Son los que apedrean a la diputada de Vox Rocío de Meer y luego dicen que es un fake. Son los que escupían a Ciudadanos el año pasado en el Orgullo. Son los que agredieron a periodistas en Cataluña al grito de “prensa española manipuladora”. Son los que provocaron con su acoso que mi hermano Girauta se hartase hasta que decidió marcharse de su tierra natal. Son los que insultaban a Llarena cenando en un restaurante, a Cayetana cuando visitaba la universidad o a los organizadores de un homenaje a Cervantes también en esa universidad, que debería ser alma mater y no asco y náusea.
Son los de la piedra que, cuando están ante un juez, esconden su mano sucia, rastrera y traidora. Son los que se sienten muy valientes pegando a dos muchachas que están en un tenderete promocionando la selección española. Son los que gritan haciéndose las víctimas a la que se les acerca un antidisturbios. Son los que se creen con derecho a cortar calles, incendiar contenedores, lanzar adoquines contra la Policía. Son los que rajan el sillín de la moto o los neumáticos del coche al discrepante. Son los perros chivatos que señalan en administraciones al que no comulga con su credo. Son los que apuntaban a quien acabaría abatido por la bala etarra. Son los que reciben a los terroristas como héroes, en lugar de que se les caiga la cara de vergüenza.
Son los de la piedra, los violentos, los malnacidos, los demagogos, los que encuentran perfecto que se asesine a Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera de España o que se deje parapléjico a un policía local de Barcelona. Son los que convierten al okupa y al delincuente en un desvalido mientras pintan al propietario del piso o al robado como un capitalista insolidario y cabrón. Son los que quieren quedarse con todo para no repartírselo con nadie. Son los que tiran la piedra en la calle e intentan esconderla en los despachos oficiales, en las cámaras de representación, en los medios o en el mundo de la cultura.
Ante esta espiral de violencia callejera en la que siempre son apedreados los mismos, la izquierda de plexiglás y sueldo público se escandaliza y echa las culpas al agresor
De ahí que la agresión a Rocío de Meer sea una pedrada a nuestra democracia, porque quienes creemos en la convivencia, en la libertad, en el imperio de la ley y en la Justicia hemos recibido también ese terrible impacto. Y quienes pongan adjetivos a tal acto canalla son igualmente responsables, porque la sangre no tiene ideología.
Ante esta espiral de violencia callejera en la que siempre son apedreados los mismos, la izquierda de plexiglás y sueldo público se escandaliza y echa las culpas al agresor. “Vox va provocando y no sé por qué van al País Vasco”. Lo mismo que decían de Rivera. Esto es de una calaña tan baja, tan criminal, que merecía una respuesta a la altura.
Abascal, bajo una lluvia torrencial de objetos contundentes, sacó un puro y lo encendió. Mientras los responsables de velar por su integridad se las veían y deseaban, este seguía impávido fumándose un puro, sin descomponer el gesto, sin regalarle al 'bilduterrorismo' la menor mueca, el menor signo de acojone. Solo un desprecio infinito, una firmeza insobornable, una solidez que dice mucho más de Abascal que todos sus discursos. Se fumó un puro diciendo: “Yo de aquí no me voy”. Ojalá el Estado hubiera hecho lo mismo en su momento.
Dado que pertenezco al gremio de los descreídos en política, puedo decirlo sin sombra de partidismo: la sangre de Rocío y el puro de Santiago representan lo que de noble tiene la política. Ya nos gustaría ver gestos así en todas las formaciones, aunque, por desgracia, lo cotidiano sea escuchar a Zapatero decir que en el Gobierno deberían estar los separatistas o a Podemos ridiculizar a Rocío poco menos que tachándola de provocadora. Pero si la pluma es más poderosa que la espada, en este caso el puro ha sido más fuerte que la piedra.
Quizás por eso a los fumadores se nos persiga desde la pijoprogresía tan ferozmente.