Opinión

El separatismo catalán bate su propio récord en la Diada

Era francamente difícil, hay que reconocerlo, pero lo han conseguido. Nunca como este año la Diada ha obtenido semejantes récords, batiendo de manera inapelable todas las convocatorias organizadas desde el

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Era francamente difícil, hay que reconocerlo, pero lo han conseguido. Nunca como este año la Diada ha obtenido semejantes récords, batiendo de manera inapelable todas las convocatorias organizadas desde el 2012. Jamás hubo un once de septiembre más cargado de ira, mentiras, discordia y con una fractura social tan colosal entre catalanes. Enhorabuena.

¿Cuántas falsedades caben en un metro cuadrado?

Societat Civil argumentaba, en buena lógica matemática, que para llegar al millón de asistentes que la Guardia Urbana de Barcelona ha otorgado a la manifestación separatista deberían meterse a diez personas en un solo metro cuadrado, dadas las dimensiones y longitud de la Diagonal barcelonesa. Pura lata de sardinas, vaya. Pero ya se sabe, el podemismo rampante de Colau y sus mariachis – estaban todos en la manifestación, faltaría más – es capaz de reconvertir cifras, volumetría y hasta la jaula de Faraday si conviene con tal de beneficiar sus intereses torticeros y vergonzantes.

Sin embargo, SCC calcula el número de asistentes en doscientas mil personas. Puede ser, pero, más allá de cuantos eran, que eran muchos, puedo dar fe de ello, lo que debería preocuparnos a los que asistimos a esta kermesse de despropósitos denominada procés no es el número de gente que acude a estos actos, sino cuanto odio y cuanta mendacidad caben en un metro cuadrado. Que no es poco, créanme. De la misma manera, también podríamos preguntarnos cuanto fanatismo, cuanta puerilidad, cuanta manipulación caben en ese espacio. Quizás sea mejor no hacer el cálculo, porque estoy convencido de que el resultado nos helaría la sangre en las venas.

Empezó la Diada la noche anterior, con Torra y los separatistas desfilando solemnemente con la Flama el Canigó, portando fúnebres antorchas, caminando a paso lento, lúgubre, por las calles de Barcelona, antaño dama señera de modernidad y liberalismo y hoy convertida en cateta y fea barragana del separatismo podemita por obra y gracia de Colau y Torra. A mí, personalmente, me asustan dichas antorchas en la oscuridad acompañadas de unos parlamentos inflamados, retóricos, cargados del peor de los patriotismos que es el excluyente. Era como si de repente resucitaran las marchas alemanas de los años treinta, hacia la Feldherrnhalle, con un fuego destructor que avanza reptante sin detenerse ante nada. No creo que exista en toda España ninguna formación política que organice nada similar, con rasgos tan ominosos.

Esos entrantes sirvieron para alfombrar el estómago blindado de los separatistas, siempre ávidos de vocear su odio hacia todo lo que no sea lo suyo, constituyendo un hiperventilado proemio de cara al plato fuerte del día, a saber, la manifestación del martes.

Viendo esas familias llegadas de todas partes de Cataluña en los autocares fletados por la ANC, me vino a la cabeza un chiste que ha circulado por las redes sociales estos días. Ante la masa aborregada, uno pregunta “¿No veis que os están engañando?”, a lo que le responden “¿No veis vosotros que nos gusta?”. Es la mejor descripción de lo que sucede con los ex votantes convergentes, reconvertidos al separatismo radical por obra y gracia de un Artur Mas que, ante el coste electoral que intuía le iba a pasar factura con los recortes, decidió ser más papista que el papa poniendo a su partido junto con todo el edificio de ingeniería social creado por Convergencia al servicio del extremismo. Parece increíble, pero la gente que había allí se cree a pies juntillas todo lo que le han dicho. Eso es lo primero que debe entenderse desde el Estado, si es que se quiere hacer algo con este gravísimo problema. Para los manifestantes, los encarcelados son unos héroes, Puigdemont es un mártir, en España todavía gobierna Franco y el separatismo es mucho más democrático que la constitución. Y se lo explican a sus hijos. a sus nietos, a los que llevan de la manita para que vayan calafateándose en el separatismo. Han convertido a España en el chivo expiatorio de todos sus problemas. Igual que pasó en Alemania con los judíos, exactamente igual. De ahí que me pregunte cuántas falsedades caben en un metro cuadrado. Me temo que tantas como separatistas entren en el mismo. Vienen mentidos de casa.

