Opinión

Perjurio

En una democracia seria de corte anglosajón se acumularían las acusaciones sobre quien usa la mentira como forma de gobierno

  • Pedro Sánchez, el día de su promesa del cargo ante Felipe VI

“Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno, con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”. Pedro Sánchez, 8 de enero de 2020.

Con toda la necesaria solemnidad que exigía el momento, el hoy presidente del Gobierno utilizaba esta fórmula el pasado mes de enero para acceder al cargo. Si bien puede parecer una declaración general, idéntica en el fondo a la que han usado todos sus predecesores, se trata, sin embargo, de un testimonio esencial para nuestra democracia. El presidente se compromete ante el jefe del Estado, el ministro de Justicia en funciones como notario mayor del Reino, los presidentes del Congreso y del Senado como representantes de la soberanía popular que allí reside, y los del Tribunal Constitucional, del Supremo y del Consejo General Judicial. Al sucederse a sí mismo, no se requería en esta ocasión de la presencia del presidente saliente para mostrar la continuidad democrática, cosa que sí ocurrió en la primera ocasión que accedió al cargo. Quien promete o jura el cargo lo hace, además, poniendo su mano sobre el texto que nos hemos dado, como símbolo de responsabilidad y de servicio a los españoles.

La aventura de la becaria

Cuando Bill Clinton escogió a Kenneth Starr como miembro del la Oficina de Consejeros Independientes, nadie pudo acusarle de parcialidad o partidismo. El juez Starr había ocupado con éxito el cargo de Procurador General de los EE. UU. durante casi cuatro años bajo el mandato de George W. Bush, y su trayectoria de defensa del imperio de la ley, de la constitución como norma fundamental del Estado de Derecho y de la independencia del poder judicial le avalaban para el puesto. Su primer trabajo en la Oficina consistió en investigar el suicidio de Vince Foster, abogado adjunto de la Casa Blanca; el informe concluyó que la causa fue una depresión no diagnosticada, cerrando así la boca a las teorías conspirativas de una parte del partido republicano. Esa independencia de criterio es la que le había llevado a su puesto, y por esa misma razón tampoco pudo sorprender al marido de la última candidata demócrata a la presidencia que Starr investigase hasta sus últimas consecuencias el escándalo Lewinsky.

Tras cuatro años de investigaciones, el denominado Informe Starr concluyó que el presidente Clinton había mentido al negar la aventura sexual con la, entonces, becaria de la Casa Blanca. El Consejero Independiente demolió la defensa de Bill Clinton con graves acusaciones de perjurio, obstrucción a la Justicia, manipulación de testigos y abuso de autoridad, dando lugar al proceso de destitución presidencial (el famoso impeachment con el que los demócratas llevan amenazando a Trump desde que accedió a la presidencia en noviembre de hace cuatro años) que, finalmente, no prosperó, al no votar ningún miembro de la mayoría demócrata del Senado en contra de su presidente. Se considera sin embargo probado que Clinton cometió perjurio.

Tampoco dudó en mostrarse como el héroe que salvó a 450.000 compatriotas de las garras de la muerte, ni planteó dudas en el mensaje de “las mascarillas no son necesarias” cuando se sabía que lo eran

Este Gobierno no ha dudado en emplear todos los medios a su alcance para transmitir su perspectiva manipulada y manipuladora de la pandemia. El presidente ha empleado informes inexistentes de universidades norteamericanas, incluso tras la advertencia de los señalados. No dudó en situar a España, a su gobierno, en el top 10 mundial del número de pruebas PCR realizadas en abril, citando un informe erróneo de la OCDE; nadie puede achacar mala intención a quien emplea datos de un organismo oficial, salvo que insista incluso después de la rectificación de la propia organización. Tampoco dudó en mostrarse como el héroe que salvó a 450.000 compatriotas de las garras de la muerte. Como tampoco tuvo ninguna duda en autorizar el mensaje de “las mascarillas no son necesarias” cuando se sabía que lo eran, simplemente porque, como hemos sabido después por declaraciones oficiales, no las había en número suficiente al no haber dado la orden de aprovisionamiento. Miente también cuando oculta, conscientemente, las cifras reales de fallecidos por el coronavirus a los españoles.

Apartar al jefe del Estado

Al presidente le da igual el sitio y le da igual el tema. Si tiene que mentir diciendo a la oposición que la UE exige la aprobación de los presupuestos para remitir las ayudas públicas, lo hace sin rubor. “Los Presupuestos Generales del Estado son el tronco que permite canalizar los recursos procedentes de la Unión Europea. Desvincularlos sería una grave irresponsabilidad y comprometería también la absorción y la ejecución de esos 140 000 millones de euros durante los próximos seis años". No importa que sea en sede parlamentaria, como ocurrió en esa ocasión, como ha ocurrido siempre que ha tenido que hacerlo. En una democracia seria de corte anglosajón se acumularían las acusaciones sobre quien usa la mentira como forma de gobierno. Si tan aficionado es a las series el vicepresidente segundo del Gobierno, no me cabe duda de que sabrá a qué me refiero. Y apartar al jefe del Estado de un acto en el que estaba confirmada su presencia por intereses políticos, tras haberle prometido lealtad, no es menos grave que mentir a los españoles.

Del proceso contra quien le alzó al cargo de Consejero Independiente de la Casa Blanca queda una declaración de Starr que debería labrarse en mármol en el frontispicio de las residencias oficiales de todos los primeros ministros de cualquier democracia. “No hay excusa para el perjurio, nunca, nunca, nunca. Existe la verdad, y la verdad exige respeto.”

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