Opinión

Shibboleth

Supimos la semana pasada que a María Guardiola no le gusta el trazo gordo. Tampoco le gusta el “negacionismo”, concepto finísimo de nuestros analistas más cartesianos. Es evidente que no le gusta Vox

  • María Guardiola junto a Isabel Díaz Ayuso -

Supimos la semana pasada que a María Guardiola no le gusta el trazo gordo. Tampoco le gusta el “negacionismo”, concepto finísimo de nuestros analistas más cartesianos. Es evidente que no le gusta Vox, y probablemente no le entusiasma su partido. Sabemos que hay dos cosas que sí le agradan. El cambio y Extremadura. Extremadura y el cambio. Y las promesas. Prometió que gobernaría en solitario. Pero tiene un problema: no puede. Ni siquiera ha ganado las elecciones. La lista más votada ha sido la del PSOE. Pensó que Fernández Vara no se daría cuenta, pero tardó unas horas en volver de su brevísimo exilio y a Guardiola se le está complicando la historia de éxito que le habían fabricado. 

Esperaban un resultado similar al de Madrid; al fin y al cabo, como repetía el partido, Guardiola era mujer por encima de todo. Pero resulta que Ayuso arrasó y Guardiola perdió

Sus analistas más cercanos, que también ejercen como tertulianos neutrales, prometían que en Guardiola el PP tendría una líder para la historia. Y el partido se lo creyó, porque habían interiorizado el cuento de que en el fenómeno Ayuso lo menos importante era Ayuso. En Extremadura presentaron a una candidata con un discurso distinto. Conciliador con los mantras ajenos, combativo con las ideas que hasta hace poco formaban parte de lo que se conocía como “derecha”. Esperaban un resultado similar al de Madrid; al fin y al cabo, como repetía el partido, Guardiola era mujer por encima de todo. Pero resulta que Ayuso arrasó y Guardiola perdió. Porque por encima del sexo -del género, diría Guardiola-, están las ideas, los principios y el carácter.

La rutilante estrella extremeña no sabe cómo salir de la trampa en la que se ha metido. El martes compareció para exigirle a Vox que dejase de bloquear el cambio. “Ellos sólo quieren sillones”, escribía. ¿Y qué quería ella cuando se presentó a las elecciones? ¿Desde dónde pensaba activar el cambio? Hay algo terriblemente ridículo en un político que se planta ante unos micrófonos para denunciar que su interlocutor en una negociación sólo se interesa por los sillones. Pero hay algo aún más ridículo: decir al día siguiente que en realidad el problema no era que a Vox le interesaran sólo los sillones, sino que querían entrar en el Gobierno para “hacer ideología”.

Lo que desea, como sus compañeros de corriente, es que la derecha se haga progresista. Lo que le gustaría es poder pactar con quienes saben pronunciar shibboleth

Es realmente curioso, esto. Hay un sector en la derecha española que aborrece la ideología. La política les parece un sector demasiado politizado, y lo que buscan es la tranquilidad de la gestión neutra. Hay que echar a Sánchez, pero con la actitud correcta: paseos por la playa, veranito azul, color esperanza. Lo curioso es que ese mismo sector no pone ninguna pega a conceptos, consejerías y consensos cargadísimos de ideología… siempre que sea la ideología correcta. La gestión ha de ser neutra, pero también progresista.

María Guardiola iba a ser la estrella más visible de ese sector. Una mujer comprometida con la ideología correcta, con el cambio y con los extremeños, como mostraban los pendientes tricolores que lució tras el fracaso de su órdago. “Yo no tengo líneas rojas. Mis líneas son verdes, blancas y negras. Lo que deseo es que busquen lo mismo que yo: el progreso de su tierra”.

Lo que desea, como sus compañeros de corriente, es que la derecha se haga progresista. Lo que le gustaría es poder pactar con quienes saben pronunciar shibboleth. Y por eso va a las mesas de negociación con la pregunta preparada.

  • ¿Eres negacionista?
  • No.
  • Pues di “violencia de género”.

Y ellos dicen que no existe. O que no es un concepto bien definido. O que no todos los hombres que asesinan a una mujer lo hacen por machismo. Y así demuestran que son negacionistas, y no pueden cruzar el vado. La líder que rechaza el trazo grueso no tiene ningún reparo en blandir categorías tan gruesas como “violencia machista” o “violencia de género”. La líder a la que le incomoda que su socio necesario quiera hacer política sólo es capaz de balbucear frases hechas, porque es lo único que queda cuando desprecias las ideas. 

No es que no tengan principios, como se suele decir, sino que los han externalizado. Es el mercado, amigo. Y en la libérrima lógica del mercado ningún compañero de cama es extraño.

II

“Una mujer trans es una mujer”, decía la semana pasada la ministra de Igualdad. Irene Montero es otra mujer libre. Otra mujer por encima de todo. Pero hay un problema en su tesis y en su identidad. ¿Qué es exactamente una mujer? ¿Es algo objetivo, o depende de la subjetividad de quien lo enuncia? Si es objetivo, se puede defender que quien es una mujer no debe ser llamado hombre. Pero si es objetivo, entonces sólo podrá ser considerada mujer quien sea objetivamente una mujer. Por contra, si es algo subjetivo, cualquiera podrá decir que es una mujer, y podrá exigir que sea así llamado; pero entonces ya nadie será realmente una mujer, porque habremos eliminado cualquier criterio objetivo para definir el concepto, y a nadie se le podrá exigir que reconozca lo que no existe. 

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