Mario Moreno, Cantinflas, ha sido uno de los actores en lengua española con mayor personalidad. Tanto que la propia RAE recoge el término cantinfleo como “la acción de hablar de forma confusa o contradictoria” propia de los monólogos disparatados e incongruentes del genial cómico mexicano. Pedro Sánchez, con sus parrafadas en la comparecencia del pasado 29 de diciembre, nos remitía a Cantinflas, aunque con menos brillo y peores intenciones.
Lenguaje del absurdo para embarrarlo todo, para que nada tenga sentido. En su bosquejo de balance, el desafío del presidente consistía en desmentir lo que dos días antes sentenciaba The Economist: España tiene los peores resultados económicos en pandemia de todos los países desarrollados, “el 23 de 23”. A ocultarlo dedicó el presidente una hora larga de cantinfleo.
En su ensoñación de un país que “está mejor y se recupera con fuerza”, usó recursos del surrealismo en todas las direcciones. Entre otras perlas, esta la podría firmar el mismísimo Cantinflas: “crisis hay muchas, pero salidas solo hay dos, o se avanza o se retrocede”. Sánchez es de los que avanzan, claro, como pudimos comprobar con su explicación sobre el recibo de la luz. “El compromiso del Gobierno de España se ha cumplido en promedio”, soltó sin sonrojo. Y alcanzada esta cota, ¿a quién creerán los potenciales inversionistas, a Sánchez o a The Economist?
Descaradamente, declaró haber cumplido en dos años el 50% de los objetivos, como hace un año ya afirmó haber logrado el 25% y, se puede asegurar, al final de 2022 jurará haber logrado el 75%. Basta mutar lo comprometido en cumplido, el agua en vino
Que este simulacro de balance se anunciara como “rendición de cuentas” provoca bochorno. Avergüenza ver cómo, para ocultar los datos demoledores que han publicado todos los organismos internacionales, ofrece compromisos como si fueran resultados, textos de Planes, Programas y Hojas de Ruta como conquistas ya alcanzadas. Descaradamente, declaró haber cumplido en dos años el 50% de los objetivos, como hace un año ya afirmó haber logrado el 25% y, se puede asegurar, al final de 2022 jurará haber logrado el 75%. Basta mutar lo comprometido en cumplido, el agua en vino.
Que se situara ya en 2020 “en la vanguardia de la rendición de cuentas en el ámbito internacional” y alardeara de haber colocado a España como “el primero de los países de nuestro entorno que somete al escrutinio público el cumplimiento de su programa de gobierno” es la demostración de que el sanchismo no tiene cura. Se limitan a una parodia en la que milagrosamente la débil reactivación se convierte en crecimiento para hacer olvidar al público que hoy estamos en un -6,6% del PIB prepandemia, mientras el siguiente peor de los países desarrollados, Reino Unido, está en -2,2%. “El 23 de 23”.
Intentar neutralizar el lenguaje duro de datos tipo FMI con acantinflados “se ha trabajado en el impulso de políticas de”, “se ha continuado apostando por”, “se han promovido medidas de”, o el estribillo “es de sentido común”, explica por qué provoca sonrojo este “informe” endosado a supuestos expertos del ejército de costosísimos asesores que pastorea en Moncloa el inefable Oscar López, sustituto de Iván Redondo.
Este gobierno está incapacitado para acometer una reforma laboral imprescindible para adaptar nuestra economía a la nueva globalización. Si esto es izquierda, en Dinamarca gobierna la extrema derecha
Todo el Gobierno se ha disciplinado en la técnica del cantinfleo, incluidos los que parecían serios, como José Luis Escrivá y Nadia Calviño, dedicados a manipular datos con falacias estadísticas de parvulario. Han contaminado hasta las páginas del BOE como refleja con precisión Mercedes Serraller en Vozpópuli con su análisis del Decreto de No-Reforma Laboral. Un “cambio de paradigma” considera Yolanda Díaz la nada que se lee en el boletín oficial, pura retórica a la que se conceden virtudes terapéuticas frente a temporalidad y precariedad, y sin necesidad de tocar la perversa dualidad del mercado de trabajo español. ¡Milagro!
Esta historia de la derogación que, según la nueva estrella de la izquierda reaccionaria, era posible “sí políticamente, pero, no técnicamente”, demuestra hasta que punto España está en manos de mentecatos, política y técnicamente hablando. Demostrado: ni flexibilidad ni seguridad, este gobierno está incapacitado para acometer una reforma laboral imprescindible para adaptar nuestra economía a la nueva globalización. Si esto es izquierda, en Dinamarca gobierna la extrema derecha.
Aún peor. Con la diaria concesión a los independentistas de “estructuras de Estado”, el sanchismo confunde a conciencia gestión administrativa transferida a las Comunidades Autónomas con políticas nacionales indelegables. Así, dicen ahora que van a modificar la Ley de Seguridad Nacional para incluir una gestión centralizada de crisis sanitarias, como si no existiera ya una Estrategia de Seguridad Nacional que responsabiliza a Sánchez de la dirección “frente a Epidemias y Pandemias”. O que, para acometer el problema de la España vacía, van a promover una Ley de Desarrollo Rural, cuando ya existe una que han ignorado absolutamente.
Enredos que se repiten. Primero, comprometen algo con solemnidad –“nunca pactaré…”-, para, a continuación, hacer lo contrario, y finalmente “explicarlo” con lenguaje del absurdo para llenarlo todo de humo y confusión. Así van rompiendo la institucionalidad, en paralelo a los golpes de pecho de Lambán, García-Page y Vara, que, cuando proclamen distancia de las políticas de este gobierno con la proximidad electoral, deberían explicar por qué no evitaron el desastre cuando podían. La irracionalidad instalada en España debe mucho a su tacticismo.
Dudan sobre votar PSOE sabiendo que Pedro Sánchez volverá a mentirles inevitablemente, que transitará de nuevo del “nunca es nunca” a su contrario y que, finalmente, les volverá a torear con la momia de Franco.
Lo que hoy demuestran los estudios de opinión es que se ha formado una masa crítica de electores decididamente antisanchistas a los que ninguna de las falacias lanzadas desde el gobierno confunde ya. Parte de los electores socialistas, aún atrapados en un “izquierda versus derecha” usado como trampa de caza electoral, dudan sobre votar PSOE sabiendo que Pedro Sánchez volverá a mentirles inevitablemente, que transitará de nuevo del “nunca es nunca” a su contrario y que, finalmente, les volverá a torear con la momia de Franco.
Detectan cómo el gobierno de Sánchez, subordinado a unos socios obsesionados por que los españoles nos avergoncemos por serlo, se ha incapacitado para dirigir política nacional alguna. Comprueban cómo el Partido Socialista es ya solo el instrumento que usa el secesionismo para conseguir un escenario similar al del brexit, del que ahora tanto se arrepienten los británicos.
No hay cacareo acantinflado que borre esa responsabilidad, y, cuando se retiren las redes protectoras de los “frugales” del Norte, ellos sí, socialdemócratas, no habrá burladero en el que esconderse.
Urge, pues, algo más profundo que un simple reemplazo en Moncloa.