Opinión

¡Viva la libertad de Milei, carajo!

El ataque a Milei en su reciente viaje a España y, de paso, al liberalismo no ha sido monopolizado por la izq

  • El presidente argentino, Javier Milei. -

El ataque a Milei en su reciente viaje a España y, de paso, al liberalismo no ha sido monopolizado por la izquierda, sino también y con especial virulencia por algún representante de una curiosidad arqueológica en la escena intelectual española: el pensamiento reaccionario. Este se ha desplegado con todo su esplendor naftalínico en el artículo de Juan Manuel de Prada en ABC, titulado ¡Muera la libertad de Milei, carajo! Sólo le ha faltado añadir: ¡Vivan las cadenas! El novelista realiza un proteico ejercicio de realismo mágico cuajado de descalificaciones ideológicas y personales al líder argentino y a su anfitriona, la presidenta de la Comunidad madrileña. Pero lo relevante es su patética excursión por el terreno de las ideas y su tono jupiterino. 

Las críticas del Sr. De Prada no son originales, por supuesto, pero ni siquiera se fundamentan en autores de la primera fila de la reacción, sino en un sacerdote argentino, Leonardo Castellani para quien el liberalismo es pecado y causa fundamental de los males de la República Austral y, por ende, del Planeta. El maestro de Prada asignó al ideario liberal diez crímenes de lesa patria: el exterminio del indio, la ruina de la educación, el debilitamiento de la familia, la esterilización de la inteligencia, el complejo de inferioridad, el empequeñecimiento de la Iglesia, la creación del problema judío, la dependencia del extranjero, la ruptura de la concordia y la división espiritual del país. 

De entrada, esa descripción es falsa. Entre 1870 y 1929, Argentina registró el período de mayor crecimiento y aumento del nivel de vida de la población de su historia, a la vez que absorbía un volumen ingente de inmigrantes y el libre comercio, lejos de ser un lastre, fue un motor básico del desarrollo del país. La educación se extendió a casi todas las capas de la población con uno de los niveles de analfabetismo más bajos del mundo, entre otras cosas, porque no se concedió a la iglesia el monopolio de la enseñanza.

La estructura familiar era sólida. El “problema judío” era inexistente. El florecimiento artístico y cultural fue enorme y, desde luego, los argentinos de esa edad dorada no se sentían inferiores sino, para bien o para mal, todo lo contrario. Y eso fue posible gracias al régimen liberal creado por la Constitución de 1853, pensada para limitar el poder del Estado y garantizar la propiedad privada, la libertad de comercio y de mercado.

El novelista realiza un proteico ejercicio de realismo mágico cuajado de descalificaciones ideológicas y personales al líder argentino y a la presidenta madrileña. Pero lo relevante es su patética excursión por el terreno de las ideas y su tono jupiterino

El padre Castellani se enmarca en la tradición del nacionalismo católico argentino, nacido en los años 20 del siglo pasado. Para esa corriente de pensamiento, la decadencia del mundo occidental empezó en el Renacimiento y se acentuó con la modernidad, representada por el capitalismo liberal, que sustituyó el estamento por el contrato entre individuos libres. Al desaparecer los lazos que unían a los hombres de la sociedad estamental se produjo el advenimiento de la inestabilidad y del caos.

La riqueza se convirtió en motivo de codicia concentrada en unos pocos, generó descontento e hizo emerger el socialismo y el comunismo. La propuesta del anticapitalismo o socialismo feudal de ese nacional-catolicismo era la restauración del modelo corporativista destruido por el individualismo y eso sólo podría lograrse mediante el restablecimiento de la cultura católica.

Por eso, el nacionalismo católico vio con simpatía y apoyó la liquidación de los últimos resabios del régimen liberal emprendida por Perón. Sus paladines se sentían cómodos en la dialéctica divisoria del peronismo patria-antipatria-, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo. El mentor de De Prada, Castelloni, asumió la contraposición entre “nosotros” y “ellos” y, por tanto, la oposición achmittiana amigo-enemigo; curioso ideario en un sacerdote católico. En pago a ese soporte, Perón impuso la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas públicas y lanzó una campaña de represión moral hasta el extremo de prohibir el voto de los homosexuales. 

Castelloni, el “gran maestro” argentino invocado con el ardor del discípulo por De Prada, fue candidato al Parlamento en 1946 por la Alianza Libertadora Nacionalista, cuya ideología era corporativista, antisemita, antiliberal y antimperialista. Esta formación ​mantuvo en sus inicios el saludo fascista, sus militantes utilizaban uniformes de camisa gris con un correaje de cuero y su símbolo era un cóndor negro en un cielo azul tras un fondo rojo, sosteniendo un martillo y una pluma en sus garras, que simbolizaba la unión de los intelectuales y de los trabajadores. Esta es la encarnación político-partidista de las ideas del mentor intelectual del ilustre escribidor vallisoletano. 

De Prada tiene talento literario pero su desconocimiento de la ciencia política, de la economía y de la historia es abrumador

En ese marco ideológico no es extraño que De Prada se pregunte en su artículo, como hizo Lenin a Fernando de los Ríos en su viaje a la Rusia soviética, Libertad para qué. Para el novelista, evocando de nuevo a Castelloni, la libertad sólo tiene valor si se le añade el Hacia Dónde. Obviamente la conjunción de esa preposición con ese adverbio se concreta en la adopción por los individuos de las creencias morales del Sr. De Prada. Esto se traduce en su imposición coercitiva por quienes se creen en posesión de la verdad y, por tanto, en la negación a los seres humanos de vivir conforme a su personal visión de la buena vida, siempre y cuando respeten el derecho de los demás a hacer lo mismo. En suma, propugna un autoritarismo moral similar al de las religiones seculares apadrinadas por la izquierda.

De Prada tiene talento literario pero su desconocimiento de la ciencia política, de la economía y de la historia es abrumador. Esto no le impide zambullirse en esas aguas procelosas y, peor, intentar sentar cátedra. Los viejos reaccionarios españoles tenían otro nivel y sus fuentes de inspiración eran de una altura muy superior a la del antiguo jesuita argentino de quien ha hecho su profeta. Por eso, podemos entonar exultantes: “Viva la Libertad de Milei, carajo! 

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