abdicar en el momento justo para salvar la Corona del escarnio populista.

Juan Carlos I ha sido un rey excepcional, que supo acompañar a una generación de políticos excepcionales en la creación de nuestra mejor obra: la Constitución"

Y poner este legado en valor no es sólo una obligación debida para con Juan Carlos, que también. Rafael Spottorno, el último jefe de la Casa Juan Carlos, reúne desde hace tiempo a un grupo más o menos fijo de embajadores en excedencia que analizan el presente pero sobre la herencia política que puede dejar el emérito para la posteridad. Los conciliábulos son en el club Puerta de Hierro de Madrid y se celebran con una cierta regularidad.

Se lo debemos también a ellos. A todos los hombres que han acompañado al monarca en el camino recorrido por España durante su reinado. Y que son algunas de nuestras mejores mentes. Una élite diplomática que también ha vivido en primera persona su descenso a los infiernos. Spottorno, Sabino, Aza, Almansa, Sanz Portolés y tantos otros. Ellos también merecen el reconocimiento por los servicios prestados a España.

Los que piensan que hacen un favor a Felipe VI condenando a Juan Carlos a galeras se equivocan. Felipe es otro rey. Lo ha demostrado con creces. Y la permanencia de la Corona está garantizada en sus manos. A su padre le toca disfrutar de lo que le queda de vida en España. Y que le juzgue la Historia; no la curva de Kantar.

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