Qué se dijo

El tono de las intervenciones es fácilmente imaginable. El abogado de la fugada ex consellera Ponsatí, Aamer Anwar, dijo que Franco – siempre el general – estaría orgulloso de la España contemporánea; Ben Emmerson, uno de los abogados de Puigdemont, exigió a Sánchez libar a los presos, la mundial, vamos. Claro que ya venían calentitos después de escuchar la víspera a la actual consellera de agricultura, recuerden, la que recomienda beber leche sin esterilizar, de la ubre a la boca, Teresa Jordá, de Esquerra, llamar a la desobediencia contra un estado demofóbico, perverso y fascista. También debieron hacerles mella las palabras del inefable Eduard Pujol, el hombre que susurraba a los patinetes, que prometió que la república catalana estaba ya aquí y que no tardarían en verla implementada.

Todo eso transcurría ante la sonrisa complaciente de Jaume Alonso Cuevillas, otro abogado del fugado ex President, Gabriel Rufián, al que no parece importarle que le silben los suyos en actos pro independencia, la ex alcaldesa e Badalona, la cupaire Dolors Sabater que iba flanqueada por la plana mayor de las CUP -Carles Riera, Natàlia Sánchez y Natàlia Reguant ente otros – el filósofo pro Esquerra Josep María Terricabras, el cantante Gerard Quintana, en fin, un who is who del separatismo porque ya lo dijo Alfonso Guerra en su día, el que se mueve no sale en la foto.

Al final, lo de menos es el contenido de los parlamentos porque todos giraban alrededor del catecismo separatista: nosotros tenemos razón, España es una porquería que debemos abandonar, aquí está el pueblo catalán plantando cara y, eso sí, ganaremos sea como sea. Pero, cuidado, porque si hasta ahora hemos hablado de lo que cabe en un metro cuadrado, podríamos hacerlo también de lo que no sabe en ese reducto que el separatismo ha reservado para ellos solos, acaso reviviendo el grupo de Nosaltres Sols de la república, esa sí, la de verdad.

Ahí no cabemos los constitucionalistas, los que preferimos la ley al tumulto proto fascista, los disidentes, los librepensadores, los que no formamos parte de los dos millones y medio de catalanes que aman el amarillo y repiten mantras cual sonámbulos hipnotizados por un maléfico doctor Caligari. No cabemos cuatro millones y medio de catalanes, si a las estadísticas nos remitimos. Tampoco cabe la idea de un estado moderno, social, reformista, moderado, dialogante, en el que se rija desde el parlamento y no desde la calle. Es lógico, pues, que estas gentes arrojen pintura amarilla a la policía nacional en la jefatura de Vía Layetana, como hicieron, o que se peleen entre ellos al pie del monumento a Casanovas por ser unos del Moviment Identitari Català, de ultra derecha, y los CDR, que son lo mismo pero disfrazados de anti fascistas.

Ya no es un problema de cuantos están con ellos, sino de cuantos no lo estamos y de quién nos defiende. Sánchez juega entre un 155 que no tiene coraje para aplicar y un referéndum pactado que es perfectamente capaz de convocar. Incluso Borrell habla de que no le gusta que haya presos separatistas. Uno no sabe a que santo encomendarse, máxime cuando Torra proclamó en su mensaje institucional que hacía un llamamiento a la resistencia para, al día siguiente, comentar que bien sabía él que no podía liberar a los presos. Es un vértigo incesante, un despropósito y un caso inaudito en la Europa actual.

Visto lo cual, lo mejor será encomendarse a la misericordia divina.

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